Lista de puntos

Hay 11 puntos en «Forja» cuya materia es Mortificación → mortificaciones habituales .

Que sepas, a diario y con generosidad, fastidiarte alegre y discretamente para servir y para hacer agradable la vida a los demás.

—Este modo de proceder es verdadera caridad de Jesucristo.

Mortificaciones habituales, acostumbradas: ¡sí!, pero no seas monomaníaco.

—No han de limitarse necesariamente a las mismas: lo constante, lo habitual, lo acostumbrado —sin acostumbramiento— debe ser el espíritu de mortificación.

La santidad tiene la flexibilidad de los músculos sueltos. El que quiere ser santo sabe desenvolverse de tal manera que, mientras hace una cosa que le mortifica, omite —si no es ofensa a Dios— otra que también le cuesta y da gracias al Señor por esta comodidad. Si los cristianos actuáramos de otro modo, correríamos el riesgo de volvernos tiesos, sin vida, como una muñeca de trapo.

La santidad no tiene la rigidez del cartón: sabe sonreír, ceder, esperar. Es vida: vida sobrenatural.

Ojalá sepas cumplir ese propósito que te has fijado: "morir un poco a mí mismo, cada día".

Hasta la mortificación más insignificante te parece una epopeya. A veces, Jesús se sirve de tus "rarezas", de tus pequeñeces, para que te mortifiques, haciendo de la necesidad virtud.

Cada día un poco más —igual que al tallar una piedra o una madera—, hay que ir limando asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones, que son de dos tipos: las activas —ésas que buscamos, como florecicas que recogemos a lo largo del día—, y las pasivas, que vienen de fuera y nos cuesta aceptarlas. Luego, Jesucristo va poniendo lo que falta.

—¡Qué Crucifijo tan estupendo vas a ser, si respondes con generosidad, con alegría, del todo!

El espíritu de penitencia está principalmente en aprovechar esas abundantes pequeñeces —acciones, renuncias, sacrificios, servicios…— que encontramos cada día en el camino, convirtiéndolas en actos de amor, de contrición, en mortificaciones, y formar así un ramillete al final del día: ¡un hermoso ramo, que ofrecemos a Dios!

El mejor espíritu de sacrificio es la perseverancia en el trabajo comenzado: cuando se hace con ilusión, y cuando resulta cuesta arriba.

Somete a la consideración de tu Director espiritual tu plan de mortificaciones, para que él las modere.

—Pero moderarlas no quiere decir siempre disminuirlas, sino también aumentarlas, si lo considera conveniente. —Y, sea lo que sea, ¡acéptalo!

La mortificación ha de ser continua, como el latir del corazón: así tendremos señorío sobre nosotros mismos, y viviremos con los demás la caridad de Jesucristo.

Si unimos nuestras pequeñeces —las insignificantes y las grandes contradicciones— a los grandes sufrimientos del Señor, Víctima —¡la única Víctima es El!—, aumentará su valor, se harán un tesoro y, entonces, tomaremos a gusto, con garbo, la Cruz de Cristo.

—Y no habrá así pena que no se venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que nos quite la paz y la alegría.