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En momentos de desorientación general, cuando clamas al Señor por ¡sus almas!, parece como si no te oyera, como si se hiciera sordo a tus llamadas. Incluso llegas a pensar que tu trabajo apostólico es vano.

—¡No te preocupes! Sigue trabajando con la misma alegría, con la misma vibración, con el mismo afán. —Déjame que insista: cuando se trabaja por Dios, ¡nada es infecundo!

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