Lista de puntos

Hay 5 puntos en «En diálogo con el Señor» cuya materia es Lealtad.

Cuando haces oración, mi hijo –no me refiero ahora a esa oración continuada, que abarca el día entero, sino a los dos ratos que dedicamos exclusivamente a tratar con Dios, bien recogidos de todo lo exterior–, cuando empiezas esa meditación, frecuentemente –dependerá de muchas circunstancias– te representas la escena o el misterio que deseas contemplar; después aplicas el entendimiento, y buscas enseguida un diálogo lleno de afectos de amor y de dolor, de acciones de gracias y de deseos de mejora. Por ese camino debes llegar a una oración de quietud, en la que es el Señor quien habla, y tú has de escuchar lo que Dios te diga. ¡Cómo se notan entonces esas mociones interiores y esas reconvenciones, que llenan de ardor el alma!

Para facilitar la oración, conviene materializar hasta lo más espiritual, acudir a la parábola: la enseñanza es divina. La doctrina ha de llegar a nuestra inteligencia y a nuestro corazón, por los sentidos: ahora no te extrañará que yo sea tan aficionado a hablaros de barcas y de mares.

Hijos, hemos subido a la barca de Pedro con Cristo, a esta barca de la Iglesia, que tiene una apariencia frágil y desvencijada, pero que ninguna tormenta puede hacer naufragar. Y en la barca de Pedro, tú y yo hemos de pensar despacio, despacio: Señor, ¿a qué he venido yo a esta barca?

Esta pregunta tiene un contenido particular para ti, desde el momento en que has subido a la barca, a esta barca del Opus Dei, porque te dio la gana, que a mí me parece la más sobrenatural de las razones. Te amo, Señor, porque me da la gana de amarte: este pobre corazón podría haberlo entregado a una criatura… ¡y no! ¡Lo pongo entero, joven, vibrante, noble, limpio, a tus pies, porque me da la gana!

Con el corazón, también le diste a Jesús tu libertad, y tu fin personal ha pasado a ser algo muy secundario. Puedes moverte con libertad dentro de la barca, con la libertad de los hijos de Dios5 que están en la Verdad6, cumpliendo la Voluntad divina7. Pero no puedes olvidar que has de permanecer siempre dentro de los límites de la barca. Y esto porque te dio la gana. Repito lo que os decía ayer o anteayer: si te sales de la barca*, caerás entre las olas del mar, irás a la muerte, perecerás anegado en el océano, y dejarás de estar con Cristo, perdiendo esta compañía que voluntariamente aceptaste, cuando Él te la ofreció.

Piensa, hijo mío, qué grato es a Dios nuestro Señor el incienso que se quema en su honor. Piensa en lo poco que valen las cosas de la tierra, que apenas comienzan y ya se acaban. Piensa que todos los hombres somos nada: «Pulvis es, et in pulverem reverteris»8; volveremos a ser como el polvo del camino. Pero lo extraordinario es que, a pesar de eso, no vivimos para la tierra, ni para nuestra honra, sino para la honra de Dios, para la gloria de Dios, para el servicio de Dios. ¡Esto es lo que nos mueve!

Por lo tanto, si tu soberbia te susurra: aquí pasas inadvertido, con tus talentos extraordinarios…, aquí no vas a dar todo el fruto que podrías…, que te vas a malograr, a agotar inútilmente… Tú, que has subido a la barca de la Obra porque te dio la gana, porque inequívocamente te llamó Dios –«nadie puede venir a Mí, si el Padre que me envió no le atrae»9–, has de corresponder a esa gracia quemándote, haciendo que nuestro sacrificio gustoso, nuestra entrega sea una ofrenda: ¡un holocausto!

Hijo mío, ya te has persuadido, con esta parábola, de que si quieres tener vida, y vida eterna, y honor eterno; si quieres la felicidad eterna, no puedes salir de la barca, y debes prescindir en muchos casos de tu fin personal. Yo no tengo otro fin que el corporativo: la obediencia.

