Lista de puntos

Hay 4 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Amor de Dios → agradar a Dios.

Quizá alguno de vosotros piense que me estoy refiriendo exclusivamente a un sector de personas selectas. No os engañéis tan fácilmente, movidos por la cobardía o por la comodidad. Sentid, en cambio, la urgencia divina de ser cada uno otro Cristo, ipse Christus, el mismo Cristo; en pocas palabras, la urgencia de que nuestra conducta discurra coherente con las normas de la fe, pues no es la nuestra –ésa que hemos de pretender– una santidad de segunda categoría, que no existe. Y el principal requisito que se nos pide –bien conforme a nuestra naturaleza–, consiste en amar: la caridad es el vínculo de la perfección10; caridad, que debemos practicar de acuerdo con los mandatos explícitos que el mismo Señor establece: amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente11, sin reservarnos nada. En esto consiste la santidad.

Con esta perspectiva, convenceos de que si de veras deseamos seguir de cerca al Señor y prestar un servicio auténtico a Dios y a la humanidad entera, hemos de estar seriamente desprendidos de nosotros mismos: de los dones de la inteligencia, de la salud, de la honra, de las ambiciones nobles, de los triunfos, de los éxitos.

Me refiero también –porque hasta ahí debe llegar tu decisión– a esas ilusiones limpias, con las que buscamos exclusivamente dar toda la gloria a Dios y alabarle, ajustando nuestra voluntad a esta norma clara y precisa: Señor, quiero esto o aquello solo si a Ti te agrada, porque si no, a mí, ¿para qué me interesa? Asestamos así un golpe mortal al egoísmo y a la vanidad, que serpean en todas las conciencias; de paso que alcanzamos la verdadera paz en nuestras almas, con un desasimiento que acaba en la posesión de Dios, cada vez más íntima y más intensa.

Para imitar a Jesucristo, el corazón ha de estar enteramente libre de apegamientos. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Pues quien quisiera salvar su vida, la perderá; mas quien perdiere su vida por amor de mí, la encontrará. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?8. Y comenta San Gregorio: «No bastaría vivir desprendidos de las cosas, si no renunciáramos además a nosotros mismos. Pero... ¿a dónde iremos fuera de nosotros? ¿Quién es el que renuncia, si a sí mismo se deja?

»Sabed que una es la situación nuestra en cuanto caídos por el pecado; y otra, en cuanto formados por Dios. De una forma hemos sido creados, y en otra distinta nos encontramos a causa de nosotros mismos. Renunciémonos, en lo que nos hemos convertido pecando, y mantengámonos como hemos sido constituidos por la gracia. Así, el que ha sido soberbio, si, convertido a Cristo, se hace humilde, ya ha renunciado a sí mismo; si un lujurioso cambia a una vida continente, también se ha renunciado en lo que antes era; si un avariento deja de codiciar y, en lugar de apoderarse de lo ajeno, comienza a ser generoso con lo propio, ciertamente se ha negado a sí mismo»9.

No os escondo que, a lo largo de estos años, se me han acercado algunos, y compungidos de dolor me han dicho: Padre, no sé qué me pasa, me encuentro cansado y frío; mi piedad, antes tan segura y llana, me parece una comedia... Pues a los que atraviesan esa situación, y a todos vosotros, contesto: ¿una comedia? ¡Gran cosa! El Señor está jugando con nosotros como un padre con sus hijos.

Se lee en la Escritura: ludens in orbe terrarum17, que Él juega en toda la redondez de la tierra. Pero Dios no nos abandona, porque inmediatamente añade: deliciae meae esse cum filiis hominum18, son mis delicias estar con los hijos de los hombres. ¡El Señor juega con nosotros! Y cuando se nos ocurra que estamos interpretando una comedia, porque nos sintamos helados, apáticos; cuando estemos disgustados y sin voluntad; cuando nos resulte arduo cumplir nuestro deber y alcanzar las metas espirituales que nos hayamos propuesto, ha sonado la hora de pensar que Dios juega con nosotros, y espera que sepamos representar nuestra comedia con gallardía.

No me importa contaros que el Señor, en ocasiones, me ha concedido muchas gracias; pero de ordinario yo voy a contrapelo. Sigo mi plan no porque me guste, sino porque debo hacerlo, por Amor. Pero, Padre, ¿se puede interpretar una comedia con Dios?, ¿no es eso una hipocresía? Quédate tranquilo: para ti ha llegado el instante de participar en una comedia humana con un espectador divino. Persevera, que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, contemplan esa comedia tuya; realiza todo por amor a Dios, por agradarle, aunque a ti te cueste.

¡Qué bonito es ser juglar de Dios! ¡Qué hermoso recitar esa comedia por Amor, con sacrificio, sin ninguna satisfacción personal, por agradar a Nuestro Padre Dios, que juega con nosotros! Encárate con el Señor, y confíale: no tengo ningunas ganas de ocuparme de esto, pero lo ofreceré por Ti. Y ocúpate de verdad de esa labor, aunque pienses que es una comedia. ¡Bendita comedia! Te lo aseguro: no se trata de hipocresía, porque los hipócritas necesitan público para sus pantomimas. En cambio, los espectadores de esa comedia nuestra –déjame que te lo repita– son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; la Virgen Santísima, San José y todos los Ángeles y Santos del Cielo. Nuestra vida interior no encierra más espectáculo que ése: es Cristo que pasa quasi in occulto19.

Iubilate Deo. Exsultate Deo adiutori nostro20. Alabad a Dios. Saltad de alegría en el Señor, nuestra única ayuda. Jesús, quien no lo comprenda, no conoce nada de amores, ni de pecados, ¡ni de miserias! Yo soy un pobre hombre, y entiendo de pecados, de amores y de miserias. ¿Sabéis lo que es estar levantado hasta el corazón de Dios? ¿Comprendéis que un alma se enfrente con el Señor, le abra su corazón, le cuente sus quejas? Yo me quejo, por ejemplo, cuando se lleva junto a Él a gente de edad temprana, cuando aún podría servirle y amarle muchos años en la tierra; porque no lo entiendo. Pero son gemidos de confianza, pues sé que, si me apartara de los brazos de Dios, tropezaría enseguida. Por eso, inmediatamente, despacio, mientras acepto los designios del Cielo, añado: hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. Amén. Amén.

Este es el modo de proceder que nos enseña el Evangelio, la picardía más santa y la fuente de eficacia para el trabajo apostólico; y este es el manantial de nuestro amor y de nuestra paz de hijos de Dios, y la senda por la que podemos transmitir cariño y serenidad a los hombres, y solo por esto lograremos acabar en el Amor nuestros días, habiendo santificado nuestro trabajo, y buscando ahí la felicidad escondida de las cosas de Dios. Nos conduciremos con la santa desvergüenza de los niños, y rechazaremos la vergüenza –la hipocresía– de los mayores, que se atemorizan de volver a su Padre, cuando han pasado por el fracaso de una caída.

Termino con el saludo del Señor, que recoge hoy el Santo Evangelio: pax vobis! La paz sea con vosotros... Y llenáronse de gozo los discípulos a la vista del Señor21, de ese Señor que nos acompaña al Padre.

Notas
10

Col III, 14.

11

Mt XXII, 37.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
8

Mt XVI, 24-26.

9

S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia, 32, 2 (PL 76, 1233).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
17

Prv VIII, 31.

18

Ibidem.

19

Cfr. Ioh VII, 10.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
20

Ps LXXX, 2 (Introito de la Misa).

21

Ioh XX, 1920.

Referencias a la Sagrada Escritura