Lista de puntos

Hay 2 puntos en «Cartas II» cuya materia es Enseñanza → con sentido cristiano.

Se podría decir, sin demasiada exageración, que el mundo vive de la mentira: y hace veinte siglos que vino a los hombres Jesucristo, el Verbo divino, que es la Verdad. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron… Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo, y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. A cuantos le recibieron, a aquellos que creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios12.

Es preciso que seamos, en todos los ambientes, mensajeros de esa luz, de esa Verdad divina que salva.

El error no solo obscurece las inteligencias, sino que divide las voluntades. Solo cuando los hombres se acostumbren a decir y a oír la verdad, habrá comprensión y concordia. A eso vamos: a trabajar por la Verdad sobrenatural de la fe, sirviendo también lealmente todas las parciales verdades humanas; a llenar de caridad y de luz todos los caminos de la tierra: con constancia, con competencia, sin desmayos ni omisiones, aprovechando todas las oportunidades y todos los medios lícitos para dar la doctrina de Jesucristo, precisamente en el ejercicio de la profesión de cada uno.

Si esto vale para todos –nuestro apostolado se reduce a una catequesis–, vale –con mayor razón aún– para los que se dedican a la enseñanza: por eso es grande y hermosa la tarea docente, si saben ejercitarla con la oportuna preparación científica y con un vibrante espíritu apostólico, porque el estudio se ordena a la ciencia, y la ciencia sin caridad infla, por lo que produce disensiones. Entre los soberbios –está escrito– siempre hay disputas. Pero la ciencia acompañada de caridad edifica y engendra la concordia13.

La educación cristiana

Hacen falta maestros y profesores que sepan enseñar perfectamente las ciencias y las artes humanas, infundiendo a la vez en el ánimo de sus alumnos un profundo sentido cristiano de la vida. Puesto que la educación consiste esencialmente en la formación del hombre, tal como debe ser y como debe obrar en esta vida terrena, para conseguir el fin sublime para el que fue creado, es evidente que como no puede existir educación verdadera que no esté totalmente ordenada al fin último, así… no puede haber educación completa y perfecta si no es educación cristiana14.

No son suficientes unas clases de religión, como yuxtapuestas al resto de la enseñanza, para que la educación sea cristiana. Es indispensable que la enseñanza misma de las letras y de las ciencias florezca en todo conforme a la fe católica, especialmente la filosofía, de la que depende en gran parte la recta dirección de las demás ciencias15.

Ordenar toda la cultura a la salvación, iluminar todo conocimiento humano con la fe16, formar cristianos llenos de optimismo y de empuje capaces de vivir en el mundo su aventura divina –compossessores mundi, non erroris17; poseedores del mundo, con los otros hombres, pero no del error–; cristianos decididos a fomentar, defender y amparar los intereses –los amores– de Cristo en la sociedad; que sepan distinguir la doctrina católica de lo simplemente opinable, y que en lo esencial procuren estar unidos y compactos; que amen la libertad y el consiguiente sentido de responsabilidad personal.

Hijas e hijos míos, esa maravillosa misión del maestro y del profesor es un verdadero y profundo apostolado, hoy especialmente necesario, por la extensión y el influjo de la equivocada enseñanza profana en la vida de los hombres, y para salvar y desarrollar ese ingente patrimonio de la cultura cristiana, que ha exigido siglos de esfuerzo.

Notas
12

Jn 1,4-5,9-12.

13

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 188, a. 5 ad 2.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
14

Pío XI, enc. Divini illius Magistri, p. 51.

15

León XIII, enc. Inscrutabili, 21 de abril de 1878, ASS 10 (1877-1878), p. 590.

16

Cfr. Pío XI, enc. Divini illius Magistri, p. 77.

17

Tertuliano, De idololatria, 14 (SVC 1, p. 50).