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«Benedixisti –se lee en la Sagrada Escritura–, Domine, terram tuam; avertisti captivitatem Iacob»11; Señor, has bendecido tu tierra, has destruido la cautividad de Jacob. Repito que ya no nos sentimos esclavos, sino libres: todo nos lleva a Dios. Y, en ese caminar por la senda del Opus Dei, vamos seguros, porque tenemos la dirección que hace imposible que nos equivoquemos: la confesión y la charla confidencial con vuestro hermano, si son sinceras, si no se da cabida al demonio mudo. En nuestro andar espiritual tenemos, en cada momento, algo parecido a esas señales que se ven en las carreteras, para orientar a los viajeros. No es posible –repito–, de ninguna manera, que un socio o una asociada del Opus Dei –si es fiel a nuestro espíritu– se extravíe en las vueltas y revueltas de su vida interior.

Así el alma se enciende con las luces alcanzadas del Cantar: «Surgam et circuibo civitatem»12; me alzaré y rodearé la ciudad… Y no sólo la ciudad: «Per vicos et plateas quæram quem diligit anima mea»13. Buscaré al que ama mi alma por las calles y las plazas… Correré de una parte a otra del mundo –por todas las naciones, por todos los pueblos, por senderos y trochas– para buscar la paz de mi alma. Y la encuentro en las cosas que vienen de fuera, que no me son estorbo; que son, al contrario, vereda y escalón para acercarme más y más, y más y más unirme a Dios.

Y cuando llega la época –que tiene que llegar, con mayor o menor fuerza– de los contrastes, de la lucha, de la tribulación, de la purgación pasiva, nos pone el salmista en la boca y en la vida aquellas palabras: «Cum ipso ero in tribulatione»14, con Él estoy en el tiempo de la adversidad. ¿Qué vale, Jesús, ante tu Cruz la mía; ante tus Llagas mis rasguños? ¿Qué vale, ante tu Amor inmenso, puro e infinito, esta pobrecita cruz que has puesto Tú en mi alma? Y los corazones vuestros, y el mío, se llenan de un celo santo: «Ut nuntietis ei quia amore langueo»15, para que le digáis que muero de amor. Es una enfermedad noble, divina: ¡somos los aristócratas del Amor en el mundo!, puedo decir con la expresión de un viejo amigo mío.

No vivimos nosotros, sino que es Cristo quien en nosotros vive16. Hay una sed de Dios, un deseo de buscar sus lágrimas, sus palabras, su sonrisa, su rostro… No encuentro mejor modo de decirlo que volviendo a emplear las frases del salmo: «Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum»17, como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así te anhela mi alma, ¡oh Dios mío!

Paz. Sentirse metidos en Dios, endiosados. Refugiarse en el Costado de Cristo. Saber que cada uno, con ansias, espera el amor de Dios: del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Y el celo apostólico se enciende, aumenta cada día, porque el bien es difusivo. Queremos sembrar en el mundo entero la alegría y la paz, regar todas las almas con las aguas redentoras que brotan del Costado abierto de Cristo, hacer todas las cosas por Amor. Entonces no hay tristezas, ni penas, ni dolores: desaparecen en cuanto se acepta de veras la voluntad de Dios, en cuanto se cumplen con gusto sus deseos, como hacen los hijos fieles, aunque los nervios se rompan y el suplicio parezca insoportable.

Notas
11

Ant. ad Intr. (Sal 85[84],2).

12

Ct 3,2.

13

Ibid.

14

Cfr. Sal 91[90],15.

15

Ct 5,8.

16

Cfr. Ga 2,20.

17

Sal 42[41],2.

Referencias a la Sagrada Escritura
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