Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Forja» cuya materia es Lucha ascética  → constante y fuerte.

¡Dios te espera! —Por eso, ahí donde estás, tienes que comprometerte a imitarle, a unirte a El, con alegría, con amor, con ilusión, aunque se presente la circunstancia —o una situación permanente— de ir a contrapelo.

¡Dios te espera…, y te necesita fiel!

Esfuérzate para responder, en cada instante, a lo que te pide Dios: ten voluntad de amarle con obras. —Con obras pequeñas, pero sin dejar ni una.

La caridad todo lo alcanza. Sin caridad, nada puede hacerse.

¡Amor!, pues: es el secreto de tu vida… ¡Ama! Sufre con alegría. Enrecia tu alma. Viriliza tu voluntad. Asegura tu entrega al querer de Dios y, con esto, vendrá la eficacia.

Si algo no está de acuerdo con el espíritu de Dios, ¡déjalo enseguida!

Piensa en los Apóstoles: ellos no valían nada, pero en el nombre del Señor hacen milagros. Sólo Judas, que quizá también obró milagros, se descaminó por apartarse voluntariamente de Cristo, por no cortar, violenta y valientemente, con lo que no estaba de acuerdo con el espíritu de Dios.

En momentos de agotamiento, de hastío, acude confiadamente al Señor, diciéndole, como aquel amigo nuestro: "Jesús: Tú verás lo que haces…: antes de comenzar la lucha, ya estoy cansado".

—El te dará su fuerza.

Quiero prevenirte ante una dificultad que quizá puede presentarse: la tentación del cansancio, del desaliento.

—¿No está fresco aún el recuerdo de una vida —la tuya— sin rumbo, sin meta, sin salero, que la luz de Dios y tu entrega han encauzado y llenado de alegría?

—No cambies tontamente esto por aquello.

Cualquier momento es propicio para hacer un propósito eficaz, para decir creo, para decir espero, para decir amo.

Hasta la mortificación más insignificante te parece una epopeya. A veces, Jesús se sirve de tus "rarezas", de tus pequeñeces, para que te mortifiques, haciendo de la necesidad virtud.

La santidad se alcanza con el auxilio del Espíritu Santo —que viene a inhabitar en nuestras almas—, mediante la gracia que se nos concede en los sacramentos, y con una lucha ascética constante.

Hijo mío, no nos hagamos ilusiones: tú y yo —no me cansaré de repetirlo— tendremos que pelear siempre, siempre, hasta el final de nuestra vida. Así amaremos la paz, y daremos la paz, y recibiremos el premio eterno.

Persevera, voluntariamente y con amor —aunque estés seco—, en tu vida de piedad. Y no te importe si te sorprendes contando los minutos o los días que faltan para acabar esa norma de piedad o ese trabajo, con el turbio regocijo que pone, en semejante operación, el chico mal estudiante, que sueña con que se termine el curso; o el quincenario, que espera volver a sus andadas, al abrirle las puertas de la cárcel.

Persevera —insisto— con eficaz y actual voluntad, sin dejar ni un instante de querer hacer y aprovechar esos medios de piedad.

No sabes si has progresado, ni cuánto… —¿De qué te serviría ese cálculo?…

—Lo importante es que perseveres, que tu corazón arda en fuego, que veas más luz y más horizonte…: que te afanes por nuestras intenciones, que las presientas —aunque no las conozcas—, y que por todas reces.

En cada jornada, haz todo lo que puedas por conocer a Dios, por "tratarle", para enamorarte más cada instante, y no pensar más que en su Amor y en su gloria.

Cumplirás este plan, hijo, si no dejas ¡por nada! tus tiempos de oración, tu presencia de Dios (con jaculatorias y comuniones espirituales, para encenderte), tu Santa Misa pausada, tu trabajo bien acabado por El.

Referencias a la Sagrada Escritura