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Santificación del trabajo
Hay un paréntesis de siglos, inexplicable y muy largo, en el que sonaba y suena esta doctrina a cosa nueva: buscar la perfección cristiana, por la santificación del trabajo ordinario, cada uno a través de su profesión y en su propio estado. Durante muchos siglos, se había tenido el trabajo como una cosa vil; se le había considerado, incluso por personas de gran capacidad teológica, como un estorbo para la santidad de los hombres.
Yo os digo, hijas e hijos míos, que a cualquiera que excluya un trabajo humano honesto −importante o humilde−, afirmando que no puede ser santificado y santificante, podéis decirle con seguridad que Dios no le ha llamado a su Obra.
Habrá que rezar, tendremos que rezar, tendremos que sufrir, para quitar de la mente de las personas buenas ese error. Pero llegará el momento, en el cual, a base del trabajo humano en todas las categorías tanto intelectuales como manuales, se alzará en una sola voz el clamor de los cristianos diciendo: cantate Domino canticum novum: cantate Domino omnis terra4; cantad al Señor un cantar nuevo: que alabe al Señor toda la tierra.
Para abrir una brecha en la conciencia de los hombres, después de tantos siglos de error o de olvido de los deberes del cristiano, tenéis que ser amigos del trabajo. Sin el trabajo no nos santificaremos: no es posible, porque el trabajo es la materia que hemos de santificar y el instrumento para la santificación.
Habéis de ser fieles, habéis de ser fuertes, habéis de ser dóciles, necesitáis virtudes humanas, corazón grande, lealtad. Con esto, yo no os pido cosas extraordinarias; os pido sencillamente que toquéis el cielo con la cabeza: tenéis derecho, porque sois hijos de Dios. Pero que vuestros pies, que vuestras plantas estén bien seguras en la tierra, para glorificar al Señor Creador Nuestro, con el mundo y con la tierra y con la labor humana.
Contemplo ya, a lo largo de los tiempos, hasta al último de mis hijos −porque somos hijos de Dios, repito− actuar profesionalmente, con sabiduría de artista, con felicidad de poeta, con seguridad de maestro y con un pudor más persuasivo que la elocuencia, buscando −al buscar la perfección cristiana en su profesión y en su estado en el mundo− el bien de toda la humanidad.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/book-subject/cartas-1/2166/ (08/05/2024)