Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Cartas I» cuya materia es Tentaciones.

El obstáculo de las tentaciones

Porque eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probase47. No olvides que el Señor es nuestro modelo; y que por eso, siendo Dios, permitió que le tentaran, para que nos llenásemos de ánimo, para que estemos seguros −con Él− de la victoria. Si sientes la trepidación de tu alma, en esos momentos, habla con tu Dios y dile: ten misericordia de mí, Señor, porque tiemblan todos mis huesos, y mi alma está toda turbada48. Será Él quien te dirá: no tengas miedo, porque yo te he redimido, y te he llamado por tu nombre: tú eres mío49.

No te turbe conocerte como eres: así, de barro. No te preocupe. Porque tú y yo somos hijos de Dios −y éste es endiosamiento bueno−, escogidos por llamada divina desde toda la eternidad: nos escogió el Padre, por Jesucristo, antes de la creación del mundo, para que seamos santos en su presencia50. Nosotros, que somos especialmente de Dios, instrumentos suyos a pesar de nuestra pobre miseria personal, seremos eficaces si no perdemos la humildad, si no perdemos el conocimiento de nuestra flaqueza. Las tentaciones nos dan la dimensión de nuestra propia debilidad.

Una cosa es pensar o sentir, y otra consentir. La tentación se puede rechazar fácilmente: aun el mínimo grado de gracia es suficiente, para resistir a cualquier concupiscencia y merecer la vida eterna51. Lo que no conviene hacer de ninguna manera es dialogar con las pasiones, que quieren desbordarse.

La tentación se vence con oración y con mortificación: cuando ellos me afligían, yo me vestí de saco, sometiendo al ayuno mi alma, y repetía en mi pecho las plegarias52. Llevad este convencimiento a vuestra vida de entrega: que, si somos fieles, podremos hacer mucho bien en el mundo. Sed fuertes, recios, enteros, inconmovibles ante los falsos atractivos de la infidelidad.

Así podremos decir, con el salmista: he sido impelido y trastornado, y estuve ya para caer, pero me sostuvo el Señor53. Te amamos, Señor, porque cuando viene la tentación nos das la ayuda de tu fortaleza −de tu gracia−, para que seamos victoriosos. Agradecemos, Señor, que permitas que seamos probados, para que seamos humildes.

El que se quede agarrado a las zarzas del camino, se quedará por su propia voluntad, sabiendo que será un desgraciado, por haber vuelto la espalda al Amor de Cristo. Vuelvo a afirmar que todos tenemos miserias. Pero las miserias nuestras no nos deberán llevar nunca a desentendernos de la llamada de Dios, sino a acogernos a esa llamada, a meternos dentro de esa bondad divina, como los guerreros antiguos se metían dentro de su armadura: aquel ecce ego: quia vocasti me!97; aquí me tienes, porque me has llamado, es nuestra defensa. No hemos de ir contra la llamada de Dios, porque tenemos miserias; sino atacar las miserias, porque Dios nos llamó.

Cuando viene la dificultad y la tentación, el demonio más de una vez nos quiere hacer razonar así: como tienes esta miseria, es señal de que Dios no te llama, no puedes seguir adelante. Nosotros debemos advertir el sofisma de ese razonamiento, y pensar: como Dios me ha llamado, a pesar de este error, con la gracia del Señor saldré adelante.

Nuestra entrega nos confiere como un título −un derecho, por decirlo así− a las gracias convenientes para ser fieles al camino que emprendimos un día, porque Dios nos llamó. La fe nos dice que, cualesquiera que sean las circunstancias por que atravesemos, esas gracias no nos faltarán si no renunciamos voluntariamente a ellas. Pero nosotros debemos cooperar: dentro de esa cooperación está el ejercicio de la virtud de la fortaleza, y una parte de la fortaleza es la paciencia para soportar la prueba, la dificultad, la tentación y las propias miserias. El que fue probado y se mostró perfecto tendrá gloria perdurable. El que pudo prevaricar y no prevaricó, hacer el mal y no lo hizo, tiene asegurados sus bienes en el Señor98.

Desde la eternidad el Creador nos ha escogido para esta vida de completa entrega: elegit nos in ipso ante mundi constitutionem99, nos escogió antes de la creación del mundo. Ninguno de nosotros tiene el derecho, pase lo que pase, a dudar de su llamada divina: hay una luz de Dios, hay una fuerza interior dada gratuitamente por el Señor, que quiere que, junto a su Omnipotencia, vaya nuestra flaqueza; junto a su luz, la tiniebla de nuestra pobre naturaleza. Nos busca para corredimir, con una moción precisa, de la que no podemos dudar: porque tenemos, junto a mil razones que otras veces hemos considerado, una señal externa: el hecho de estar trabajando con pleno entregamiento en su Obra, sin que haya mediado un motivo humano. Si no nos hubiera llamado Dios, nuestro trabajo con tanto sacrificio en el Opus Dei nos haría dignos de un manicomio. Pero somos hombres cuerdos, luego hay algo físico, externo, que nos asegura de que esta llamada es divina: veni, sequere me100; ven, sígueme.

Notas
47

Tb 12,13.

48

Sal 6,3-4.

49

Is 43,1.

50

Ef 1,4.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
51

S.Th. III, q. 62, a. 6 ad 3.

52

Sal 35[34],13.

53

Sal 118[117],13.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
97

1 R 3,6.9.

98

Si 31,10-11.

99

Ef 1,4.

100

Lc 18,22.

Referencias a la Sagrada Escritura