Lista de puntos

Hay 2 puntos en «Cartas I» cuya materia es Humildad → en el apostolado.

Trabajar sin ambición personal terrena. Humildad más honda

Servir a todos los hombres: tenemos, como campo de nuestro apostolado, a todas las criaturas, de todas las razas y de todas las condiciones sociales. Por eso, para llegar a todos, nos dirigimos primero −en cada ambiente− a los intelectuales, sabiendo que a través de ellos pasa necesariamente cualquier intento de penetración en la sociedad. Porque son los intelectuales los que tienen la visión de conjunto, los que animan todo movimiento que tenga consistencia, los que dan forma y organización al desarrollo cultural, técnico y artístico de la sociedad humana.

Hijas e hijos míos: os he insistido en la necesidad de desprendernos de toda ambición terrena y de llenarnos de la preocupación −que es una continua ocupación− de servir. Estamos convencidos de que nada vale, nada tiene consistencia, nada merece la pena, al lado de esa misión sublime de servir a Cristo Señor Nuestro. Pero, precisamente porque hemos aprendido a despreciar el aplauso de los hombres y toda búsqueda vanidosa de espectáculo, nuestro afán por conservar el tesoro de la humildad debe ser aún más atento y delicado.

Porque estamos expuestos a un peligro muy sutil, a una insidia casi imperceptible del enemigo, que cuanto más eficaces nos ve, tanto más redobla sus esfuerzos para engañarnos. Ese peligro sutil −corriente, por lo demás, en las almas dedicadas a trabajar por Dios− es, hijos míos, una especie de soberbia oculta, que nace de saberse instrumentos de cosas maravillosas, divinas; una callada complacencia en uno mismo, al ver los milagros que se obran por su apostolado: porque vemos inteligencias ciegas que recobran la vista; voluntades paralizadas que vuelven a moverse; corazones de piedra que se hacen de carne, capaces de caridad sobrenatural y de cariño humano; conciencias cubiertas de lepra, de manchas del pecado, que quedan limpias; almas muertas del todo, podridas −iam foetet, quatriduanus est enim121−, que recobran la vida sobrenatural.

Y tantos obstáculos humanos superados; tantas incomprensiones vencidas; tantos ambientes conquistados: un trabajo cada vez más amplio y diverso, cada vez más eficaz… Todo eso, hijos míos, puede a veces ser ocasión de una injustificada −pero posible− satisfacción de nosotros mismos. Debemos estar atentos, para que esto no suceda; debemos tener una conciencia muy fina, y reaccionar enseguida.

No podemos admitir ni por un instante ningún pensamiento de soberbia, por cualquier servicio nuestro a Dios: porque, en ese mismo momento, dejaríamos de ser sobrenaturalmente eficaces. No quiere Dios siervos suyos engreídos, que se complacen en sí mismos; los quiere, al contrario, convencidos de su propia indignidad, y llenos de un santo empeño en no estorbar la obra de la gracia: servite Domino in timore, et exsultate ei cum tremore; aprehendite disciplinam, nequando irascatur Dominus, et pereatis de via iusta122; servid al Señor con temor −un temor que es amor de hijo, que no quiere disgustar a su Padre− y regocijaos en Él con temblor −con conmoción de amor, traduzco yo−: no sea que alguna vez el Señor se enoje, y perezcáis fuera del camino justo, y perdáis el camino.

Mirad cómo comenta San Agustín esas palabras de la Escritura: No dice: y no vengáis al camino de la justicia, sino: no perezcáis desviándoos del camino de la justicia. ¿Qué pretende con esto, sino avisar −a los que van por la senda de la justicia− que sirvan a Dios con temor, esto es, sin enorgullecerse? Es como si les dijera: no os ensoberbezcáis, sino sed humildes. En otro lugar dice también: no seáis altivos, sino allanaos a los humildes (Rom. XII, 16). Alborócense, pues, en el Señor, pero con temblor; sin gloriarse de nada, porque nada es de nuestra cosecha; y el que se gloría, gloríese en el Señor (II Cor. X, 17-18). No se extravíen del camino justo por donde comenzaron a avanzar, atribuyéndose a sí mismos la gracia de caminar por él123.

Notas
121

Jn 11,39; «iam foetet, quatriduanus est enim»: «ya huele muy mal, porque lleva cuatro días» (T. del E.).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
122

Sal 2,11-12.

123

S. Agustín de Hipona, De correptione et gratia liber unus, c. 9, 24 (CSEL 92, pp. 247-248).

Referencias a la Sagrada Escritura