Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Cartas II» cuya materia es Apostolado → en el mundo.

Con sobrenatural fortaleza ha debido la Iglesia no pocas veces exigir el respeto de su irrenunciable derecho a enseñar todo lo necesario, para el cumplimiento de su fin. En el objeto propio de su misión educativa, es decir, en la fe y en la institución de las costumbres, el mismo Dios ha hecho a la Iglesia partícipe del divino magisterio…, y lleva en sí misma arraigado el derecho inviolable a la libertad de enseñar5; para la salvación de las almas, para extender el Reino de Dios, para renovar todas las cosas en Cristo6.

Misión propia y directa de la Jerarquía de la Iglesia es la enseñanza de todo lo que se refiere a nuestro último fin. Pero, como no puede ser radicalmente extraña a ese fin ninguna cosa que contribuya al bien de los hombres y de la sociedad civil, al cumplir la Iglesia jerárquica su misión, ha hecho sentir su influjo bienhechor en los más diversos órdenes de la vida y de la cultura humana. Y a la vez, todos los que rectamente trabajan en esos sectores de la actividad temporal, contribuyen de algún modo o pueden contribuir a la misión santificadora y redentora de la Iglesia.

Valor apostólico del trabajo profesional

De ahí que todos los cristianos, sin excepción, hayan de sentir la responsabilidad apostólica en el ejercicio de su trabajo profesional, cualquiera que sea: porque si esas actividades han sido dejadas a la libre iniciativa de los hombres, no quiere decir que hayan sido despojadas de su capacidad de cooperar de alguna manera en la obra de la Redención. Lo que el alma es en el cuerpo, eso son en el mundo los cristianos. Extendida está el alma por todos los miembros del cuerpo: y los cristianos, por las ciudades del mundo. Ciertamente, el alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo: como los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo7.

Con esa misión hemos sido nosotros enviados, para ser luz y fermento sobrenatural en todas las actividades humanas. También, como fieles cristianos, hemos oído el mandato de Cristo: euntes ergo docete omnes gentes!8 No se trata de una función delegada por la Jerarquía eclesiástica, de una prolongación circunstancial de su misión propia; sino de la misión específica de los seglares, en cuanto son miembros vivos de la Iglesia de Dios.

Misión específica, que tiene para nosotros –por voluntad divina– la fuerza y el auxilio de una vocación peculiar: porque hemos sido llamados a la Obra, para dar doctrina a todos los hombres, haciendo un apostolado laical y secular, por medio y en el ejercicio del trabajo profesional de cada uno, en las circunstancias personales y sociales en que se encuentra, precisamente en el ámbito de esas actividades temporales, dejadas a la libre iniciativa de los hombres y a la responsabilidad personal de los cristianos.

Por eso quiero hoy hablaros, hijas e hijos queridísimos, de la necesidad urgente de que hombres y mujeres –con el espíritu de nuestra Obra– se hagan presentes en el campo secular de la enseñanza: profesión nobilísima y de la máxima importancia, para el bien de la Iglesia, que siempre ha tenido como enemigo principal la ignorancia; y también para la vida de la sociedad civil, porque la justicia engrandece a las naciones; y el pecado es la miseria de los pueblos9; porque la bendición del justo ennoblece a la ciudad, y la boca del impío la abate10.

La filiación divina

Siendo la filiación divina –como antes os recordaba– el fundamento seguro de nuestra vida espiritual, procurad meditar con frecuencia estas palabras de San Pablo: los que se rigen por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios, porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para obrar todavía solamente por temor, como esclavos, sino que habéis recibido el espíritu de adopción de hijos, en virtud del cual clamamos: Abba, ¡Padre!, porque el mismo Espíritu está dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y siendo hijos, somos también herederos; herederos de Dios, y coherederos con Jesucristo, con tal que padezcamos con él a fin de que seamos con él glorificados36.

Son palabras que resumen cómo ha de ser nuestro trato con Dios Padre, en unión con su Hijo y con el Espíritu Santificador, de cara a la herencia divina que nos espera, si sabemos ser fieles a la tarea apostólica que en esta tierra –por nuestra vocación– nos compete.

Postula a me, et dabo tibi gentes haereditatem tuam, et possessionem tuam terminos terrae37; pídeme y te daré todas las naciones en heredad, y extenderé tus dominios hasta los confines de la tierra. Tenemos, por eso, el derecho y el deber de llevar la doctrina de Jesucristo a todos los órdenes de la vida humana, metiendo el espíritu del Señor en todas partes, divinizando todas las tareas del mundo.

Tenemos derecho y deber de acercar a Dios todo lo que es criatura de Dios, obra de su Creación, sin violentar nunca las exigencias del orden natural: porque –dice San Pablo– todas las cosas son vuestras, bien sea Pablo, bien Apolo, bien Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro; todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios38.

Notas
5

Pío XI, enc. Divini illius Magistri, 31 de diciembre de 1929, AAS 22 (1930), p. 54. Cfr. León XIII, enc. Libertas, 20 de junio de 1888, ASS 20 (1887), pp. 593-613.

6

Ef 1,10.

7

A Diogneto, 6 (SC 33, p. 65).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
8

Cfr. Mt 28,19.

9

Pr 14,34.

10

Pr 11,11.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
36

Rm 8,14-17.

37

Sal 2,8.

38

1 Co 3, 22-23.

Referencias a la Sagrada Escritura