Lista de puntos

Hay 46 puntos en «Camino» cuya materia es Caridad → amor a Dios y a los hombres.

No tengas espíritu pueblerino. —Agranda tu corazón, hasta que sea universal, «católico».

No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas.

Egoísta. —Tú, siempre a «lo tuyo». —Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo: en los demás, no ves hermanos; ves peldaños.

Presiento tu fracaso rotundo. —Y, cuando estés hundido, querrás que vivan contigo la caridad que ahora no quieres vivir.

Tú no serás caudillo si en la masa sólo ves el escabel para alcanzar altura. —Tú serás caudillo si tienes ambición de salvar todas las almas.

No puedes vivir de espaldas a la muchedumbre: es menester que tengas ansias de hacerla feliz.

¿No presientes que te aguarda más paz y más unión cuando hayas correspondido a esa gracia extraordinaria que te exige un total desasimiento?

—Lucha por Él, por darle gusto: pero fortalece tu esperanza.

Tienes miedo de hacerte, para todos, frío y envarado. ¡Tanto quieres despegarte!

—Deja esa preocupación: si eres de Cristo —¡todo de Cristo!—, para todos tendrás —también de Cristo— fuego, luz y calor.

Esa palabra acertada, el chiste que no salió de tu boca; la sonrisa amable para quien te molesta; aquel silencio ante la acusación injusta; tu bondadosa conversación con los cargantes y los inoportunos; el pasar por alto cada día, a las personas que conviven contigo, un detalle y otro fastidiosos e impertinentes... Esto, con perseverancia, sí que es sólida mortificación interior.

Bebamos hasta la última gota del cáliz del dolor en la pobre vida presente. —¿Qué importa padecer diez años, veinte, cincuenta..., si luego es el cielo para siempre, para siempre..., para siempre?

—Y, sobre todo —mejor que la razón apuntada, «propter retributionem»—, ¿qué importa padecer si se padece por consolar, por dar gusto a Dios nuestro Señor, con espíritu de reparación, unido a Él en su Cruz, en una palabra: si se padece por Amor?...

Estos son los frutos sabrosos del alma mortificada: comprensión y transigencia para las miserias ajenas; intransigencia para las propias.

Si pierdes el sentido sobrenatural de tu vida, tu caridad será filantropía; tu pureza, decencia; tu mortificación, simpleza; tu disciplina, látigo, y todas tus obras, estériles.

Distraerte. —¡Necesitas distraerte!..., abriendo mucho tus ojos para que entren bien las imágenes de las cosas, o cerrándolos casi, por exigencia de tu miopía...

¡Ciérralos del todo!: ten vida interior, y verás, con color y relieve insospechados, las maravillas de un mundo mejor, de un mundo nuevo: y tratarás a Dios..., y conocerás tu miseria..., y te endiosarás... con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres.

Pureza de intención. —La tendrás siempre, si, siempre y en todo, sólo buscas agradar a Dios.

Misionero. —Sueñas con ser misionero. Tienes vibraciones a lo Xavier: y quieres conquistar para Cristo un imperio. —¿El Japón, China, la India, Rusia..., los pueblos fríos del norte de Europa, o América, o África, o Australia?

—Fomenta esos incendios en tu corazón, esas hambres de almas. Pero no me olvides que eres más misionero «obedeciendo». Lejos geográficamente de esos campos de apostolado, trabajas «aquí» y «allí»: ¿no sientes —¡como Xavier!— el brazo cansado después de administrar a tantos el bautismo?

La caridad de Jesucristo te llevará a muchas concesiones... nobilísimas. —Y la caridad de Jesucristo te llevará a muchas intransigencias..., nobilísimas también.

Dice el Señor: «Un mandato nuevo os doy: que os améis los unos a los otros. En esto conocerán que sois mis discípulos».

—Y San Pablo: «Llevad unos la carga de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo».

—Yo no te digo nada.

Sé intransigente en la doctrina y en la conducta. —Pero sé blando en la forma. —Maza de acero poderosa, envuelta en funda acolchada.

Sé intransigente, pero no seas cerril.

No pidas a Jesús perdón tan sólo de tus culpas: no le ames con tu corazón solamente...

Desagráviale por todas las ofensas que le han hecho, le hacen y le harán..., ámale con toda la fuerza de todos los corazones de todos los hombres que más le hayan querido.

Sé audaz: dile que estás más loco por Él que María Magdalena, más que Teresa y Teresita..., más chiflado que Agustín y Domingo y Francisco, más que Ignacio y Javier.

El secreto para dar relieve a lo más humilde, aun a lo más humillante, es amar.

¡Qué poco es una vida para ofrecerla a Dios!...

Castigar por Amor: este es el secreto para elevar a un plano sobrenatural la pena impuesta a quienes la merezcan.

Por amor de Dios, a quien se ofende, sirva la pena de expiación: por amor al prójimo por Dios, sirva la pena, jamás de venganza, sino de medicina saludable.

¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y... no me he vuelto loco?

Señor: que tenga peso y medida en todo... menos en el Amor.

Vive de Amor y vencerás siempre —aunque seas vencido— en las Navas1 y los Lepantos2 de tu lucha interior.

¡Loco! —Ya te vi —te creías solo en la capilla episcopal— poner en cada cáliz y en cada patena, recién consagrados, un beso: para que se lo encuentre Él, cuando por primera vez «baje» a esos vasos eucarísticos.

