Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Camino» cuya materia es Humildad → humildad y olvido de sí.

Poco recio es tu carácter: ¡qué afán de meterte en todo! —Te empeñas en ser la sal de todos los platos... Y —no te enfadarás porque te hable claro— tienes poca gracia para ser sal: y no eres capaz de deshacerte y pasar inadvertido a la vista, igual que ese condimento.

Te falta espíritu de sacrificio. Y te sobra espíritu de curiosidad y de exhibición.

No desaproveches la ocasión de rendir tu propio juicio. —Cuesta..., pero ¡qué agradable es a los ojos de Dios!

Agradece, como un favor muy especial, ese santo aborrecimiento que sientes de ti mismo.

Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o «cuquería» el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos.

¡Ah, si te propusieras servir a Dios «seriamente», con el mismo empeño que pones en servir tu ambición, tus vanidades, tu sensualidad!...

Que tu virtud no sea una virtud sonora.

Tú, sabio, renombrado, elocuente, poderoso: si no eres humilde, nada vales. —Corta, arranca ese «yo», que tienes en grado superlativo —Dios te ayudará—, y entonces podrás comenzar a trabajar por Cristo, en el último lugar de su ejército de apóstoles.

Al perder aquellos consuelos humanos te has quedado con una sensación de soledad, como pendiente de un hilillo sobre el vacío de negro abismo. —Y tu clamor, tus gritos de auxilio, parece que no los escucha nadie.

Bien merecido tienes ese desamparo. —Sé humilde, no te busques a ti, ni busques tu comodidad: ama la Cruz —soportarla es poco— y el Señor oirá tu oración. —Y se encalmarán tus sentidos. —Y tu corazón volverá a cerrarse. —Y tendrás paz.

¡Oh, Dios mío: cada día estoy menos seguro de mí y más seguro de Ti!

Tu propia voluntad, tu propio juicio: eso es lo que te inquieta.

«Deo omnis gloria». —Para Dios toda la gloria. —Es una confesión categórica de nuestra nada. Él, Jesús, lo es todo. Nosotros, sin Él, nada valemos: nada.

Nuestra vanagloria sería eso: gloria vana; sería un robo sacrílego; el «yo» no debe aparecer en ninguna parte.

Da «toda» la gloria a Dios. —«Exprime» con tu voluntad, ayudado por la gracia, cada una de tus acciones, para que en ellas no quede nada que huela a humana soberbia, a complacencia de tu «yo».