Lista de puntos
La acción nada vale sin la oración: la oración se avalora con el sacrificio.
Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en «tercer lugar», acción.
La oración es el cimiento del edificio espiritual. —La oración es omnipotente.
«María escogió la mejor parte», se lee en el Santo Evangelio. —Allí está ella, bebiendo las palabras del Maestro. En aparente inactividad, ora y ama.
—Después, acompaña a Jesús en sus predicaciones por ciudades y aldeas.
Sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!
Te ves tan miserable que te reconoces indigno de que Dios te oiga... Pero, ¿y los méritos de María? ¿Y las llagas de tu Señor? Y... ¿acaso no eres hijo de Dios?
Además, Él te escucha «quoniam bonus..., quoniam in saeculum misericordia ejus»: porque es bueno, porque su misericordia permanece siempre.
Me has escrito, y te entiendo: «Hago todos los días mi ‘ratito’ de oración: ¡si no fuera por eso!»
¿Santo, sin oración?... —No creo en esa santidad.
Si no eres hombre de oración, no creo en la rectitud de tus intenciones cuando dices que trabajas por Cristo.
No tomes una decisión sin detenerte a considerar el asunto delante de Dios.
Procura lograr diariamente unos minutos de esa bendita soledad que tanta falta hace para tener en marcha la vida interior.
Nunca seáis hombres o mujeres de acción larga y oración corta.
Si queréis entregaros a Dios en el mundo, antes que sabios —ellas no hace falta que sean sabias: basta que sean discretas1— habéis de ser espirituales, muy unidos al Señor por la oración: habéis de llevar un manto invisible que cubra todos y cada uno de vuestros sentidos y potencias: orar, orar y orar; expiar, expiar y expiar.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/book-subject/camino/1888/ (02/05/2024)