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Cada persona acomoda las cosas generales a su necesidad, y a sus circunstancias concretas. Con el mismo género de tela se hacen trajes muy distintos: unos más grandes y otros más pequeños, unos más anchos y otros más estrechos. Millones de hombres toman la misma medicina, y cada uno la usa según su necesidad personal. Cuando esas particularidades o esas circunstancias son más o menos permanentes, originan un modo específico de mirar la vida. Todos tenemos experiencia, por ejemplo, de lo que podríamos llamar la psicología o el prejuicio psicológico de la profesión. Un médico, si se fija en una persona por la calle, instintivamente quizá piense: está enfermo del hígado; si la ve un sastre, dirá: va mal vestido; si es un zapatero, posiblemente pensará: qué buenos zapatos lleva…

Mirad, hijos míos: si esto pasa en la vida profesional, en las cosas humanas, también en lo espiritual sucede lo mismo. Nosotros tenemos una vida interior particular, propia, en parte común sólo a nosotros. Característica de esa vida interior de los socios de la Obra, que ha de darnos a cada uno un modo particular de ver las cosas, es procurar activamente la santidad de los demás. No amamos a Dios si nos dedicamos a pensar sólo en nuestra propia santidad: hay que pensar en los demás, en la santidad de nuestros hermanos y de todas las almas.

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