Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Surco» cuya materia es Iglesia → fidelidad y amor a la Iglesia.

No podemos ser sectarios, me decían con aire de ecuanimidad, ante la firmeza de la doctrina de la Iglesia.

Después, cuando les hice ver que quien tiene la Verdad no es sectario, comprendieron su equivocación.

Para tantos momentos de la historia, que el diablo se encarga de repetir, me parecía una consideración muy acertada aquella que me escribías sobre lealtad: “llevo todo el día en el corazón, en la cabeza y en los labios una jaculatoria: ¡Roma!”

No compartiré nunca, ni en el terreno ascético ni en el jurídico, la idea de quienes piensan y viven como si servir a la Iglesia equivaliera a encumbrarse.

Te duele ver que algunos tienen la técnica de hablar de la Cruz de Cristo, sólo para remontarse y alcanzar posiciones… Son los mismos que nada de lo que ven, si no coincide con su criterio, lo consideran limpio.

—Razón de más para que perseveres en la rectitud de tus intenciones, y para que pidas al Maestro que te conceda la fuerza de repetir: «non mea voluntas, sed tua fiat!» —¡Señor, que cumpla con amor tu Voluntad Santa!

Cada día has de crecer en lealtad a la Iglesia, al Papa, a la Santa Sede… Con un amor siempre más ¡teológico!

Tienes un afán grande de amar a la Iglesia: tanto mayor, cuanto más se revuelven quienes pretenden afearla. —Me parece muy lógico: porque la Iglesia es tu Madre.

Los que no quieren entender que la fe exige servicio a la Iglesia y a las almas, tarde o temprano invierten los términos, y acaban por servirse de la Iglesia y de las almas, para sus fines personales.

Ojalá no caigas, nunca, en el error de identificar el Cuerpo Místico de Cristo con la determinada actitud, personal o pública, de uno cualquiera de sus miembros.

Y ojalá no des pie a que gente menos formada caiga en ese error.

—¡Mira si es importante tu coherencia, tu lealtad!

Aunque parezca una paradoja, no rara vez sucede que, aquellos que se llaman a sí mismos hijos de la Iglesia, son precisamente los que mayor confusión siembran.

Te quedaste muy pensativo al oírme comentar: quiero tener la sangre de mi Madre la Iglesia; no la de Alejandro, ni la de Carlomagno, ni la de los siete sabios de Grecia.

Puede suceder que haya, entre los católicos, algunos de poco espíritu cristiano; o que den esa impresión a quienes les tratan en un determinado momento.

Pero, si te escandalizaras de esta realidad, darías muestra de conocer poco la miseria humana y… tu propia miseria. Además, no es justo ni leal tomar ocasión de las debilidades de esos pocos, para difamar a Cristo y a su Iglesia.

“¡Mientras no me hagan pecar!” —Recio comentario de aquella pobre criatura, casi aniquilada, en su vida personal y en sus afanes de hombre y de cristiano, por enemigos poderosos.

—Medita y aprende: ¡mientras no te hagan pecar!

Referencias a la Sagrada Escritura