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Hay 12 puntos en «Forja» cuya materia es Entrega → generosidad.

No tengas miedo, ni te asustes, ni te asombres, ni te dejes llevar por una falsa prudencia.

La llamada a cumplir la Voluntad de Dios —también la vocación— es repentina, como la de los Apóstoles: encontrar a Cristo y seguir su llamamiento…

—Ninguno dudó: conocer a Cristo y seguirle fue todo uno.

Para quien quiere vivir de Amor con mayúscula, el término medio es muy poco, es cicatería, cálculo ruin.

Jesús, si en mí hay algo que te desagrada, dímelo, para que lo arranquemos.

Si algo no está de acuerdo con el espíritu de Dios, ¡déjalo enseguida!

Piensa en los Apóstoles: ellos no valían nada, pero en el nombre del Señor hacen milagros. Sólo Judas, que quizá también obró milagros, se descaminó por apartarse voluntariamente de Cristo, por no cortar, violenta y valientemente, con lo que no estaba de acuerdo con el espíritu de Dios.

—¡Cuándo te decidirás…!

Muchos, a tu alrededor, llevan una vida sacrificada por un motivo simplemente humano; no se acuerdan esas pobres criaturas de que son hijos de Dios, y se conducen así quizá sólo por soberbia, por destacar, por conseguir una vida futura más cómoda: ¡se abstienen de todo!

Y tú, que tienes el dulce peso de la Iglesia, de los tuyos, de tus colegas y amigos, motivos por los que merece la pena gastarse, ¿qué haces?, ¿con qué sentido de responsabilidad reaccionas?

No podemos conformarnos con lo que hacemos en nuestro servicio a Dios, como un artista no se queda satisfecho con el cuadro o la estatua que sale de sus manos. Todos le dicen: es una maravilla; pero él piensa: no, no es esto; yo querría más. Así deberíamos reaccionar nosotros.

Además, el Señor nos da mucho, tiene derecho a nuestra más plena correspondencia…, y hay que ir a su paso.

Cómo entiendo la pregunta que se formulaba aquella alma enamorada de Dios: ¿ha habido algún mohín de disgusto, ha habido algo en mí que te pueda a Ti, Señor, Amor mío, doler?

—Pide a tu Padre Dios que nos conceda esa exigencia constante de amor.

¡Cómo me gusta contemplar a Juan, que reclina su cabeza sobre el pecho de Cristo! —Es como rendir amorosamente la inteligencia, aunque cueste, para encenderla en el fuego del Corazón de Jesús.

Al celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, suplicaste al Señor, con todas las veras de tu alma, que te concediera su gracia para "exaltar" la Cruz Santa en tus potencias y en tus sentidos… ¡Una vida nueva! Un resello: para dar firmeza a la autenticidad de tu embajada…, ¡todo tu ser en la Cruz!

—Veremos, veremos.

Manifiéstale de nuevo que quieres eficazmente ser suyo: oh, Jesús, ayúdame, hazme tuyo de veras: que arda y me consuma, a fuerza de pequeñas cosas inadvertidas para todos.

Si le ayudas, aunque sea con una nadería, como hicieron los Apóstoles, El está dispuesto a obrar milagros, a multiplicar los panes, a cambiar las voluntades, a dar luz a las inteligencias más oscuras, a hacer —con una gracia extraordinaria— que sean capaces de rectitud los que nunca lo han sido.

Todo esto… y más, si le ayudas con lo que tengas.

Hijo, óyeme bien: tú, feliz cuando te maltraten y te deshonren; cuando mucha gente se alborote y se ponga de moda escupir sobre ti, porque eres «omnium peripsema» —como basura para todos…

—Cuesta, cuesta mucho. Es duro, hasta que —por fin— un hombre se acerca al Sagrario, se ve considerado como toda la porquería del mundo, como un pobre gusano, y dice de verdad: "Señor, si Tú no necesitas mi honra, ¿yo, para qué la quiero?"

Hasta entonces, no sabe el hijo de Dios lo que es ser feliz: hasta llegar a esa desnudez, a esa entrega, que es entrega de amor, pero fundamentada en la mortificación, en el dolor.