32

«¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos corren, pero uno solo alcanza el premio?»3. Si alguna ascética dentro de la Iglesia tiene ese carácter deportivo, es la ascética propia de nuestra Obra. El deportista insiste, el buen deportista pasa mucho tiempo entrenándose, preparándose. Si se trata de saltar, lo intenta una y otra vez. Le ponen la barra más alta, y quizá no logra superarla; pero porfía tenazmente, hasta que sobrepasa el obstáculo.

Hijos míos, la vida es esto. Si comenzáis y recomenzáis, va bien. Si tenéis moral de victoria, si hay lucha, con la ayuda de Dios, ¡saltáis! ¡No hay dificultad que no se venza! Cada día será para nosotros ocasión de renovarnos, con la seguridad de que llegaremos al final de nuestro camino, que es el Amor.

Dan pena los que se han torcido un pie, y no saben sufrir con espíritu cristiano, deportivo, y no toleran que intervenga el médico y el masajista, ¡y dicen que no quieren volver a saltar!

«Quien se prepara para la lucha –os leo de nuevo unas palabras de San Pablo–, de todo se abstiene, y eso para alcanzar una corona perecedera, pero nosotros la esperamos eterna»4. Hay que poner los medios, los que consiente nuestra debilidad. Muchos llevan una vida sacrificada por un motivo simplemente humano; no se acuerdan esas pobres criaturas de que son hijos de Dios, y se mueven quizá por soberbia, por destacar: «Se abstienen de todo»5. Y tú, hijo mío, que tienes a la Obra, tu Madre; y que tienes a tus hermanos, mis hijos, ¿qué haces?, ¿con qué sentido de responsabilidad reaccionas?

Más de una vez, a los que se tuercen los tobillos, a los que se dislocan las muñecas, les he dicho que no están solos. Tú, mi hijo, no tienes derecho a volver la cara atrás, a condenar tu alma o, al menos, a ponerte en grave e inminente peligro de perderla. Además, no tienes derecho a dejar esa carga que el Señor, amorosa y confiadamente, ha puesto sobre tus hombros. No tienes derecho a prescindir de la Obra y de tus hermanos, de tus responsabilidades. Yo te quiero pedir, Jesús Señor Nuestro, que nunca más nos apartemos del camino por las dificultades, que nunca más dejemos de tomar tu Cruz y de llevarla gustosos sobre nosotros.

¿Veis cómo en todo se manifiesta esa psicología de que os hablaba? ¿Veis cómo hacemos la oración desde nuestro punto de vista, a la medida, según nuestra necesidad personal, que no es solamente nuestra, sino necesidad de todos vuestros hermanos, de la Obra entera? Enseñad a los demás esta doctrina, acomodándola a las circunstancias personales de cada uno. Llevad a vuestros hermanos este pensamiento que os he predicado tanto. Repetid, por todos lados, las cosas que hemos considerado juntos en este rato de oración.

«Voy corriendo, no como quien corre a la ventura; peleo, no como quien tira golpes al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo predicado a los otros, venga yo a ser reprobado»6. Piensa si tú y yo podemos decir esto, con el Apóstol. Hijos míos, creo que para la oración de hoy basta ya. Hay que ser fieles a esas pequeñas mortificaciones, las corrientes, las de cada día. Y recibir además todas las mortificaciones pasivas que el Señor nos mande: llevar una vida personal, de tal calidad, que haga imposible ese ser reprobado de que nos habla San Pablo.

Un hombre que lucha, que comienza y recomienza, que se agarra una y otra vez a la Cruz de Cristo, ése marcha. Pero nosotros también debemos poner siempre, aun en el más pequeño cumplimiento, un motivo de preocupación por los demás, por vuestros hermanos. Hemos de pensar constantemente –como un modo muy nuestro de ver las cosas– que no estamos solos, que no es lógico que estemos solos. Hemos de pensar siempre en los otros: en todas las almas.

Notas
3

Ep. (1 Co 9,24).

4

Ep. (1 Co 9,25).

5

Ibid.

6

Ep. (1 Co 9,27).

Referencias a la Sagrada Escritura
Este punto en otro idioma