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«Ubi est qui natus est rex Iudæorum?»1. Apenas ha nacido Cristo, y ya se reconoce su realeza: ¿dónde está el Rey de los judíos, que acaba de nacer? Van a adorarle unos hombres venidos del Oriente, gente poderosa –quizá eran príncipes o sabios– que se deja arrastrar por una señal externa que no parece un motivo suficientemente razonable. Han recibido una llamada, un mensaje no muy preciso: el fulgor extraordinario de una estrella. Pero no se resisten. Desde el punto de vista humano, parece un poco ilógico que se pongan en camino, afrontando un viaje por rumbos desconocidos, y más aún que pregunten en Jerusalén, donde reinaba otro: «Ubi est rex Iudæorum?», ¿dónde se encuentra el Rey de los judíos?

Hay también muchas cosas ilógicas en vuestra vida y en la mía, hijos de mi alma. También nosotros hemos visto una luz, también nosotros hemos escuchado una llamada, también nosotros hemos compartido con esos hombres una inquietud que nos ha llevado a tomar determinaciones que, a los que nos querían, a los que estaban a nuestro lado, quizá no les parecían razonables. Desde el punto de vista humano, tenían razón; pero tú y yo, hijo mío, podríamos decir: «Vidimus stellam eius…»2, que hemos visto su estrella y hemos venido a adorarle.

Materias
Notas
1

Ev. (Mt 2,2).

2

Allel. (Mt 2,2).

Referencias a la Sagrada Escritura
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