Lista de puntos

Hay 4 puntos en «Cartas II» cuya materia es Apostolado → valor del ejemplo.

Coepit Iesus facere et docere87, comenzó Jesús a hacer y a enseñar: hay que enseñar, hijos míos, con el ejemplo. La gente creerá en vuestra doctrina, cuando vea vuestras buenas obras88, vuestro modo de obrar. El buen ejemplo arrastra siempre. Pero, para que sea eficaz, tiene que ser consecuencia de la sencillez y de la naturalidad con que los socios de la Obra saben vivir lo que enseñan.

Es afirmación dada por cristianos corrientes, en el ejercicio recto y responsable de su profesión u oficio, en el cumplimiento fiel de todos sus deberes cívicos, en la práctica –que es también deber– de todos sus derechos, en el modo de afrontar y resolver los diarios problemas y las fatigas de la vida en el mundo: a través, en una palabra, de todas sus relaciones humanas, inspiradas y vividas cristianamente, con un motivo sobrenatural, por amor a Dios y al prójimo.

Por ser ése el ejemplo que ha de dar, quizá de lejos, a distancia, no llamará nunca la atención un socio de la Obra; pero, el que se acerque a él, el que lo trate, no tardará mucho en poder decir: aquí está Cristo. Porque se sentirá conmovido por ese Christi bonus odor89, que es fragancia del alma en trato continuo con el Señor.

Luz cristiana

Cada uno en su lugar, en su puesto de trabajo, los socios del Opus Dei han de dar con sinceridad, sin subterfugios ni tácticas, la luz cristiana que el pueblo y la calle esperan, porque somos para la calle y para el pueblo.

El gesto, la mirada, el modo de hablar, el modo de ver y hacer las cosas, el trato con los demás y, en general, toda la vida y el comportamiento de los miembros de la Obra, deben ir acompañados de esa sencillez que nace del ser iguales a los otros hombres. El día en que falsamente pensaran que no éramos como ellos, la calle y el pueblo se nos harían impermeables: no podríamos servir a las almas.

Así es como la Iglesia estará verdadera y sencillamente presente en todas las tareas de los hombres: con el testimonio personal de hijas e hijos suyos, seglares normales –que no son frailunos ni hacen frailadas–, que hacen viva y operante la presencia del mensaje cristiano.

Apostolado del ejemplo realizado con mentalidad laical, a través de personas que viven de su trabajo, y que no suponen, por tanto, ningún peso económico para la Iglesia, a la que sirven generosamente, sin esperar gratificación o compensación humana de ningún tipo.

Habéis de vivir, habéis de hacer vuestra tarea, con la rectitud y la nobleza de quienes, en su actuación, hacen valer su ciudadanía y su preparación profesional, no su catolicismo ni el recurso a nombres de santos o al adjetivo católico; con la alegría sobrenatural y el optimismo humano de quienes están profundamente convencidos de que el cristianismo no es una religión negativa y arrinconada, sino una afirmación gozosa en todos los ambientes del mundo: la única doctrina donde encontrarán firme fundamento y seguro progreso todas las instancias nobles del vivir terreno.

Apoyados en este ejemplo de desinterés franco y eficaz –hecho posible, alimentado, por el trato continuo con nuestro Padre Dios, por nuestra devoción confiada a Santa María, por el amor a la Iglesia y al Romano Pontífice, por la oración y por la mortificación–, habéis de procurar cultivar la amistad con vuestros colegas de profesión, con las personas que por cualquier otro motivo hayáis de tratar.

Obraréis así, hijas e hijos míos, no ciertamente para usar la amistad como táctica de penetración social: eso haría perder a la amistad el valor intrínseco que tiene; sino como una exigencia –la primera, la más inmediata– de la fraternidad humana, que los cristianos tenemos obligación de fomentar entre los hombres, por diversos que sean unos de otros.

Y al mismo tiempo, por amor a Dios: porque la amistad facilita la confidencia; y hace así posible el apostolado de la doctrina, el acercamiento al Señor de esas almas, de esos amigos cuyo bien deseamos.

Notas
87

Hch 1,1.

88

2 P 1,10.

89

2 Co 2,15.

Referencias a la Sagrada Escritura