Lista de puntos

Hay 8 puntos en «Surco» cuya materia es Jesucristo → Humanidad Santísima del Señor.

¡Cómo sería la mirada alegre de Jesús!: la misma que brillaría en los ojos de su Madre, que no puede contener su alegría —«Magnificat anima mea Dominum!» —y su alma glorifica al Señor, desde que lo lleva dentro de sí y a su lado.

¡Oh, Madre!: que sea la nuestra, como la tuya, la alegría de estar con El y de tenerlo.

A veces, cara a esas almas dormidas, entran unas ansias locas de gritarles, de sacudirlas, de hacerlas reaccionar, para que salgan de ese sopor terrible en que se hallan sumidas. ¡Es tan triste ver cómo andan, dando palos de ciego, sin acertar con el camino!

—Cómo comprendo ese llanto de Jesús por Jerusalén, como fruto de su caridad perfecta…

Sería lamentable que alguno concluyera, al ver desenvolverse a los católicos en la vida social, que se mueven con encogimiento y capitidisminución.

No cabe olvidar que nuestro Maestro era —¡es!— «perfectus Homo» —perfecto Hombre.

Perdonar. ¡Perdonar con toda el alma y sin resquicio de rencor! Actitud siempre grande y fecunda.

—Ese fue el gesto de Cristo al ser enclavado en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”, y de ahí vino tu salvación y la mía.

Mira: tenemos que amar a Dios no sólo con nuestro corazón, sino con el “Suyo”, y con el de toda la humanidad de todos los tiempos…: si no, nos quedaremos cortos para corresponder a su Amor.

¡Gracias, Jesús mío!, porque has querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazón amante y amabilísimo, que ama hasta la muerte y sufre; que se llena de gozo y de dolor; que se entusiasma con los caminos de los hombres, y nos muestra el que lleva al Cielo; que se sujeta heroicamente al deber, y se conduce por la misericordia; que vela por los pobres y por los ricos; que cuida de los pecadores y de los justos…

—¡Gracias, Jesús mío, y danos un corazón a la medida del Tuyo!

Acostúmbrate a poner tu pobre corazón en el Dulce e Inmaculado Corazón de María, para que te lo purifique de tanta escoria, y te lleve al Corazón Sacratísimo y Misericordioso de Jesús.

El Señor convirtió a Pedro —que le había negado tres veces— sin dirigirle ni siquiera un reproche: con una mirada de Amor.

—Con esos mismos ojos nos mira Jesús, después de nuestras caídas. Ojalá podamos decirle, como Pedro: “¡Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo!”, y cambiemos de vida.

Referencias a la Sagrada Escritura
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