Lista de puntos

Hay 4 puntos en «Cartas I» cuya materia es Vocación.

Hijos míos, fe. Considerad lo que escribe San Pablo a los de Corinto: modicum fermentum totam massam corrumpit32, un poco de levadura hace fermentar toda la masa. Permaneced unidos en el amor de Dios, en el trato confiado con Jesús, en la devoción filial a María Santísima. Si sois fieles, como fruto de vuestra entrega callada y humilde, el Señor −por vuestras manos− obrará maravillas. Se volverá a vivir aquel pasaje de San Lucas: regresaron los setenta y dos discípulos llenos de gozo, diciendo: Señor, hasta los demonios mismos se sujetan a nosotros, por la virtud de tu nombre33.

Hijos míos: date, et dabitur vobis: mensuram bonam, et confertam, et coagitatam, et supereffluentem dabunt in sinum vestrum34; dad y se os dará una buena medida, apretada y bien colmada hasta que se derrame. Dad mucho y tendréis mucho: comprended, y acabaremos siendo comprendidos; quered bien a todos, y acabaremos siendo amados de todos.

Escuchad siempre en vuestro corazón aquel clamor del Señor, que ha removido tantas almas, también la mía: ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?35; he venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda? Encendidos en ese fuego divino vosotros y yo, veremos cómo se acrisola nuestra vida: cómo aprendemos a luchar contra nuestros errores, a adquirir la perfección cristiana, el buen endiosamiento.

Sólo así, con Amor −caridad de Cristo− y con la humildad del conocimiento propio, podremos tener voz, para decir al Señor Nuestro, non verbo neque lingua, sed opere et veritate36 −no con la lengua, sino con las obras y de verdad− que queremos seguir sus pisadas; sólo así sabremos responder a la llamada de Dios con un grito de verdadera entrega, de correspondencia a la gracia divina: ecce ego, quia vocasti me!37; ¡aquí me tienes, porque me has llamado!

Os bendice cariñosamente vuestro Padre.

Madrid, 24 de marzo de 1930

Vocación al apostolado en medio del trabajo

Nos cuenta San Mateo: Jesús iba recorriendo todas las ciudades y villas, enseñando en sus sinagogas y predicando el Evangelio del reino de Dios y curando toda dolencia y toda enfermedad. Y al ver aquellas gentes, se compadecía entrañablemente porque estaban malparadas y abandonadas, aquí y allá como ovejas sin pastor. Entonces, dijo a sus discípulos: la mies es verdaderamente mucha, pero pocos los obreros; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe a su mies operarios11.

Desgarra el corazón este clamor del Hijo de Dios, que se lamenta porque la mies es mucha y los obreros son pocos. Pedid conmigo al Señor de la mies, para que envíe obreros, gente de todas las razas y de todas las profesiones y clases sociales, a trabajar en esta Obra, con este sentido sobrenatural: rogate ergo Dominum messis, ut mittat operarios in messem suam! De este modo serán muchas las almas que sentirán esta llamada divina, que enciende en nosotros el deseo de buscar la perfección en medio del mundo.

Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación.

La vocación nos lleva −sin darnos cuenta− a tomar una posición en la vida, que mantendremos con ilusión y alegría, llenos de esperanza hasta en el trance mismo de la muerte. Es un fenómeno que comunica al trabajo un sentido de misión, que ennoblece y da valor a nuestra existencia. Jesús se mete con un acto de autoridad en el alma, en la tuya, en la mía: ésa es la llamada.

Se hacen realidad aquellas palabras del Apocalipsis: he aquí que estoy a la puerta de tu corazón y llamo: si alguno escuchare mi voz y me abriere la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo12. Esta llamada de Dios es algo preciosísimo. Se me viene a la boca la parábola que, en el capítulo trece de su Evangelio, nos relata San Mateo: el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que si lo halla un hombre, lo encubre de nuevo, y va gozoso del hallazgo, vende todo cuanto tiene, y compra aquel campo. El reino de los cielos es también semejante a un mercader, que trata en perlas finas. Y viniéndole a las manos una de gran valor, va, y vende todo cuanto tiene, y la compra13. Es pues nuestra llamada, cuando la hemos sabido recibir con amor, cuando la hemos sabido estimar como cosa divina, una piedra preciosa de valor infinito.

Esta llamada es un tesoro escondido que no encuentran todos. Lo encuentran aquellos a quienes Dios verdaderamente elige: se pedirá cuenta de mucho a quien mucho se le entregó14. Cuando hayáis sentido esa gracia de Dios, no os olvidéis de la parábola del tesoro escondido: quem qui invenit homo, abscondit, et prae gaudio illius vadit, et vendit universa quae habet, et emit agrum illum15*: ¡es tan humano y tan sobrenatural esconder los favores de Dios!

Mirad cómo busca el Señor a los que quiere que le sigan. A Pedro, y a Andrés su hermano, que eran pescadores, cuando estaban echando las redes en el mar. Escuchad qué les dice: venite post me, et faciam vos fieri piscatores hominum16; venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Y Pedro y Andrés, continuo, dejando todas las cosas inmediatamente, le siguieron.

Hay otro que no ha sido llamado −nos lo cuenta San Mateo en el capítulo octavo, versículos 19 y 20−: Magister, Maestro, afirma, sequar te quocumque ieris, te seguiré dondequiera que vayas. El Señor le respondió: las raposas tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene sobre qué reclinar la cabeza. No hay que asustarse −hijas e hijos míos− ante los peligros, ante las contradicciones, ante la dureza en el servicio de Dios.

Señor −le ruega uno de sus discípulos−, permíteme que, primero que te siga, vaya a dar sepultura a mi padre. Jesús le contestó: sígueme tú, y deja que los muertos entierren a sus muertos17. Y al que le dijo: yo te seguiré, Señor, pero primero déjame ir a despedirme de mi casa, le respondió Jesús: ninguno que, después de haber puesto la mano en el arado, vuelve los ojos atrás, es apto para el reino de Dios18.

Notas
32

1 Co 5,6.

33

Lc 10,17.

34

Lc 6,38.

35

Lc 12,49.

36

Cfr. 1 Jn 3,18.

37

1 S 3,6.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
11

Mt 9,35-38.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
12

Ap 3, 20.

13

Mt 13,44-45.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
14

Lc 12,48; «quem qui invenit ... emit agrum illum»: «que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, gozoso del hallazgo, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo» (T. del E.).

15

* Mt 13,44 (N. del E.).

16

Mt 4,19-20.

17

Mt 8,21-22.

18

Lc 9,61-62.

Referencias a la Sagrada Escritura