Lista de puntos

Hay 4 puntos en «Cartas I» cuya materia es Obras de apostolado → el apelativo “católico”.

Laicismo y clericalismo

En estos tiempos de laicismo, resaltan dos tipos de personas: los que atacan a la Iglesia desde fuera y los que la atacan desde dentro, sirviéndose de la misma Iglesia. Los unos −los que atacan desde fuera−, son laicistas, dicen; los que atacan desde dentro, no sé cómo llamarlos: vamos a llamarlos pietistas. El espíritu de la Obra es no servirnos de la Iglesia: servir a la Iglesia.

Y para esto no involucrar la Iglesia con las cosas terrenas; por ser hijos de la Iglesia, y haber recibido la llamada específica de Dios, llevamos a Dios todas las cosas de la tierra, pero a nuestras obras no las llamamos católicas: ya lo ve todo el mundo que lo son.

No ponemos nombres de santos a nuestras tareas de apostolado, porque no es necesario ni conveniente. Si lo fuera, ya lo hacen otros: a nosotros, que nos dejen servir a la Iglesia Santa con nuestro propio riesgo personal, sin comprometerla. Lo contrario −servirse de la Iglesia, para ampararse en Ella en la vida profesional, social, política− me parece un falso amor a la Esposa de Jesucristo: y, humanamente, un modo de obrar poco limpio, feo.

Sin embargo, hay quienes no nos entienden, y algunos incluso con recta intención: creen que la Iglesia perderá prestigio, si nuestras futuras obras, nuestras labores, nuestras tareas no llevan el apelativo de católicas. Esta opinión se cae sola, no tiene fuerza ninguna, porque todo el mundo verá que serán ciudadanos católicos los que harán la labor; y que, por lo tanto, en honor de la Iglesia redundará su tarea. Otros piensan que así estaremos menos sujetos a la autoridad eclesiástica: estaremos sujetos como los que más. Siempre queremos vivir y procuramos vivir dentro de las disposiciones, a las que han de sujetarse los cristianos.

Desearía que estas personas, que casi en los comienzos de nuestro trabajo no nos entienden, abrieran la Sagrada Escritura, en el Génesis, capítulo XXXII, y vieran las disposiciones que tomó Jacob, cuando temió que su hermano Esaú destruyera su familia y sus riquezas. Cuenta la Escritura que hizo dos grupos con las gentes de su pueblo, y sus rebaños, para que uno fuera de una parte y otro de otra; y pensó razonablemente: si viene Esaú contra un grupo, el otro se salvará.

Aunque no sea éste el motivo por el cual el Señor ha suscitado la Obra −el motivo es recordar a todos los hombres su deber de santidad, a través de su trabajo ordinario en el mundo, en su profesión, y en su estado−, aun cuando no sea éste el motivo, nadie me podrá negar que las circunstancias de hoy, como todas las de los siglos pasados −y no podemos esperar más de los tiempos venideros−, hacen que juzguemos muy prudente la decisión que tomó Jacob.

Querría también que esas personas, con incapacidad para comprendernos, echaran una mirada alrededor −no en un país, sino en todos o en casi todos los países que son o han sido cristianos−, y que se fijaran en tantas empresas privadas, comerciales, industriales, hoteleras, etc., que llevan nombre de santo.

Respeto la experiencia contraria, pero realmente sufro al contemplar que en no pocas ocasiones el apelativo del santo, o de católico o de cristiano, puede servir como un pabellón para encubrir la mercancía averiada. No me importa poner por escrito lo que digo tantas veces de palabra: que, cuando leo −porque las hay, ¡las hay!− en una tienda de comestibles, tienda, o casa, o comercio de San… −de un santo− pienso enseguida con poco temor de equivocarme, que allí tienen el quilo de novecientos gramos.

Servir. Sobrenaturalizar el trabajo. Dar doctrina

Hijos míos, no ha sido murmuración, no he recargado las tintas; he contado una parte de lo que he visto, porque me ha parecido necesario, para evitar el escándalo de los que no se escandalizan de aquellos que tienen el cristianismo o el catolicismo como un instrumento oficial para sus empresas y sus ambiciones.

Pero, dejémoslos y vamos a pensar despacio qué hay en la entraña de nuestra labor profesional. Os diré que es una sola intención: servir. Porque en el mundo, ahora, la importancia de la misión social de todas las profesiones está clara: hasta la caridad se ha hecho social, hasta la enseñanza se ha hecho social.

Para todo lo que sea servir al prójimo, hay una técnica que el Estado procura coger en las manos. Por eso, cada uno de los hijos de Dios en su Obra debe sobrenaturalizar el ejercicio de su trabajo, de su oficio, sirviendo de veras con sentido sobrenatural al prójimo, a la patria, a Dios. Si se sirve directamente a la Iglesia −no, a los eclesiásticos−, servidla sin cobrar; que son muchos los seglares que no trabajan por la Iglesia, si no les pagan. Esta es la consigna que os doy, la que hemos recibido de Dios: no cobrar, sirviendo a la Iglesia; pagar, pagar, pagar aun dando toda nuestra vida.