Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Camino» cuya materia es Contradicciones.

Tú... que por un amorcillo de la tierra has pasado por tantas bajezas, ¿de veras te crees que amas a Cristo y no pasas, ¡por Él!, esa humillación?

No pretendas que te «comprendan». —Esa incomprensión es providencial: para que tu sacrificio pase oculto.

Hay mucha gente —santa— que no entiende tu camino. —No te empeñes en hacérselo comprender: perderás el tiempo y darás lugar a indiscreciones.

Nunca te desanimes si eres apóstol. —No hay contradicción que no puedas superar. —¿Por qué estás triste?

El vendaval de la persecución es bueno. —¿Qué se pierde?... No se pierde lo que está perdido. —Cuando no se arranca el árbol de cuajo —y el árbol de la Iglesia no hay viento ni huracán que pueda arrancarlo— solamente se caen las ramas secas... y esas, bien caídas están.

Conforme: aquella persona ha sido mala contigo. —Pero, ¿no has sido tú peor con Dios?

Jesús: por dondequiera que has pasado no quedó un corazón indiferente. —O se te ama o se te odia.

Cuando un varón-apóstol te sigue, cumpliendo su deber, ¿podrá extrañarme —¡si es otro Cristo!— que levante parecidos murmullos de aversión o de afecto?

Otra vez...: Que han dicho, que han escrito...: En favor, en contra...: Con buena, y con menos buena voluntad...: Reticencias y calumnias, panegíricos y exaltaciones...: sandeces y aciertos...

—¡Tonto, tontísimo!: ¿Qué te importa, cuando vas derecho a tu fin, cabeza y corazón borrachos de Dios, el clamor del viento o el cantar de la chicharra, o el mugido o el gruñido o el relincho?...

Además... es inevitable: no pretendas poner puertas al campo.

Se han desatado las lenguas y has sufrido desaires que te han herido más porque no los esperabas.

Tu reacción sobrenatural debe ser perdonar —y aun pedir perdón— y aprovechar la experiencia para despegarte de las criaturas.

Cuando venga el sufrimiento, el desprecio..., la Cruz, has de considerar: ¿qué es esto para lo que yo merezco?

¿Estás sufriendo una gran tribulación? —¿Tienes contradicciones? Di, muy despacio, como paladeándola, esta oración recia y viril:

«Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. —Amén. —Amén.»

Yo te aseguro que alcanzarás la paz.

Sufres en esta vida de aquí..., que es un sueño... corto. —Alégrate: porque te quiere mucho tu Padre-Dios, y, si no pones obstáculos, tras este sueño malo, te dará un buen despertar.