Lista de puntos

Hay 18 puntos en «Surco» cuya materia es Rectitud de intención.

Con frecuencia viene la tentación de querer reservarse un poco de tiempo para uno mismo…

Aprende de una vez a poner remedio a tanta pequeñez, rectificando enseguida.

Si la imaginación bulle alrededor de ti mismo, crea situaciones ilusorias, composiciones de lugar que, de ordinario, no encajan con tu camino, te distraen tontamente, te enfrían, y te apartan de la presencia de Dios. —Vanidad.

Si la imaginación revuelve sobre los demás, fácilmente caes en el defecto de juzgar —cuando no tienes esa misión—, e interpretas de modo rastrero y poco objetivo su comportamiento. —Juicios temerarios.

Si la imaginación revolotea sobre tus propios talentos y modos de decir, o sobre el clima de admiración que despiertas en los demás, te expones a perder la rectitud de intención, y a dar pábulo a la soberbia.

Generalmente, soltar la imaginación supone una pérdida de tiempo, pero, además, cuando no se la domina, abre paso a un filón de tentaciones voluntarias.

—¡No abandones ningún día la mortificación interior!

¡Parece mentira que se pueda ser tan feliz en este mundo donde muchos se empeñan en vivir tristes, porque corren tras su egoísmo, como si todo se acabara aquí abajo!

—No me seas tú de ésos…, ¡rectifica en cada instante!

Algunos no oyen —no desean oír— más que las palabras que llevan en su cabeza.

Para tantos, la comprensión que exigen a los demás consiste en que todos se pasen a su partido.

No puedo creer en tu veracidad, si no sientes desazón, ¡y desazón molesta!, ante la mentira más pequeña e inocua, que nada tiene de pequeña ni de inocua, porque es ofensa a Dios.

¿Por qué miras, y oyes, y lees, y hablas con intención bajuna, y tratas de recoger lo “malo” que reside, no en la intención de los demás, sino sólo en tu alma?

Cuando no hay rectitud en el que lee, resulta difícil que descubra la rectitud del que escribe.

El sectario no ve más que sectarismo en todas las actividades de los demás. Mide al prójimo con la medida enteca de su corazón.

Pena me causó aquel hombre de gobierno. Intuía la existencia de algunos problemas, lógicos por otra parte en la vida…, y se asustó y se molestó cuando se los comunicaron. Prefería desconocerlos, vivir con la media luz o con la penumbra de su visión, para permanecer tranquilo.

Le aconsejé que los afrontara con crudeza y con claridad, precisamente para que dejaran de existir, y le aseguré que entonces sí viviría con la verdadera paz.

Tú, no resuelvas los problemas, propios y ajenos, ignorándolos: esto sería comodidad, pereza, abrir la puerta a la acción del diablo.

¿Has cumplido con tu deber?… ¿Tu intención ha sido recta?… ¿Sí? —Entonces no te preocupes porque haya personas anormales, que descubran el mal que no existe más que en su mirada.

Te preguntaron —inquisitivos— si juzgabas buena o mala aquella decisión tuya, que ellos consideraban indiferente.

Y, con segura conciencia, contestaste: “sólo sé dos cosas: que mi intención es limpia y que… conozco bien lo que me cuesta”. Y añadiste: Dios es la razón y el fin de mi vida, por eso me consta que nada hay indiferente.

Procura que tu buena intención vaya siempre acompañada de la humildad. Porque, con frecuencia, a las buenas intenciones se unen la dureza en el juicio, una casi incapacidad de ceder, y un cierto orgullo personal, nacional o de grupo.

No es malo comportarse bien por nobles razones humanas. —Pero… ¡qué diferencia cuando “mandan” las sobrenaturales!

Al contemplar esa alegría ante el trabajo duro, preguntó aquel amigo: pero ¿se hacen todas esas tareas por entusiasmo? —Y le respondieron con alegría y con serenidad: “¿por entusiasmo?…, ¡nos habríamos lucido!”; «per Dominum Nostrum Iesum Christum!» —¡por Nuestro Señor Jesucristo!, que nos espera de continuo.

Pena grande te produjo el comentario, bien poco cristiano, de aquella persona: “perdona a tus enemigos —te decía—: ¡no imaginas la rabia que les da!”

—No te pudiste contener, y replicaste con paz: “no quiero baratear el amor con la humillación del prójimo. Perdono, porque amo, con hambre de imitar al Maestro”.

Un remedio contra esas inquietudes tuyas: tener paciencia, rectitud de intención, y mirar las cosas con perspectiva sobrenatural.

La maledicencia es hija de la envidia; y la envidia, el refugio de los infecundos.

Por eso, ante la esterilidad, examina tu punto de mira: si trabajas y no te molesta que otros también trabajen y consigan frutos, esa esterilidad es sólo aparente: ya recogerás la cosecha a su tiempo.