Lista de puntos

Hay 2 puntos en «Cartas II» cuya materia es Vocación → transforma la vida de las personas.

Quiere el Señor que, solos, con el apostolado personal de cada uno, o unidos a otras gentes –quizá alejadas de Dios, o aun no católicas, ni cristianas–, planeéis y llevéis a cabo en el mundo toda clase de serenas y hermosas iniciativas, tan variadas como la faz de la tierra y como el sentir y el querer de los hombres que la habitan, que contribuyan al bien espiritual y material de la sociedad y puedan convertirse para todos en ocasión de encuentro con Cristo, en ocasión de santidad.

En cualquier caso, el gran medio de que disponéis para realizar una y otra forma de apostolado –cada uno por su cuenta, o unido con otros ciudadanos–, es vuestro trabajo profesional. Por eso os he repetido tantas veces que la vocación profesional de cada uno de nosotros es parte importante de la vocación divina; por eso también, el apostolado que la Obra realiza en el mundo será siempre actual, moderno, necesario: porque mientras haya hombres sobre la tierra, habrá hombres y mujeres que trabajen, que tengan una determinada profesión u oficio –intelectual o manual–, que estarán llamados a santificar, y a servirse de su labor para santificarse y para llevar a los demás a tratar con sencillez a Dios.

Vuestro trabajo, vuestro apostolado –que habrá de ser necesariamente muy proselitista, como el de los primeros cristianos– atraerá a personas con ganas de trabajar, con temple, con nervio, con espíritu recio, constantes más que brillantes, audaces, sinceras, con amor a la libertad y –por eso– capaces de vivir nuestra entrega; capaces de ser, en su vida, en su trabajo, Opus Dei. Y esto, aunque jamás hubiese pasado por su mente –muchas veces porque viven en la gentilidad– la posibilidad de ser felices en amistad con Dios, y de llevar una vida de dedicación y de servicio.

La llamada a la Obra es para todos los fieles

Numerosos son, bien lo sabéis por experiencia personal, los caminos de la misericordia divina. A la Obra han de llegar gentes de todas las naciones, de todas las razas y de todas las lenguas; jóvenes y viejos, célibes y casados, sanos y enfermos: cada uno a ocupar el puesto que tiene asignado por la Voluntad de Dios, cada uno a aprovechar la oportunidad –la gracia especialísima– que la bondad de Nuestro Señor le ofrece.

Pensando en este camino con sabor de primitiva cristiandad, que Dios ha suscitado para renovar de modo tan admirablemente sencillo los milagros de la gracia en la vida de tantas almas, gozo releyendo despacio lo que escribía San Justino, maravillado como estaba ante el poder admirable del Evangelio.

Los que antes nos complacíamos en la disolución –dice–, ahora abrazamos solo la castidad; los que nos entregábamos a las artes mágicas, ahora nos hemos consagrado al Dios bueno e ingénito; los que amábamos por encima de todo el dinero y los acrecentamientos de nuestros bienes, ahora, aun lo que tenemos, lo ponemos en común y de ello damos parte a todo el que está necesitado; los que nos odiábamos y nos heríamos unos a otros, y separados por modos diversos de vivir, no compartíamos el hogar con quienes no eran de la misma raza, ahora, después de la venida de Cristo, vivimos todos juntos y rogamos por nuestros enemigos y tratamos de disuadir a los que con odio injusto nos persiguen, a fin de que, viviendo conforme a los hermosos consejos de Cristo, tengan buena esperanza de alcanzar, junto con nosotros, los mismos bienes que nosotros esperamos de Dios, soberano de todas las cosas79.

Notas
79

S. Justino, Apologiae pro christianis I, 14 (SC 507, pp. 162-165))