No admitas un mal pensamiento de nadie, aunque las palabras u obras del interesado den pie para juzgar así razonablemente.

Esfuérzate, si es preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te ha perdonado Dios a ti.

Una característica muy importante del varón apostólico es amar la Misa.

La Misa es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto.

¿No es raro que muchos cristianos, pausados y hasta solemnes para la vida de relación (no tienen prisa), para sus poco activas actuaciones profesionales, para la mesa y para el descanso (tampoco tienen prisa), se sientan urgidos y urjan al Sacerdote, en su afán de recortar, de apresurar el tiempo dedicado al Sacrificio Santísimo del Altar?

«¡Tratádmelo bien, tratádmelo bien!», decía, entre lágrimas, un anciano Prelado a los nuevos Sacerdotes que acababa de ordenar.

—¡Señor!: ¡Quién me diera voces y autoridad para clamar de este modo al oído y al corazón de muchos cristianos, de muchos!

¡Cuántos años comulgando a diario! —Otro sería santo —me has dicho—, y yo ¡siempre igual!

—Hijo —te he respondido—, sigue con la diaria Comunión, y piensa: ¿qué sería yo, si no hubiera comulgado?

Comunión, unión, comunicación, confidencia: Palabra, Pan, Amor.

Comulga. —No es falta de respeto. —Comulga hoy precisamente, cuando acabas de salir de aquel lazo.

—¿Olvidas que dijo Jesús: no es necesario el médico a los sanos, sino a los enfermos?

Hazlo todo con desinterés, por puro Amor, como si no hubiera premio ni castigo. —Pero fomenta en tu corazón la gloriosa esperanza del cielo.

Otra vez...: Que han dicho, que han escrito...: En favor, en contra...: Con buena, y con menos buena voluntad...: Reticencias y calumnias, panegíricos y exaltaciones...: sandeces y aciertos...

—¡Tonto, tontísimo!: ¿Qué te importa, cuando vas derecho a tu fin, cabeza y corazón borrachos de Dios, el clamor del viento o el cantar de la chicharra, o el mugido o el gruñido o el relincho?...

Además... es inevitable: no pretendas poner puertas al campo.

Se han desatado las lenguas y has sufrido desaires que te han herido más porque no los esperabas.

Tu reacción sobrenatural debe ser perdonar —y aun pedir perdón— y aprovechar la experiencia para despegarte de las criaturas.

¿Oyes? —En otro estado, en otro lugar, en otro grado y oficio harías mucho mayor bien. —¡Para hacer lo que haces no hace falta talento!...

Pues yo te digo: donde te han puesto agradas a Dios..., y eso que venías pensando es claramente sugestión infernal.

¿No brilla en tu alma el deseo de que tu Padre-Dios se ponga contento cuando te tenga que juzgar?

Pureza de intención. —Las sugestiones de la soberbia y los ímpetus de la carne los conoces pronto... y peleas y, con la gracia, vences.

Pero los motivos que te llevan a obrar, aun en las acciones más santas, no te parecen claros... y sientes una voz allá dentro que te hace ver razones humanas..., con tal sutileza, que se infiltra en tu alma la intranquilidad de pensar que no trabajas como debes hacerlo —por puro Amor, sola y exclusivamente por dar a Dios toda su gloria.

Reacciona en seguida cada vez y di: «Señor, para mí nada quiero. —Todo para tu gloria y por Amor».

Pequeño amor es el tuyo si no sientes el celo por la salvación de todas las almas. —Pobre amor es el tuyo si no tienes ansias de pegar tu locura a otros apóstoles.

Hacedlo todo por Amor. —Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. —La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor, es heroísmo.

No tengas enemigos. —Ten solamente amigos: amigos... de la derecha —si te hicieron o quisieron hacerte bien— y... de la izquierda —si te han perjudicado o intentaron perjudicarte.

Reconozco mi torpeza, Amor mío, que es tanta..., tanta, que hasta cuando quiero acariciar hago daño. —Suaviza las maneras de mi alma: dame, quiero que me des, dentro de la recia virilidad de la vida de infancia, esa delicadeza y mimo que los niños tienen para tratar, con íntima efusión de Amor, a sus padres.

Un pinchazo. —Y otro. Y otro. —¡Súfrelos, hombre! ¿No ves que eres tan chico que solamente puedes ofrecer en tu vida —en tu caminito— esas pequeñas cruces?

Además, fíjate: una cruz sobre otra —un pinchazo..., y otro..., ¡qué gran montón!

Al final, niño, has sabido hacer una cosa grandísima: Amar.

Señor, haznos locos, con esa locura pegadiza que atraiga a muchos a tu apostolado.

Extrema el respeto al superior cuando te consulte y hayas de contradecir sus opiniones. —Y nunca le contradigas delante de quienes le estén sujetos, aunque no lleve razón.

Alégrate, si ves que otros trabajan en buenos apostolados. —Y pide, para ellos, gracia de Dios abundante y correspondencia a esa gracia.

Después, tú, a tu camino: persuádete de que no tienes otro.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
1

Las Navas de Tolosa: famosa batalla acaecida en 1212 en el sur de España, vencida por los ejércitos de los reinos cristianos de la Península Ibérica sobre los musulmanes de Andalucía y norte de África.

2

Lepanto: batalla naval que tuvo lugar en el Mediterráneo, en 1571, entre una escuadra turca y otra cristiana. Fue vencida por la flota cristiana.

Referencias a la Sagrada Escritura