Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Apostolado → santa pureza .

Que Jesucristo es el modelo nuestro, de todos los cristianos, lo conocéis perfectamente porque lo habéis oído y meditado con frecuencia. Lo habéis enseñado además a tantas almas, en ese apostolado –trato humano con sentido divino– que forma ya parte de vuestro yo; y lo habéis recordado, cuando era conveniente, sirviéndoos de ese medio maravilloso de la corrección fraterna, para que el que os escuchaba comparase su comportamiento con el de nuestro Hermano primogénito, el Hijo de María, Madre de Dios y Madre nuestra.

Jesús es el modelo. Lo ha dicho Él: discite a me1, aprended de Mí. Y hoy deseo hablaros de una virtud que sin ser la única ni la primera, sin embargo actúa en la vida cristiana como la sal que preserva de la corrupción, y constituye la piedra de toque para el alma apostólica: la virtud de la santa pureza.

Ciertamente, la caridad teologal se nos muestra como la virtud más alta; pero la castidad resulta la condición sine qua non, un medio imprescindible para lograr ese diálogo íntimo con Dios; y cuando no se guarda, si no se lucha, se acaba ciego; no se ve nada, porque el hombre animal no puede percibir las cosas que son del Espíritu de Dios2.

Nosotros queremos mirar con ojos limpios, animados por la predicación del Maestro: bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios3. La Iglesia ha presentado siempre estas palabras como una invitación a la castidad. «Guardan un corazón sano, escribe San Juan Crisóstomo, los que poseen una conciencia completamente limpia o los que aman la castidad. Ninguna virtud es tan necesaria como esta para ver a Dios»4.

Llevar a Dios en nuestros cuerpos

Siempre me ha causado mucha pena la norma de algunos –¡de tantos!– que escogen, como pauta constante de sus enseñanzas, la impureza; con lo que logran –lo he comprobado en bastantes almas– lo contrario de lo que pretenden, porque es materia más pegajosa que la pez, y deforma las conciencias con complejos o con miedos, como si la limpieza de alma fuese un obstáculo poco menos que insuperable. Nosotros, no; nosotros hemos de tratar de la santa pureza con razonamientos positivos y límpidos, con palabras modestas y claras.

Discurrir sobre este tema significa dialogar sobre el Amor. Acabo de señalaros que me ayuda, para esto, acudir a la Humanidad Santísima de Nuestro Señor, a esa maravilla inefable de Dios que se humilla hasta hacerse hombre, y que no se siente degradado por haber tomado carne como la nuestra, con todas sus limitaciones y flaquezas, menos el pecado; y esto, ¡porque nos ama con locura! Él no se rebaja con su anonadamiento; en cambio, a nosotros, nos eleva, nos deifica en el cuerpo y en el alma. Responder que sí a su Amor, con un cariño claro, ardiente y ordenado, eso es la virtud de la castidad.

Hemos de gritar al mundo entero, con la boca y con el testimonio de nuestra conducta: no emponzoñemos el corazón, como si fuéramos pobres bestias, dominados por los instintos más bajos. Un escritor cristiano así lo explica: «Mirad que no es pequeño el corazón del hombre, pues abraza tantas cosas. Medid esa grandeza no en sus dimensiones físicas, sino en el poder de su pensamiento, capaz de alcanzar el conocimiento de tantas verdades. En el corazón es posible preparar el camino del Señor, trazar una senda derecha, para que pasen por allí el Verbo y la Sabiduría de Dios. Con una conducta honesta, con obras irreprochables, preparad el camino del Señor, aplanad el sendero, para que el Verbo de Dios camine en vosotros sin tropiezo y os dé el conocimiento de sus misterios y de su venida»14.

Nos revela la Escritura Santa que esa obra grandiosa de la santificación, tarea oculta y magnífica del Paráclito, se verifica en el alma y en el cuerpo. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?, clama el Apóstol. ¿He de abusar de los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? (...) ¿Por ventura no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no os pertenecéis, puesto que fuisteis comprados a gran precio? Glorificad a Dios y llevadle en vuestro cuerpo15.

Los medios para vencer

Veamos con qué recursos contamos siempre los cristianos para vencer en esta lucha por guardar la castidad: no como ángeles, sino como mujeres y hombres sanos, fuertes, ¡normales! Venero con toda el alma a los ángeles, me une a ese ejército de Dios una gran devoción; pero compararnos con ellos no me gusta, porque los ángeles tienen una naturaleza distinta de la nuestra, y esa equiparación supondría un desorden.

En muchos ambientes se ha generalizado un clima de sensualidad que, unido a la confusión doctrinal, lleva a tantos a justificar cualquier aberración o, al menos, a demostrar la tolerancia más indiferente por toda clase de costumbres licenciosas.

Hemos de ser lo más limpios que podamos, con respeto al cuerpo, sin miedo, porque el sexo es algo santo y noble –participación en el poder creador de Dios–, hecho para el matrimonio. Y, así, limpios y sin miedo, con vuestra conducta daréis el testimonio de la posibilidad y de la hermosura de la santa pureza.

En primer término, nos empeñaremos en afinar nuestra conciencia, ahondando lo necesario hasta tener seguridad de haber adquirido una buena formación, distinguiendo bien entre la conciencia delicada –auténtica gracia de Dios– y la conciencia escrupulosa, que es algo muy diverso.

Cuidad esmeradamente la castidad, y también aquellas otras virtudes que forman su cortejo –la modestia y el pudor–, que resultan como su salvaguarda. No paséis con ligereza por encima de esas normas que son tan eficaces para conservarse dignos de la mirada de Dios: la custodia atenta de los sentidos y del corazón; la valentía –la valentía de ser cobarde– para huir de las ocasiones; la frecuencia de los sacramentos, de modo particular la Confesión sacramental; la sinceridad plena en la dirección espiritual personal; el dolor, la contrición, la reparación después de las faltas. Y todo ungido con una tierna devoción a Nuestra Señora, para que Ella nos obtenga de Dios el don de una vida santa y limpia.

Notas
1

Mt XI, 29.

2

1 Cor II, 14

3

Mt V, 8.

4

S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum homiliae, 15, 4 (PG 57, 227).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
14

Orígenes, In Lucam homiliae, XXI (PG 13, 1856).

15

1 Cor VI, 15, 19-20.

Referencias a la Sagrada Escritura