¡Qué hermoso es obedecer! Pero sigamos con la parábola. Ya estamos en esta barca vieja, que lleva veinte siglos navegando sin hundirse; en esta barca de la entrega, de la dedicación al servicio de Dios. Y en esta barca, pobre, humilde, te acuerdas de que tú tienes un avión, que puedes manejar perfectamente, y piensas: ¡qué lejos puedo llegar! ¡Pues, vete, vete a un portaviones, que aquí tu avión no hace falta! Tened esto muy claro: nuestra perseverancia es fruto de nuestra libertad, de nuestra entrega, de nuestro amor, y exige una dedicación completa. Dentro de la barca no se puede hacer lo que nos venga en gana. Si toda la carga que está en sus bodegas se amontona en un mismo punto, la barca se hunde; si todos los marineros abandonan su quehacer concreto, la pobre barquichuela se pierde. Es necesaria la obediencia, y las personas y las cosas deben estar donde se dispone que estén.

Hijo mío, convéncete de ahora para siempre, convéncete de que salir de la barca es la muerte. Y de que, para estar en la barca, se necesita rendir el juicio. Es necesaria una honda labor de humildad: entregarse, quemarse, hacerse holocausto.

Sigamos adelante. Los fines que nos proponemos corporativamente son la santidad y el apostolado. Y para lograr estos fines necesitamos, por encima de todo, una formación. Para nuestra santidad, doctrina; y para el apostolado, doctrina. Y para la doctrina, tiempo, en lugar oportuno, con los medios oportunos. No esperemos unas iluminaciones extraordinarias de Dios, que no tiene por qué concedernos, cuando nos da unos medios humanos concretos: el estudio, el trabajo. Hay que formarse, hay que estudiar. De esta manera, os disponéis a vuestra santidad actual y futura, y al apostolado, cara a los hombres.

¿No habéis visto cómo preparan la levadura, cómo la tienen encerrada, con unas temperaturas determinadas, para meterla luego en la masa…? Cuento con vosotros como con el motor más potente para mover la labor de todo el mundo. Ninguno de vosotros es ineficaz: todos estáis llenos de eficacia con sólo cumplir las Normas, con sólo estudiar, y trabajar, y obedecer.

No entiendo casi nada de esas cosas del material atómico, y lo que sé, lo conozco por los periódicos. Pero he visto fotografías, y sé que lo entierran, si es preciso, a muchos metros bajo tierra, que lo recubren con grandes planchas de plomo y lo guardan entre gruesas paredes de cemento. Y sin embargo actúa, y lo llevan de acá para allá, y lo aplican a personas para curar tumores, y lo emplean en otras cosas, y obra de mil modos maravillosos, con una eficacia extraordinaria. Así sois vosotros, hijos míos, cuando estáis dedicados a las labores internas o en esos Centros de formación que tiene la Obra. ¡Más eficaces!, porque tenéis la eficacia de Dios cuando os endiosáis por vuestra entrega, como Cristo, que se anonadó a sí mismo 10. Y nosotros nos anonadamos, perdemos en apariencia nuestra libertad, haciéndonos libérrimos con la libertad de los hijos de Dios11.

Formación, pues, para dar doctrina y para vuestra santidad personal. Formación con el tiempo necesario, en lugar oportuno, con los medios oportunos; pero de cara al universo entero, a la humanidad entera, pensando en todas las almas. Y mientras vuestros hermanos van rompiendo el frente en nuevos países, no se encontrarán solos, porque desde aquí, dentro de estas paredes que parecen de piedra y son de amor, vosotros estaréis enviando toda la eficacia de vuestra santidad y de vuestro entregamiento, y haciendo que esos hermanos se sientan muy acompañados. Y luego llegará el momento de decir: «Ite, docete omnes gentes»…12, id y enseñad a todas las gentes: apostolado de la doctrina –con vuestro ejemplo primero–, en medio del trabajo profesional. ¡Con qué alegría os diré unas palabricas al salir…!

