Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Cartas I» cuya materia es Lucha ascética  → y alegría.

Esta vida es pelea, guerra, una guerra de paz, que hay que pelear siempre in gaudio et pace. Tendremos esa paz y esa alegría si somos hombres −o mujeres− de la Obra, que quiere decir: sinceramente piadosos, cultos −cada uno en su labor−, trabajadores, deportistas en la vida espiritual: ¿no sabéis que los que corren en el estadio, aunque corran todos, uno sólo se lleva el premio? Corred, de tal manera que lo ganéis. Todos los que han de luchar en la palestra, guardan en todo una exacta continencia; y no es sino para alcanzar una corona perecedera, mientras que nosotros esperamos una corona eterna128.

Por eso somos almas contemplativas, con un diálogo constante, tratando al Señor a todas horas: desde el primer pensamiento del día al último pensamiento de la noche: porque somos enamorados y vivimos de Amor, traemos puesto de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro, llegando a Él por su Madre Santa María y, por Él, al Padre y al Espíritu Santo.

Si en algún momento aparece la intranquilidad, la inquietud, el desasosiego, nos acercamos al Señor, y le decimos que nos ponemos en sus manos, como un niño pequeño en brazos de su padre. Es una entrega que supone fe, esperanza, confianza, amor.

Puedo decir que el que cumple nuestras Normas de vida −el que lucha por cumplirlas−, lo mismo en tiempo de salud que en tiempo de enfermedad, en la juventud y en la vejez, cuando hay sol y cuando hay tormenta, cuando no le cuesta observarlas y cuando le cuesta, ese hijo mío está predestinado, si persevera hasta el fin: estoy seguro de su santidad.

De tal modo ama nuestro Dios a las criaturas −deliciae meae esse cum filiis hominum129, mis delicias son estar con los hijos de los hombres− que, si en algún momento no hemos sabido ser fieles al Señor, el Señor sí que ha estado pendiente de nosotros. Lo mismo que una madre no tiene en cuenta las pruebas de desafecto del hijo, en cuanto el hijo se acerca a ella con cariño, tampoco Jesús se acuerda de las cosas que no hemos hecho bien, cuando al fin vamos con cariño hacia Él, arrepentidos, limpios por el sacramento de la penitencia.

Tratar a Jesucristo confiadamente. Alegría en la lucha

Tratar a Dios, tocar a Dios. Mirad cómo nos cuenta San Lucas la curación de la hemorroísa. Dijo Jesús: ¿quién es el que me ha tocado? Excusándose todos, contestó Pedro con sus compañeros: Maestro, un tropel de gentes te comprime y te sofoca y preguntas: ¿quién me ha tocado?130. De Cristo sale la vida a torrentes: una virtud divina. Hijo mío, tú le hablas, le tocas, le comes todos los días: le tratas en la Sagrada Eucaristía y en la oración, en el Pan y en la Palabra.

Hace bastantes años, presencié esta escena: un grupo de hombres y, entre ellos, uno popularmente famoso. Se paraba la gente a contemplarlo. Un niño salió de la muchedumbre, pasó una mano por el traje del hombre que todos admiraban, y volvió con la cara radiante, diciendo a gritos: ¡lo he tocado!

Nosotros hacemos más: tenemos amistad personal con Jesucristo. En esa relación, está la base de nuestro buen endiosamiento. En la Sagrada Eucaristía y en la oración está la cátedra en la que aprendemos a vivir, sirviendo con servicio alegre a todas las almas: a gobernar, también sirviendo; a obedecer en libertad, queriendo obedecer; a buscar la unidad en el respeto de la variedad, de la diversidad, en la identificación más íntima.

Los Hechos de los Apóstoles describen, en pocas palabras, el ambiente de la primera comunidad cristiana: perseveraban todos en las instrucciones de los Apóstoles y en la comunicación de la fracción del pan y en la oración131. Con la Fe, el Pan y la Palabra, perseveraremos, nos llamaremos victoriosos, y tendremos todo el amor que nos aguarda en el cielo, después de haber sido felices en la tierra y de abrir caminos de paz en medio del mundo a tantas almas de todas las naciones.

Hijos míos, que estéis contentos. Yo lo estoy, aunque no lo debiera estar mirando mi pobre vida. Pero estoy contento, porque veo que el Señor nos busca una vez más, que el Señor sigue siendo nuestro Padre; porque sé que vosotros y yo veremos qué cosas hay que arrancar, y decididamente las arrancaremos; qué cosas hay que quemar, y las quemaremos; qué cosas hay que entregar, y las entregaremos.

Madre mía: a estos hijos y a mí, danos el don bendito de la humildad en la lucha, que nos hará sinceros; la alegría de sentirnos tan metidos en Dios, endiosados. El gozo sacrificado y sobrenatural de ver toda la pequeñez −toda la miseria, toda la debilidad de nuestra pobre naturaleza humana con sus flaquezas y defectos− dispuesta a ser fiel a la gracia del Señor, y así ser instrumento para cosas grandes.

Decid conmigo: Señor, sí, con la ayuda de Nuestra Madre del Cielo, seremos fieles, seremos humildes, y no nos olvidaremos nunca de que tenemos los pies de barro, y de que todo lo que en nosotros brilla es tuyo, es gracia, es esa divinización que nos das porque quieres, porque eres bueno: confitemini Domino quoniam bonus132; alabad al Señor, porque es bueno.

Notas
128

1 Co 9,24-25.

129

Pr 8,31.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
130

Lc 8,45.

131

Hch 2,42.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
132

Sal 106[105],1.

Referencias a la Sagrada Escritura