Lista de puntos

Hay 20 puntos en «Camino» cuya materia es Cruz → tribulación.

Crécete ante los obstáculos. —La gracia del Señor no te ha de faltar: «inter medium montium pertransibunt aquae!» —¡pasarás a través de los montes!

¿Qué importa que de momento hayas de recortar tu actividad si luego, como muelle que fue comprimido, llegarás sin comparación más lejos que nunca soñaste?

No pierdas tus energías y tu tiempo, que son de Dios, apedreando los perros que te ladren en el camino. Desprécialos.

Tú... que por un amorcillo de la tierra has pasado por tantas bajezas, ¿de veras te crees que amas a Cristo y no pasas, ¡por Él!, esa humillación?

¡Qué sabores de hiel y de vinagre, y de ceniza y de acíbar! ¡Qué paladar tan reseco, pastoso y agrietado! —Parece nada esta impresión fisiológica si la comparamos con los otros sinsabores de tu alma.

—Es que «te piden más» y no sabes darlo. —Humíllate: ¿quedaría esa amarga impresión de desagrado, en tu carne y en tu espíritu, si hicieras todo lo que puedes?

Todo un programa, para cursar con aprovechamiento la asignatura del dolor, nos da el Apóstol: «spe gaudentes» —por la esperanza, contentos, «in tribulatione patientes» —sufridos, en la tribulación, «orationi instantes» —en la oración, continuos.

¡Has fracasado! —Nosotros no fracasamos nunca. —Pusiste del todo tu confianza en Dios. —No perdonaste, luego, ningún medio humano.

Convéncete de esta verdad: el éxito tuyo —ahora y en esto— era fracasar. —Da gracias al Señor y ¡a comenzar de nuevo!

¿Que has fracasado? —Tú —estás bien convencido— no puedes fracasar.

No has fracasado: has adquirido experiencia. —¡Adelante!

Aquello fue un fracaso, un desastre: porque perdiste nuestro espíritu. —Ya sabes que, con miras sobrenaturales, el final (¿victoria?, ¿derrota?, ¡bah!) sólo tiene un nombre: éxito.

¿Qué importa que tengas en contra al mundo entero con todos sus poderes? Tú... ¡adelante!

—Repite las palabras del salmo: «El Señor es mi luz y mi salud, ¿a quién temeré?... ‘Si consistant adversum me castra, non timebit cor meum’ —Aunque me vea cercado de enemigos, no flaqueará mi corazón».

Bien. ¿Y qué? —No entiendo cómo te puedes retraer de esa labor de almas —si no es por oculta soberbia: te crees perfecto—, porque el fuego de Dios que te atrajo, además de la luz y del calor que te entusiasman, dé a veces el humo de la flaqueza de los instrumentos.

No te desvele el conflicto económico que se avecina a tu empresa de apostolado. —Aumenta la confianza en Dios, haz humanamente lo que puedas, y ¡verás qué pronto el dinero deja de ser conflicto!

El vendaval de la persecución es bueno. —¿Qué se pierde?... No se pierde lo que está perdido. —Cuando no se arranca el árbol de cuajo —y el árbol de la Iglesia no hay viento ni huracán que pueda arrancarlo— solamente se caen las ramas secas... y esas, bien caídas están.

Una visita al monasterio famoso. —Aquella señora extranjera sintió apiadársele las entrañas al considerar la pobreza del edificio: «¿Deben llevar ustedes una vida muy dura, no?» Y el monje, satisfecho, se limitó a contestar: «Tú lo quisiste, fraile mostén; tú lo quisiste, tú te lo ten».

Esto, que gozosamente oí decir a ese santo varón, tengo que decírtelo a ti con pena, cuando me cuentas que no eres feliz.

¿Inquietarte? —Jamás: que eso es perder la paz.

Decaimiento físico. —Estás... derrumbado. —Descansa. Para esa actividad exterior. —Consulta al médico. Obedece, y despreocúpate.

Pronto volverás a tu vida y mejorarás, si eres fiel, tus apostolados.

¡Que cuesta! —Ya lo sé. Pero, ¡adelante!: nadie será premiado —y ¡qué premio!— sino el que pelee con bravura.

Si se tambalea tu edificio espiritual, si todo te parece estar en el aire..., apóyate en la confianza filial en Jesús y en María, piedra firme y segura sobre la que debiste edificar desde el principio.

La prueba esta vez es larga. —Quizá —y sin quizá— no la llevaste bien hasta aquí... porque aún buscabas consuelos humanos. —Y tu Padre-Dios los arrancó de cuajo para que no tengas más asidero que Él.

En tu empresa de apostolado no temas a los enemigos de fuera, por grande que sea su poder. —Este es el enemigo imponente: tu falta de «filiación» y tu falta de «fraternidad».

Entiendo bien que te diviertan los desprecios que te hacen —aunque vengan de enemigos poderosos—, mientras sientas la unión con tu Dios y con tus hermanos de apostolado. —¿A ti, qué?

Referencias a la Sagrada Escritura
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