Lista de puntos

Hay 7 puntos en «Surco» cuya materia es Vocación → obstáculos y tentaciones.

Me has escrito: “en el fondo, lo de siempre, mucha falta de generosidad. ¡Qué lástima y qué vergüenza, descubrir el camino y permitir que unas nubecillas de polvo —inevitables— enturbien el final!”

No te enfades si te digo que eres tú el único culpable: arremete valientemente contra ti mismo. Tienes medios más que suficientes.

Después del entusiasmo inicial, han comenzado las vacilaciones, los titubeos, los temores. —Te preocupan los estudios, la familia, la cuestión económica y, sobre todo, el pensamiento de que no puedes, de que quizá no sirves, de que te falta experiencia de la vida.

Te daré un medio seguro para superar esos temores —¡tentaciones del diablo o de tu falta de generosidad!—: “desprécialos”, quita de tu memoria esos recuerdos. Ya lo predicó de modo tajante el Maestro hace veinte siglos: “¡no vuelvas la cara atrás!”

No me seas tan tontamente ingenuo de pensar que has de sufrir tentaciones, para asegurarte de que estás firme en el camino. Sería como si desearas que te parasen el corazón, para demostrarte que quieres vivir.

Como necesariamente, antes o después, has de tropezar con la evidencia de tu propia miseria personal, quiero prevenirte contra algunas tentaciones, que te insinuará entonces el diablo y que has de rechazar enseguida: el pensamiento de que Dios se ha olvidado de ti, de que tu llamada al apostolado es vana, o de que el peso del dolor y de los pecados del mundo son superiores a tus fuerzas de apóstol…

—¡Nada de eso es verdad!

En tu vida hay dos piezas que no encajan: la cabeza y el sentimiento.

La inteligencia —iluminada por la fe— te muestra claramente no sólo el camino, sino la diferencia entre la manera heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y la hermosura divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos.

El sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran esperando cualquier oportunidad, y tan pronto como —por cansancio físico o por pérdida de visión sobrenatural— tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de medios; las luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo de la mediocridad espiritual… Y, a veces, también el miedo: miedo porque sabes que Dios te quiere santo y no lo eres.

Permíteme que te hable con crudeza. Te sobran “motivos” para volver la cara, y te faltan arrestos para corresponder a la gracia que El te concede, porque te ha llamado a ser otro Cristo, «ipse Christus!» —el mismo Cristo. Te has olvidado de la amonestación del Señor al Apóstol: “¡te basta mi gracia!”, que es una confirmación de que, si quieres, puedes.

El Señor sembró en tu alma buena simiente. Y se valió —para esa siembra de vida eterna— del medio poderoso de la oración: porque tú no puedes negar que, muchas veces, estando frente al Sagrario, cara a cara, El te ha hecho oír —en el fondo de tu alma— que te quería para Sí, que habías de dejarlo todo… Si ahora lo niegas, eres un traidor miserable; y, si lo has olvidado, eres un ingrato.

Se ha valido también —no lo dudes, como no lo has dudado hasta ahora— de los consejos o insinuaciones sobrenaturales de tu Director, que te ha repetido insistentemente palabras que no debes pasar por alto; y se valió al comienzo, además —siempre para depositar la buena semilla en tu alma—, de aquel amigo noble, sincero, que te dijo verdades fuertes, llenas de amor de Dios.

—Pero, con ingenua sorpresa, has descubierto que el enemigo ha sembrado cizaña en tu alma. Y que la continúa sembrando, mientras tú duermes cómodamente y aflojas en tu vida interior. —Esta, y no otra, es la razón de que encuentres en tu alma plantas pegajosas, mundanas, que en ocasiones parece que van a ahogar el grano de trigo bueno que recibiste…

—¡Arráncalas de una vez! Te basta la gracia de Dios. No temas que dejen un hueco, una herida… El Señor pondrá ahí nueva semilla suya: amor de Dios, caridad fraterna, ansias de apostolado… Y, pasado el tiempo, no permanecerá ni el mínimo rastro de la cizaña: si ahora, que estás a tiempo, la extirpas de raíz; y mejor, si no duermes y vigilas de noche tu campo.

El demonio —padre de la mentira y víctima de su soberbia— intenta remedar al Señor hasta en el modo de hacer prosélitos. ¿Te has fijado?: lo mismo que Dios se vale de los hombres para salvar almas y llevarlas a la santidad, satanás se sirve de otras personas, para entorpecer esa labor y aun para perderlas. Y —no te asustes— de la misma manera que Jesús busca, como instrumentos, a los más próximos —parientes, amigos, colegas, etc.—, el demonio también intenta, con frecuencia, mover a esos seres más queridos, para inducir al mal.

Por eso, si los lazos de la sangre se convierten en ataduras, que te impiden seguir los caminos de Dios, córtalos con decisión. Y quizá tu determinación desate también a quienes estaban enredados en las mallas de Lucifer.

Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura