Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Surco» cuya materia es Jesucristo → identificación con Cristo.

En tu vida hay dos piezas que no encajan: la cabeza y el sentimiento.

La inteligencia —iluminada por la fe— te muestra claramente no sólo el camino, sino la diferencia entre la manera heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y la hermosura divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos.

El sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran esperando cualquier oportunidad, y tan pronto como —por cansancio físico o por pérdida de visión sobrenatural— tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de medios; las luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo de la mediocridad espiritual… Y, a veces, también el miedo: miedo porque sabes que Dios te quiere santo y no lo eres.

Permíteme que te hable con crudeza. Te sobran “motivos” para volver la cara, y te faltan arrestos para corresponder a la gracia que El te concede, porque te ha llamado a ser otro Cristo, «ipse Christus!» —el mismo Cristo. Te has olvidado de la amonestación del Señor al Apóstol: “¡te basta mi gracia!”, que es una confirmación de que, si quieres, puedes.

Al considerar que son muchos los que desaprovechan la gran ocasión, y dejan pasar de largo a Jesús, piensa: ¿de dónde me viene a mí esa llamada clara, tan providencial, que me mostró mi camino?

—Medítalo a diario: el apóstol ha de ser siempre otro Cristo, el mismo Cristo.

Déjame que, como hasta ahora, te siga hablando en confidencia: me basta tener delante de mí un Crucifijo, para no atreverme a hablar de mis sufrimientos… Y no me importa añadir que he sufrido mucho, siempre con alegría.

Perseverar es persistir en el amor, «per Ipsum et cum Ipso et in Ipso…», que realmente podemos interpretar también así: ¡El!, conmigo, por mí y en mí.

Tus parientes, tus colegas, tus amistades, van notando el cambio, y se dan cuenta de que lo tuyo no es una transición momentánea, de que ya no eres el mismo.

—No te preocupes, ¡sigue adelante!: se cumple el «vivit vero in me Christus» —ahora es Cristo quien vive en ti.

¿Has visto la escena? —Un sargento cualquiera o un alferecillo con poco mando…; de frente, se acerca un recluta bien plantado, de incomparables mejores condiciones que los oficiales, y no falta el saludo ni la contestación.

Medita en el contraste. —Desde el Sagrario de esa iglesia, Cristo —perfecto Dios, perfecto Hombre—, que ha muerto por ti en la Cruz, y que te da todos los bienes que necesitas…, se te acerca. Y tú, pasas sin fijarte.

¿Cómo pretendes seguir a Cristo, si giras solamente alrededor de ti mismo?

Se vive de modo tan precipitado, que la caridad cristiana ha pasado a constituir un fenómeno raro, en este mundo nuestro; aunque —al menos de nombre— se predica a Cristo…

—Te lo concedo. Pero, ¿qué haces tú que, como católico, has de identificarte con El y seguir sus huellas?: porque nos ha indicado que hemos de ir a enseñar su doctrina a todas las gentes, ¡a todas!, y en todos los tiempos.

Te ha entusiasmado ese espíritu de hermandad y compañerismo, que descubriste inesperadamente… —Claro: es algo que habías soñado con tanta fuerza, pero que nunca habías visto. No lo habías visto, porque los hombres olvidan que son hermanos de Cristo, de ese amable Hermano nuestro, que entregó su vida por los otros, por todos y por cada uno, sin condiciones.

Pena grande te produjo el comentario, bien poco cristiano, de aquella persona: “perdona a tus enemigos —te decía—: ¡no imaginas la rabia que les da!”

—No te pudiste contener, y replicaste con paz: “no quiero baratear el amor con la humillación del prójimo. Perdono, porque amo, con hambre de imitar al Maestro”.

Cuando se choca con la amarga injusticia de esta vida, ¡cómo se goza el alma recta, al pensar en la Justicia eterna de su Dios eterno!

—Y, dentro del conocimiento de sus propias miserias, se le escapa, con eficaces deseos, aquella exclamación paulina: «non vivo ego» —¡no soy yo quien vive ahora!, ¡es Cristo quien vive en mí!: y vivirá eternamente.

Nuestro Señor Jesús lo quiere: es preciso seguirle de cerca. No hay otro camino. Esa es la obra del Espíritu Santo en cada alma —en la tuya—: sé dócil, no opongas obstáculos a Dios, hasta que haga de tu pobre carne un Crucifijo.

Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura