Lista de puntos

Hay 3 puntos en «En diálogo con el Señor» cuya materia es Opus Dei  → Itinerario jurídico .

Pero mirad el fruto de la obediencia de éstos: un milagro. Jesús hace un milagro pasmoso. Y en la Obra, ¡los hace tantas veces! Unos, por providencia ordinaria; otros, por providencia extraordinaria. Dios está dispuesto, lo que hace falta es que obedezcamos, que obliguemos al Señor procurando tener mucha fe en Él. Y entonces es cuando se luce. Entonces es cuando hace cosas en las que se ve que está Él por medio. Entonces es cuando hace una de las suyas: como ésta, como ésta.

«Jesús tomó entonces los panes; y después de haber dado gracias, los repartió entre los que estaban sentados; y lo mismo hizo con los peces, dando a todos cuanto querían»13. Así, con generosidad. ¿Qué me pedís?: ¿dos, tres? Él da cuatro, da seis, da cien. ¿Por qué? Porque Cristo ve las cosas con sabiduría divina, y con su omnipotencia puede y va más lejos que nosotros. Por eso, al considerar en estos días –meses, años– ese asunto del que no sabemos si se consigue ahora o más adelante –tengo fe en que pueda ser ahora–, al discurrir con mi cabeza humana y concluir que no saldrá, digo: ¡antes, más, mejor! ¡El Señor ve más allá que nuestra lógica! Hace las cosas antes, más generosamente, y las hace mejor.

«Después que quedaron saciados, dijo a sus discípulos: recoged los pedazos que han sobrado, para que no se pierdan. Hiciéronlo así y llenaron doce cestos de los pedazos que habían sobrado de los cinco panes de cebada, después que todos hubieron comido»14. Ya sabéis, es conocidísima, la manera de comentar esta parte del Evangelio un buen predicador. ¿Y para qué recoger los restos? ¿Para qué? Para que, con esos doce grandes cestos de pan que han sobrado, comamos nosotros ahora y nos alimentemos de la fe. De la fe en Él, que es capaz de hacer todo eso superabundantemente, por el amor que tiene a los hombres, por el amor que tiene a la Iglesia, por el deseo que tiene de redimir, de salvar a las gentes. ¡Señor, que sobren cestos ahora mismo! ¡Hazlo generosamente! ¡Que se vea que eres Tú!

«Habiendo visto el milagro que Jesús había hecho, decían aquellos hombres: Este es, sin duda, el Profeta que ha de venir al mundo»15. Querían raptarlo, ¿recordáis?, para hacerle rey. Nosotros le hemos hecho ya Rey nuestro, desde que pusieron la semilla de la fe en nuestros corazones. Después, cuando nos llamó, le hemos vuelto a entronizar.

¡Perfecto Dios! Si estos hombres, por un pedazo de pan –aun cuando el milagro sea grande–, se entusiasman y te aclaman hasta el punto de tener que esconderte, ¿qué haremos nosotros, por tantas cosas como nos has dado, a lo largo de todos estos años de la Obra?

Yo he formulado una colección de propósitos para cuando se resuelva la situación jurídica definitiva de la Obra. Además de mandar que se celebren tantas Misas, y de mover a rezar a todos, y de pedir mortificaciones, y de importunar continuamente –día y noche– a Dios Nuestro Señor; además de todo esto, entre mis propósitos figuraba éste: Señor, en cuanto esté hecho, pondremos dos lámparas delante del Sagrario, en los Centros del Consejo General y de la Asesoría Central, en las Comisiones y Asesorías Regionales, y en los Centros de Estudios. Y me dio una vergüenza tremenda: ¿cómo iba a portarme así, con tanta roñosería, con un Rey tan generoso? E inmediatamente dispuse que se enviara un aviso a todo el mundo, mandando que en esos Centros se colocaran enseguida dos lamparillas delante del Santísimo. Son pocas, pero como si fueran trescientas mil: ¡es el amor con que lo hacemos!

Señor, te pedimos que no te escondas, que vivas siempre con nosotros, que te veamos, que te toquemos, que te sintamos: que queramos estar siempre junto a Ti, en la barca y en lo alto del monte, llenos de fe, confiadamente y con sentido de responsabilidad, de cara a la muchedumbre: «Ut salvi fiant»16, para que todos se salven.

Más: más trato y más unión. Os leo unas palabras que son también de San Juan, que es –humanamente hablando– el Apóstol que más conocía a Jesucristo. «Si manseritis in me, et verba mea in vobis manserint, quodcumque volueritis petetis, et fiet vobis»9; si permanecéis unidos a Mí, y mis palabras, mi doctrina, están en vosotros, cualquier cosa que pidáis se os dará.

Luego esa unión con Jesús, ese trato, ese permanecer en Cristo nos ha de dar una seguridad completa. Yo la tengo, hijos. Porque estas palabras que os estoy comentando –ya os lo he dicho antes– me están sirviendo para mi meditación, para volverme a llenar de alegría en los momentos en los que hay que luchar.

Por eso, porque este alimento me va bien, quiero dároslo también a vosotros: quiero daros la seguridad de que la oración es omnipotente. Pedid mucho, bien unidos unos a otros por la caridad fraterna; pedid además poniendo por medio la intención del Padre, lo que el Padre pide en la Misa, lo que está pidiendo continuamente al Señor. Continuamente, he dicho, y no rectifico: incluso ahora mismo estoy pidiendo, no estoy sólo hablando con vosotros. Hablo con Dios Nuestro Señor, y le pido tantas cosas que son necesarias para la Iglesia y para la Obra; le pido para que quite ciertos impedimentos, que nos obligaron a aceptar al venir a Roma. No os preocupe, pero ya lo sabéis: que no me interesan –ni me han interesado nunca– los votos, ni las botas, ni los botones, ni los botines.

Pedid también por la paz del mundo: que no haya guerras, que se acaben las guerras y los odios. Pedid por la paz social: por que no haya odios de clases, por que la gente se quiera; que sepan convivir, que sepan disculpar, que sepan perdonar; si no, el amor de Cristo no lo veo por ninguna parte.

Hijos míos, vamos a pedir eso mismo a la Santísima Virgen. Cuando no sepáis qué decir al Señor, quizá ni siquiera repetir lo que os estoy diciendo ahora, de este modo, como en una conversación de familia, acudid a la Virgen: Madre mía, que eres Madre de Dios, dime qué le tengo que decir, cómo se lo tengo que decir para que me escuche. Y la Virgen bendita, que es también Madre nuestra, os orientará, os inspirará, y haremos una oración muy bien hecha siempre, y seréis contemplativos.

A San José lo quiero mucho: me parece un hombre extraordinario. Siempre lo he imaginado joven; por eso me enfadé cuando en el oratorio del Padre pusieron unos relieves que le representan viejo y barbudo. Inmediatamente hice pintar un cuadro donde se le ve joven, lleno de vitalidad y de fuerza. Hay algunos que no conciben que la castidad se pueda guardar sino en la vejez. Pero los viejos no son castos, si no lo han sido de jóvenes. Los que no supieron ser limpios en los años de la juventud, es fácil que de viejos tengan unas costumbres brutalmente torpes.

San José debía de ser joven cuando se casó con la Virgen Santísima, una mujer entonces recién salida de la adolescencia. Siendo joven, era puro, limpio, castísimo. Y lo era, justamente, por el amor. Sólo llenando de amor el corazón podemos tener la seguridad de que no se encabritará ni se desviará, sino que permanecerá fiel al amor purísimo de Dios.

Anoche, cuando ya estaba acostado, invoqué muchas veces a San José, muchas, preparando la fiesta de hoy. Con gran claridad entendía que realmente formamos parte de su familia. No es un pensamiento gratuito; hay muchas razones para afirmarlo. En primer lugar, porque somos hijos de Santa María, su Esposa, y hermanos de Jesucristo, hijos todos del Padre del Cielo. Y luego, porque formamos una familia de la que San José ha querido ser cabeza. Por eso le llamamos, desde el principio de la Obra, Nuestro Padre y Señor.

El Opus Dei no se ha abierto camino fácilmente. Ha sido todo muy difícil, humanamente hablando. Yo no quería aprobaciones eclesiásticas que podrían torcer nuestro camino jurídico: un camino que entonces no existía y que aún se está haciendo. Muchos no entendían –todavía hay algunos cerrados para entender– nuestro fenómeno jurídico, y mucho menos nuestra fisonomía teológica y ascética: esta ola pacífica, pastoral, que está llenando toda la tierra. Yo no deseaba aprobaciones eclesiásticas de ningún género, pero debíamos trabajar en muchos sitios: ¡millones de almas nos esperaban!

Invocábamos a San José, que hizo las veces de Padre del Señor. Y pasaban los años. Hasta 1933 no pudimos comenzar la primera labor corporativa. Fue la famosa academia DYA. Dábamos clases de Derecho y Arquitectura –de ahí las letras del nombre–, pero en realidad quería decir Dios y Audacia. Eso era lo que necesitábamos para romper como rompimos los moldes jurídicos, y dar una nueva solución a las ansiedades del alma del cristiano, que quería y quiere servir con todo su corazón a Dios, dentro de las limitaciones humanas pero en la calle, en el trabajo profesional ordinario, sin ser religioso ni asimilado a los religiosos.

Pasaron varios años hasta que redacté el primer reglamento de la Obra. Recuerdo que tenía un montón de fichas, que iba tomando de nuestra experiencia. La voluntad de Dios estaba clara desde el 2 de octubre de 1928; pero se fue poniendo en práctica poco a poco, con los años. Evitaba el riesgo de hacer un traje y meter dentro a la criatura; al contrario, iba tomándole las medidas –esas fichas de experiencia– para hacer el traje adecuado. Un día, después de varios años, dije a don Álvaro y a otros dos hermanos vuestros mayores que me ayudaran a ordenar todo ese material. Así hicimos el primer reglamento, en el que no se hablaba para nada de votos, ni de botas, ni de botines, ni de botones, porque ni entonces era necesario ni lo es ahora tampoco.

Notas
13

Ev. (Jn 6,11).

14

Ev. (Jn 6,12-13).

15

Ev. (Jn 6,14).

16

1 Co 10,33.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
9

Jn 15,7.

Referencias a la Sagrada Escritura