Lista de puntos

Hay 2 puntos en «Cartas I» cuya materia es Contrición → ante el desaliento.

El obstáculo del desaliento.

Todos tenemos errores, aunque llevemos años y años luchando por vencerlos. Cuando de la lucha ascética sacamos desaliento, es que somos soberbios. Hemos de ser humildes, con deseos de ser fieles. Es verdad que servi inutiles sumus56. Pero, con estos siervos inútiles, el Señor hará cosas muy grandes en el mundo, si ponemos algo de nuestra parte: el esfuerzo de alzar la mano, para asirnos a la que Dios −con su gracia− nos tiende desde el cielo.

Sólo los soberbios se sorprenden, al ver que tienen los pies de barro. Un acto de contrición y de desagravio, y adelante. Reconozcamos que además de las faltas que tenemos en la conciencia, habrá otras, que están ocultas a nuestros ojos. Dolor de amor, pues, y −en la intimidad de ese dolor y de esa humildad− nos atreveremos a decir al Señor que hay también en nuestra vida mucho amor. Que si fue real la falta, real es el amor que Él mismo pone en nosotros, que nos permite servirle con toda la fuerza de nuestros corazones. Decid frecuentemente, como jaculatoria, el acto de contrición de Pedro, después de las negaciones: Domine, tu omnia nosti; tu scis, quia amo te!57.

Dile a tu Ángel Custodio −yo se lo digo al mío− que no quiera mirar nuestros errores, porque estamos dolidos, contritos. Que lleve al Señor esta buena voluntad que nace, en nuestro corazón, como un lirio que ha florecido en el estercolero.

No admitáis el desaliento, por vuestras miserias personales o por las mías, por nuestras derrotas. Abrid el corazón, sed sencillos: continuemos andando el camino, con más cariño, con la fuerza que nos da Dios, porque Él es nuestra fortaleza58.

Si nos amamos a nosotros mismos de un modo desordenado, motivo hay para estar tristes: ¡cuánto fracaso, cuánta pequeñez! La posesión de esa miseria nuestra ha de causar tristeza, desaliento. Pero si amamos a Dios sobre todas las cosas, y a los demás y a nosotros mismos en Dios y por Dios, ¡cuánto motivo de gozo! Es propio de la humildad que el hombre, considerando sus propios defectos, no se engría. Pero no pertenece a la humildad, sino más bien a la ingratitud, el desprecio de los bienes que de Dios ha recibido. Y de ese desprecio proviene la pereza y la flojedad59, el disgusto por las cosas espirituales, la tibieza, que es el sepulcro de la vida interior.

Si sentís decaimiento, al experimentar −quizá de un modo particularmente vivo− la propia miseria, es el momento de abandonarse por completo, con docilidad en las manos de Dios. Cuentan que un día salió al encuentro de Alejandro Magno un pordiosero, pidiendo una limosna. Alejandro se detuvo y mandó que le hicieran señor de cinco ciudades. El pobre, confuso y aturdido, exclamó: ¡yo no pedía tanto! Y Alejandro repuso: tú has pedido como quien eres; yo te doy como quien soy.

Notas
56

Lc 17,10.

57

Jn 21,17; «Domine, tu omnia nosti; tu scis, quia amo te»: «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo» (T. del E.).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
58

Cfr. Sal 43[42],2.

59

S.Th. II-II, q. 35, a. 1 ad 3.

Referencias a la Sagrada Escritura