Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Surco» cuya materia es Castidad.

Tu felicidad en la tierra se identifica con tu fidelidad a la fe, a la pureza y al camino que el Señor te ha marcado.

La castidad —la de cada uno en su estado: soltero, casado, viudo, sacerdote— es una triunfante afirmación del amor.

El “milagro” de la pureza tiene como puntos de apoyo la oración y la mortificación.

Más peligrosa se demuestra la tentación contra la castidad, cuanto más disimulada viene: por presentarse insidiosamente, engaña mejor.

—¡No transijas, ni siquiera con la excusa de no “parecer raro”!

La santa pureza: ¡humildad de la carne! Señor —le pedías—, siete cerrojos para mi corazón. Y te aconsejé que le pidieses siete cerrojos para tu corazón y, también, ochenta años de gravedad para tu juventud…

Además, vigila…, porque antes se apaga una centella que un incendio; huye…, porque aquí es una vil cobardía ser “valiente”; no andes con los ojos desparramados…, porque eso no indica ánimo despierto, sino insidia de satanás.

Pero toda esta diligencia humana, con la mortificación, el cilicio, la disciplina y el ayuno, ¡qué poco valen sin Ti, Dios mío!

Así mató aquel confesor la concupiscencia de un alma delicada, que se acusó de ciertas curiosidades: —“¡Bah!: instintos de machos y de hembras”.

En cuanto se admite voluntariamente ese diálogo, la tentación quita la paz del alma, del mismo modo que la impureza consentida destruye la gracia.

Ha seguido el camino de la impureza, con todo su cuerpo…, y con toda su alma. —Su fe se ha ido desdibujando…, aunque bien le consta que no es problema de fe.

“Usted me dijo que se puede llegar a ser «otro» San Agustín, después de mi pasado. No lo dudo, y hoy más que ayer quiero tratar de comprobarlo”.

Pero has de cortar valientemente y de raíz, como el santo obispo de Hipona.

Sí, pide perdón contrito, y haz abundante penitencia por los sucesos impuros de tu vida pasada, pero no quieras recordarlos.

Esa conversación… sucia, ¡de cloaca!

—No basta con que no la secundes: ¡manifiesta reciamente tu repugnancia!

Parece como si el “espíritu” se fuera reduciendo, empequeñeciendo, hasta quedar en un puntito… Y el cuerpo se agranda, se agiganta, hasta dominar. —Para ti escribió San Pablo: “castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo predicado a otros, venga yo a ser reprobado”.

Referencias a la Sagrada Escritura