66

Sabéis que el Padre os abre su corazón con sinceridad. No creo en ese refrán que dice: año nuevo, vida nueva. En veinticuatro horas no se cambia nada. Sólo el Señor, con su gracia, puede convertir en un momento a Saulo, de perseguidor de los cristianos en Apóstol. Le derriba del caballo, le deja ciego, le humilla, le hace ir a un hombre, Ananías11, para que le diga lo que tiene que hacer. Y Saulo era uno de los grandes de Israel, educado en la cátedra de Gamaliel, y además ciudadano romano2. ¿Os acordáis?: «civis romanus sum!». Me gusta. Me gusta que también vosotros os sintáis ciudadanos de vuestro país; con todos los derechos, porque cumplís todos los deberes.

¿Creéis que sin un milagro grande, un hombre comodón que se mueve con desgana, sin agilidad, que no hace gimnasia, puede ganar una competición internacional de deporte? San Pablo acude a ese símil, y yo también. Sólo luchando repetidamente –venciendo unas veces, y otras no– en cosas pequeñas, que de suyo no son pecado, que no tienen una sanción moral muy fuerte, sino que son debilidades humanas, faltas de amor, faltas de generosidad; sólo una persona que hace cada día su gimnasia podrá decir con verdad que, al final, tendrá una vida nueva. Sólo quien hace esa gimnasia espiritual llegará.

Mirad lo que dice San Pablo: «Nolite conformari huic sæculo, sed reformamini in novitate sensus vestri, ut probetis quæ sit voluntas Dei bona et beneplacens et perfecta»3. Procurad reformaros con un nuevo sentido de la vida; tratando de comprender aquellas cosas que son buenas, de más valor, más agradables a Dios, más perfectas; y seguidlas.

¿Acaso no ocurre así en el ejercicio gimnástico constante, en el deporte?: tres centímetros más, una décima de segundo menos. Y de pronto, un percance: uno salta y se tuerce un tobillo, ¡qué desastre! Quizá porque se descuidó, y engordó y perdió la forma. Hijos míos, si esa criatura, si esa alma sigue luchando, aquel percance no ha tenido ninguna categoría. Es, a lo sumo, una faltita pequeña; porque está haciendo su gimnasia para conseguir una marca mejor, esforzándose en cosas que son más buenas, de más valor: esas que si no se hacen no ofenden a Dios, porque no son pecado. Así, poco a poco, sin daros apenas cuenta, para que no se meta la soberbia, iréis –iremos– reformándonos con un nuevo sentido de la vida: in novitate sensus. Y tendremos una vida nueva.

Consideradlo cada uno de vosotros en vuestra oración personal. Cada uno sacará una luz particular: unos, muchas luces; otros, sólo chispazos; alguno se dormirá, y no sacará nada; pero cuando despierte, verá que sí, que tiene luz. Vale la pena, hijos míos, considerar atentamente estas palabras del Apóstol.

Notas
1

Cfr. Hch 9,3 ss.

2

Cfr. Hch 22,25.

3

Rm 12,2.

Referencias a la Sagrada Escritura
Este punto en otro idioma