77

Te agradezco, Señor, tu continua protección y la realidad de que hayas querido intervenir, en ocasiones de modo bien patente –yo no lo pedía, ¡no lo merezco!– para que no quede ninguna duda de que la Obra es tuya, sólo tuya y enteramente tuya. Viene a mi memoria esa maravilla de la filiación divina. Fue un día de mucho sol, en medio de la calle, en un tranvía: Abba, Pater!, Abba, Pater!…

Gracias, Señor, porque no hay nadie predicando en el presbiterio. Hubiera sido justo que me nombrara, y yo habría pasado un mal rato. También hubiese sido una injusticia, porque no he hecho nada, he sido siempre un obstáculo… Cualquiera de mis hijos hubiera dicho cosas enternecedoras, pero yo –avergonzado– habría salido despacito del oratorio, tomando la puerta sin hacer ruido… Gracias, por haber tenido esta delicadeza conmigo.

Beata Maria intercedente… Ahora todo me parece pasmoso. ¡Si no he hecho más que estorbar! No pensaba hablaros hoy, hijos míos, y no preparé nada, ni siquiera mentalmente. Estoy sólo haciendo mi oración personal, en voz alta. Hacedla vosotros también, por vuestra cuenta.

No me deis gracias. Agradeced todo al Señor, a Nuestra Madre, a Nuestro Padre y Señor San José, que es patrono de nuestra vida espiritual y da fortaleza a esta ascética nuestra, que es mística; a este hecho colosal de la vida contemplativa en medio de la calle.

Gracias, Señor, porque me han tratado como a un trapo, aunque ha sido poco para lo que yo me merecía. Me has contemplado en este deporte sobrenatural, y has visto que mis músculos eran desproporcionados para salir adelante en este combate por mis propias fuerzas, y llamarme vencedor. Siento de verdad la humillación de que no tengo, ni tenía, ni he tenido nunca las condiciones personales necesarias para hacer una labor tan divina. Señor, estoy profundamente humillado por no haber sabido corresponder como debía. Profundamente humillado y agradecido con toda mi alma: ex toto corde, ex tota anima!

Este punto en otro idioma