Lista de puntos

Hay 4 puntos en «Cartas II» cuya materia es Apostolado → difundir la luz de Dios.

Se podría decir, sin demasiada exageración, que el mundo vive de la mentira: y hace veinte siglos que vino a los hombres Jesucristo, el Verbo divino, que es la Verdad. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron… Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo, y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. A cuantos le recibieron, a aquellos que creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios12.

Es preciso que seamos, en todos los ambientes, mensajeros de esa luz, de esa Verdad divina que salva.

El error no solo obscurece las inteligencias, sino que divide las voluntades. Solo cuando los hombres se acostumbren a decir y a oír la verdad, habrá comprensión y concordia. A eso vamos: a trabajar por la Verdad sobrenatural de la fe, sirviendo también lealmente todas las parciales verdades humanas; a llenar de caridad y de luz todos los caminos de la tierra: con constancia, con competencia, sin desmayos ni omisiones, aprovechando todas las oportunidades y todos los medios lícitos para dar la doctrina de Jesucristo, precisamente en el ejercicio de la profesión de cada uno.

Si esto vale para todos –nuestro apostolado se reduce a una catequesis–, vale –con mayor razón aún– para los que se dedican a la enseñanza: por eso es grande y hermosa la tarea docente, si saben ejercitarla con la oportuna preparación científica y con un vibrante espíritu apostólico, porque el estudio se ordena a la ciencia, y la ciencia sin caridad infla, por lo que produce disensiones. Entre los soberbios –está escrito– siempre hay disputas. Pero la ciencia acompañada de caridad edifica y engendra la concordia13.

Os repito con San Juan: videte qualem caritatem dedit nobis Pater, ut filii Dei nominemur et simus14. Nos llamamos y somos hijos de Dios; hermanos, por eso, del Verbo hecho carne15, de Jesucristo, de Aquel de quien fue dicho: in ipso vita erat, et vita erat lux hominum16, en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Hijos de la luz, hermanos de la luz: eso somos. Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse obscuridades, penumbras ni sombras17.

Et lux in tenebris lucet, et tenebrae eam non comprehenderunt18; y esta luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la han recibido. El Señor sigue derramando esplendores sobre los hombres, una luminosidad que es vida y calor de misericordia, porque Él es caridad, amor19; y se sirve de nosotros como antorchas, para que esas luces iluminen las almas y sean para todos fuente de vida, después de haber alumbrado y llenado la nuestra del fuego de las ilustraciones divinas20.

Hijas e hijos míos, de nosotros depende en parte que muchas almas no permanezcan ya en tinieblas, sino que caminen por senderos que llevan hasta la vida eterna. Por eso, contemplando este panorama inmenso que nos ofrece la vocación, con la que el Señor ha querido graciosamente honrarnos, vienen a mi memoria aquellas palabras, también del Apóstol Juan, que hemos de repetir a tantos hombres: esto que vimos y oímos, es lo que anunciamos, para que tengáis también vosotros unión con nosotros, y nuestra unión sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo… para que os gocéis, y vuestro gozo sea cumplido21.

Conviene que agradezcamos mucho y con frecuencia esta llamada maravillosa que hemos recibido de Dios, con un agradecimiento real y profundo, estrechamente unido a la humildad, que ha de ser, en el alma de cada uno, la primera consecuencia de esa luz comunicada por la infinita misericordia del Señor: quid autem habes quod non accepisti?22; ¿qué cosa tienes tú que no la hayas recibido de Dios?

Pero no solo esto: si dixerimus quoniam peccatum non habemus, ipsi nos seducimus, et veritas in nobis non est23; si dijéramos que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañamos, y no hay verdad en nosotros. En cambio, si somos humildes, si somos veraces, las miserias propias de la debilidad humana y las dificultades, que se nos puedan presentar, no serán nunca inconveniente para que la luz y el amor de Dios habiten en nosotros. Solo así obraremos como fieles hijos de la luz, objeto de la continua misericordia de Dios e instrumentos eficaces de su voluntad.

Esa humildad fomentará en nuestra alma, e irradiará a nuestro alrededor, una gran confianza: tenemos por abogado para con el Padre, a Jesucristo justo y santo, y él mismo es la víctima de propiciación por nuestros pecados: y no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo24.

Humildad y confianza, hijos míos, para dirigir la mirada hacia el camino que Dios nos ha señalado, para comprenderlo rectamente, para seguirlo con lealtad. Una fidelidad así –rendida, entregada– nos dará en todo momento la seguridad de que verdaderamente hemos encontrado a Jesucristo, de que con Él estamos cumpliendo la voluntad del Padre, de que es verdadera nuestra respuesta filial a la vocación recibida.

Y oímos aquellas palabras de Pablo: que Cristo habita por la fe en nuestros corazones, estando arraigados y cimentados en la caridad, a fin de que podamos comprender con todos los santos, cuál sea la anchura, y la longitud, y la alteza y la profundidad25 de este misterio: conoceremos, en todas sus dimensiones, lo que es vivir con Cristo.

Luz del mundo, en medio del mundo

Hijos de la luz –decíamos– para ser luz del mundo. Vosotros sois la luz del mundo… Brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos39. Luz del mundo, hijos míos, viviendo con naturalidad en la tierra, que es el ambiente normal de nuestra vida; participando en todas las tareas, en todas las actividades nobles de los hombres; trabajando junto a ellos, en el quehacer profesional propio de cada uno; ejercitando nuestros derechos y cumpliendo nuestros deberes, que son los mismos derechos y los mismos deberes que tienen los demás ciudadanos –iguales a nosotros– de la sociedad en la que vivimos. Pero siempre libres de toda atadura, que pueda entorpecer el cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios.

Por eso, hemos de buscar continuamente –en medio de nuestras diarias ocupaciones seculares– el trato y la unión constante con Jesucristo, de modo que ese fuego, que el Señor ha encendido en nuestras almas, nunca se apague ni se debilite: ya que ha de ser verdad que quienes nos rodean noten que somos luz de Dios, que ilumina el mundo.

Notas
12

Jn 1,4-5,9-12.

13

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 188, a. 5 ad 2.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
14

1 Jn 3,1.

15

Cfr. Jn 1,14.

16

Jn 1,4.

17

Cfr. Jn 1,5.

18

Jn 1,5.

19

Cfr. 1 Jn 4,8.

20

Cfr. Lc 12,49.

21

1 Jn 1,3-4.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
22

1 Co 4,7.

23

1 Jn 1,8.

24

1 Jn 2,1-2.

25

Ef 3,17-18.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
39

Mt 5,14.16.

Referencias a la Sagrada Escritura