Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Forja» cuya materia es Gracia divina  → naturaleza y efectos.

Padre mío —¡trátale así, con confianza!—, que estás en los Cielos, mírame con compasivo Amor, y haz que te corresponda.

—Derrite y enciende mi corazón de bronce, quema y purifica mi carne inmortificada, llena mi entendimiento de luces sobrenaturales, haz que mi lengua sea pregonera del Amor y de la Gloria de Cristo.

Ha llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, «vocavi te nomine tuo» —te he llamado por tu nombre.

Como nuestra madre, El nos invita por el nombre. Más: por el apelativo cariñoso, familiar. —Allá, en la intimidad del alma, llama, y hay que contestar: «ecce ego, quia vocasti me» —aquí estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro.

¡Oh Jesús…, fortalece nuestras almas, allana el camino y, sobre todo, embriáganos de Amor!: haznos así hogueras vivas, que enciendan la tierra con el divino fuego que Tú trajiste.

¿De qué te envaneces? —Todo el impulso que te mueve es de El. Obra en consecuencia.

¡Gracias Señor, porque —al permitir la tentación— nos das también la hermosura y la fortaleza de tu gracia, para que seamos vencedores! ¡Gracias, Señor, por las tentaciones, que permites para que seamos humildes!

Ure igne Sancti Spiritus! —¡quémame con el fuego de tu Espíritu!, clamas. Y añades: ¡es necesario que cuanto antes empiece de nuevo mi pobre alma el vuelo…, y que no deje de volar hasta descansar en El!

—Me parecen muy bien tus deseos. Mucho voy a encomendarte al Paráclito; de continuo le invocaré, para que se asiente en el centro de tu ser y presida y dé tono sobrenatural a todas tus acciones, palabras, pensamientos y afanes.

El canto humilde y gozoso de María, en el «Magnificat», nos recuerda la infinita generosidad del Señor con quienes se hacen como niños, con quienes se abajan y sinceramente se saben nada.

Exígete sin miedo. En su vida escondida, muchas almas así lo hacen, para que sólo el Señor se luzca.

Quisiera que tú y yo reaccionásemos como aquella persona —que deseaba ser muy de Dios— en la fiesta de la Sagrada Familia, entonces celebrada en la infraoctava de Epifanía.

—"No me faltan crucecicas. Una de ayer —me costó, hasta llorar— me ha traído a la consideración, en el día de hoy, que mi Padre y Señor San José y mi Madre Santa María no han querido dejar a «su niño» sin regalo de Reyes. Y el regalo ha sido luz para conocer mi desagradecimiento con Jesús, por falta de correspondencia a la gracia, y el error enorme que supone en mí el oponerme, con mi conducta villana, a la Voluntad Santísima de Dios, que me quiere para instrumento suyo".

Así rezaba un alma deseosa de ser enteramente de Dios y, por El, de todas las almas: "Señor, yo te pido que obres en este pecador, y que rectifiques y purifiques y acrisoles mis intenciones".

Dios nos quiere infinitamente más de lo que tú mismo te quieres… ¡Déjale, pues, que te exija!

Déjate modelar por los golpes —fuertes o delicados— de la gracia. Esfuérzate en no ser obstáculo, sino instrumento. Y, si quieres, tu Madre Santísima te ayudará, y serás canal, en lugar de piedra que tuerza el curso de las aguas divinas.

«Dominus dabit benignitatem suam et terra nostra dabit fructum suum» —el Señor dará su bendición, y nuestra tierra producirá su fruto.

—Sí, esa bendición es el origen de todo buen fruto, el clima necesario para que en nuestro mundo podamos cultivar santos, hombres y mujeres de Dios.

«Dominus dabit benignitatem» —el Señor dará su bendición. —Pero, fíjate bien, a continuación señala que El espera nuestro fruto —el tuyo, el mío—, y no un fruto raquítico, desmedrado, porque no hayamos sabido entregarnos; lo espera abundante, porque nos colma de bendiciones.

Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura
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