Hijos de mi alma: vosotros sabéis que el Padre ama mucho la libertad. No me gusta coaccionar, ni que se coaccione a las almas. Ningún hombre debe quitar a los demás la libertad de que Dios nos ha hecho el don. Y si eso es así, pensad si voy a coaccionaros a vosotros… ¡Al contrario! Yo soy el defensor de la libertad de cada uno de vosotros dentro de la barca…, dentro de la barca y sin avión.

Pero se nos está pasando el tiempo, y quisiera todavía hablaros de muchas cosas más.

Comenzamos enseguida un nuevo año, hijas e hijos míos, y me gustaría haceros algunas consideraciones que os ayuden a recorrerlo con garbo. Os tengo que dar un poquito de mi experiencia, pero prefiero hacerlo con unas palabras de San Pablo.

Ya os han dicho y lo habéis leído, porque es cosa bien sabida, que yo no creo en muchas cosas. Creo en lo justo, y en eso con toda mi alma. Y entre las cosas que creo, creo en vuestra lealtad. No hago más que repetir lo que hacía considerar desde el principio a los chicos de San Rafael: a mí, si me decís algo uno de vosotros, aunque me afirmen lo contrario unánimemente cien notarios, no creo a los notarios: os creo a vosotros. Porque sé que tenéis fragilidades, como las tengo yo, pero que sois leales. Es lógico que con esta lealtad os hable siempre.

Hijas e hijos míos, haced las cosas seriamente. Reemprended ahora el camino. Soy muy amigo de la palabra camino, porque todos somos caminantes de cara a Dios; somos viatores, estamos andando hacia el Creador desde que hemos venido a la tierra. Una persona que emprende un camino, tiene claro un fin, un objetivo: quiere ir de un sitio a otro; y, en consecuencia, pone todos los medios para llegar incólume a ese fin; con la prisa suficiente, procurando no descaminarse por veredas laterales, desconocidas, que presentan peligros de barrancos y de fieras. ¡A caminar seriamente, hijos! Hemos de poner en las cosas de Dios y en las de las almas el mismo empeño que los demás ponen en las cosas de la tierra: un gran deseo de ser santos.

Sabemos que en la tierra no hay santos, pero todos podemos tener deseos eficaces de serlo; y tú, con ese deseo, estás haciendo un gran bien a toda la Iglesia, y de modo especial a todos tus hermanos en la Obra. A la vez, un pensamiento que ayuda mucho a la lealtad es considerar que haces un gran daño a los demás, si te descaminas.

Dios os exige a vosotros, y me exige a mí, lo que exige a una persona normal. Nuestra santidad consiste en eso: en hacer bien las cosas corrientes. Puede ser que, alguna vez, uno tenga ocasión de ganar la laureada; pero pocas veces. Y –que no se me enfaden los militares– tened en cuenta que los soldados que caen no reciben condecoraciones: las recibe su capitán. Il sangue del soldato fa grande il capitano, dice un proverbio italiano. Vosotros sois los santos, fieles, trabajadores, alegres, deportistas; y yo, el que se lleva las palmas, aunque también los odios caen sobre mí. Me hacéis mucho bien, pero no lo olvidéis, hijos: los odios se los lleva el Padre.

Satanás no está contento porque, con la gracia del Señor, os he enseñado un camino, un modo de llegar al Cielo. Os he dado un medio para arribar al fin, de una manera contemplativa. El Señor nos concede esa contemplación, que de ordinario apenas sentís. Dios no hace acepción de personas; a todos nos da los medios.

