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La educación cristiana

Hacen falta maestros y profesores que sepan enseñar perfectamente las ciencias y las artes humanas, infundiendo a la vez en el ánimo de sus alumnos un profundo sentido cristiano de la vida. Puesto que la educación consiste esencialmente en la formación del hombre, tal como debe ser y como debe obrar en esta vida terrena, para conseguir el fin sublime para el que fue creado, es evidente que como no puede existir educación verdadera que no esté totalmente ordenada al fin último, así… no puede haber educación completa y perfecta si no es educación cristiana14.

No son suficientes unas clases de religión, como yuxtapuestas al resto de la enseñanza, para que la educación sea cristiana. Es indispensable que la enseñanza misma de las letras y de las ciencias florezca en todo conforme a la fe católica, especialmente la filosofía, de la que depende en gran parte la recta dirección de las demás ciencias15.

Ordenar toda la cultura a la salvación, iluminar todo conocimiento humano con la fe16, formar cristianos llenos de optimismo y de empuje capaces de vivir en el mundo su aventura divina –compossessores mundi, non erroris17; poseedores del mundo, con los otros hombres, pero no del error–; cristianos decididos a fomentar, defender y amparar los intereses –los amores– de Cristo en la sociedad; que sepan distinguir la doctrina católica de lo simplemente opinable, y que en lo esencial procuren estar unidos y compactos; que amen la libertad y el consiguiente sentido de responsabilidad personal.

Hijas e hijos míos, esa maravillosa misión del maestro y del profesor es un verdadero y profundo apostolado, hoy especialmente necesario, por la extensión y el influjo de la equivocada enseñanza profana en la vida de los hombres, y para salvar y desarrollar ese ingente patrimonio de la cultura cristiana, que ha exigido siglos de esfuerzo.

Notas
14

Pío XI, enc. Divini illius Magistri, p. 51.

15

León XIII, enc. Inscrutabili, 21 de abril de 1878, ASS 10 (1877-1878), p. 590.

16

Cfr. Pío XI, enc. Divini illius Magistri, p. 77.

17

Tertuliano, De idololatria, 14 (SVC 1, p. 50).

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