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Hijos míos, que estéis contentos. Yo lo estoy, aunque no lo debiera estar mirando mi pobre vida. Pero estoy contento, porque veo que el Señor nos busca una vez más, que el Señor sigue siendo nuestro Padre; porque sé que vosotros y yo veremos qué cosas hay que arrancar, y decididamente las arrancaremos; qué cosas hay que quemar, y las quemaremos; qué cosas hay que entregar, y las entregaremos.

Madre mía: a estos hijos y a mí, danos el don bendito de la humildad en la lucha, que nos hará sinceros; la alegría de sentirnos tan metidos en Dios, endiosados. El gozo sacrificado y sobrenatural de ver toda la pequeñez −toda la miseria, toda la debilidad de nuestra pobre naturaleza humana con sus flaquezas y defectos− dispuesta a ser fiel a la gracia del Señor, y así ser instrumento para cosas grandes.

Decid conmigo: Señor, sí, con la ayuda de Nuestra Madre del Cielo, seremos fieles, seremos humildes, y no nos olvidaremos nunca de que tenemos los pies de barro, y de que todo lo que en nosotros brilla es tuyo, es gracia, es esa divinización que nos das porque quieres, porque eres bueno: confitemini Domino quoniam bonus132; alabad al Señor, porque es bueno.

Notas
132

Sal 106[105],1.

Referencias a la Sagrada Escritura
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