Quizá vuestro confesor, o la persona que lleva vuestra Confidencia, se da cuenta de algo que debéis corregir, y os hará algunas indicaciones. Pero el camino de la Obra es muy ancho. Se puede ir por la derecha o por la izquierda; a caballo, en bicicleta; de rodillas, a cuatro patas como cuando erais niños; y también por la cuneta, siempre que no se salga del camino.

A cada uno Dios le da, dentro de la vocación general al Opus Dei –que es santificar en medio de la calle el trabajo profesional–, su modo especial de llegar. No estamos recortados por el mismo patrón, como con una plantilla. El espíritu nuestro es tan amplio, que no se pierde lo común por la legítima diversidad personal, por el sano pluralismo. En el Opus Dei no ponemos a las almas en un molde, y luego apretamos; no queremos encorsetar a nadie. Hay un común denominador: querer llegar, y basta.

¡Sed fieles, sed leales! Tendréis muchas ocasiones en la vida de no ser fieles y de no ser leales, porque nosotros no somos plantas de invernadero. Estamos expuestos al frío y al calor, a la nieve y a la tormenta. Somos árboles, que a veces se llenan de polvo, porque están a todos los vientos, pero que se quedan limpios, preciosos, en cuanto viene la gracia de Dios, como la lluvia. No os asustéis por nada. Si no sois soberbios –repito–, iréis adelante ¡siempre!

¿Y cómo haréis las cosas bien, para corresponder al amor de esta Madre guapa que es la Obra, para ser leales? Es muy fácil, muy fácil. En primer lugar, tenéis que dejar hacer en vosotros, sin protesta, porque no os conocéis. Yo he cumplido ya setenta años, y no acabo de conocerme bien, de modo que vosotros ¡dónde andaréis con vuestro propio conocimiento!

A mí no me hacen la corrección fraterna, pero dos hermanos vuestros* me dicen con mucha claridad lo que les parece oportuno, y yo se lo agradezco con toda mi alma. ¡Que se ejercite la corrección fraterna!, que es un modo delicadísimo de quererse, con las condiciones que hemos puesto para que no sea molesta. Es molesta para el que la hace; en cambio, el que la recibe debe agradecerla, como se agradece al médico que ha metido el bisturí en una herida infectada, para curarla.

Después, hacer. Os he dicho innumerables veces que nadie pierde su personalidad al venir a la Obra; que la diversidad, el sano pluralismo, es manifestación de buen espíritu. Pues haced por vuestra cuenta, que nadie os lo impedirá. El Opus Dei respeta totalmente el modo de ser de cada uno de sus hijos. Nosotros perdemos relativamente la libertad, sin perderla, porque nos da la gana. Es la razón más sobrenatural: porque nos da la gana, por amor.

Notas
5

Cfr. Rm 8,21.

6

Cfr. Jn 8,32.

7

Cfr. Mt 7,21.

*

* * «si te sales de la barca»: en los siguientes párrafos, san Josemaría acude al símil de la “la barca” para referirse, en realidad, a dos barcas: la de la Iglesia y la de la Obra. Abandonar la Iglesia significa poner en grave peligro la propia salvación, mientras que dejar la Obra no, a menos que suponga también salir fuera de la barca de la Iglesia, o despreciar conscientemente la voluntad de Dios, conocida como tal. En los dos casos, se está siempre a tiempo de voler a estar con Cristo, como dice más adelante (N. del E.).

8

Feria IV Cinerum, Ant.

9

Jn 4,44.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
10

Cfr. Flp 2,7.

11

Cfr. Rm 8,21.

12

Mt 28,19.



 *«sufría»: le hacía sufrir –en un primer momento– que dejaran el estado laical, al que habían sido llamados por Dios para santificarse en el Opus Dei. Pero ese “sufrimiento” quedaba compensado por el gran don que supone para la Iglesia todo nuevo sacerdote, que es otra llamada divina, y aún más excelsa (N. del E.).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
*

** Eran don Álvaro del Portillo y don Javier Echevarría, que le atendían en sus necesidades espirituales y materiales (N. del E.).