Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Cartas I» cuya materia es Fe → defender la fe.

Santa intransigencia. Por amor de Dios; no por intereses personales

Pero Jesucristo no nos ha dado sólo el ejemplo de la santa transigencia; nos ha dado también el ejemplo clarísimo de la santa intransigencia, en las cosas de Dios. Porque Jesús no transige con el error −¡esas reprimendas terribles a los fariseos!−, ni tolera que delante de Él se ofenda impunemente al Creador. Contemplad la santa indignación de Cristo, frente al abuso de los mercaderes en el Templo: habiendo entrado en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían en él, diciéndoles: escrito está: mi casa es casa de oración; pero vosotros la tenéis hecha una cueva de ladrones97.

Tampoco podemos tolerar que se ofenda a Dios donde estemos nosotros, pudiéndolo evitar; si es preciso, utilizaremos también una santa coacción, acompañada de toda la suavidad posible en la forma, y siempre respetando la legítima libertad de las conciencias. Es decir, actuaremos de tal modo que quede claro que no nos movemos para defender intereses personales, sino sólo por amor de Dios −zelus domus tuae comedit me98, el celo de tu Casa me come las entrañas− y por amor a los hombres, que queremos sacar del error, para impedir que condenen neciamente su alma.

Por eso, a veces, hijas e hijos míos, no tendremos más remedio que pasar un mal rato nosotros y hacérselo pasar a otros, para ayudarles a ser mejores. No seríamos apóstoles, si no estuviésemos dispuestos a que interpreten mal nuestra actuación y reaccionen de un modo desagradable.

Hemos de convencernos de que los santos −nosotros no nos creemos unos santos, pero queremos serlo− resultan necesariamente unas personas incómodas, hombres o mujeres −¡mi santa Catalina de Siena!− que con su ejemplo y con su palabra son un continuo motivo de desasosiego, para las conciencias comprometidas con el pecado.

Para los que no quieren tener una vida limpia, nuestra delicadeza en la guarda del corazón ha de ser necesariamente como un reproche, como un estímulo, que no permite a las almas abandonarse o adormecerse. Es bueno que sea así; el hijo mío que no quiera provocar estas reacciones en las almas de los que le rodean, el que desee siempre hacerse el simpático, no podrá evitar él mismo la ofensa a Dios, porque se hará cómplice de los desórdenes de los demás. Vivid de modo que podáis decir: inflammatum est cor meum, et renes mei commutati sunt: zelus domus tuae comedit me99; mi corazón se inflama y se conmueven mis entrañas: porque el celo de tu casa me devora.

No os dejéis engañar, por otra parte, cuando no se trata del conjunto de nuestra religión, si es que pretenden haceros transigir en algún aspecto que se refiera a la fe o a la moral. Las diversas partes que componen una doctrina −tanto la teoría como la práctica− suelen estar íntimamente ligadas, unidas y dependientes unas de otras, en mayor proporción, cuanto más vivo y auténtico es el conjunto.

Sólo lo que es artificial podría disgregarse sin perjuicio para el todo −que quizá ha carecido siempre de vitalidad−, y también sólo lo que es un producto humano suele carecer de unidad. Nuestra fe es divina, es una −como Uno es Dios− y este hecho trae como consecuencia que, o se defienden todos sus puntos con firme coherencia, o se deberá renunciar, tarde o temprano, a profesarla: porque es seguro que, una vez practicada una brecha en la ciudad, toda ella está en peligro de rendirse.

Defenderéis, pues, lo que la Iglesia indica, porque es Ella la única Maestra en estas verdades divinas; y lo defenderéis con el ejemplo, con la palabra, con vuestros escritos, con todos los medios nobles que estén a vuestro alcance.

Al mismo tiempo, movidos por el amor a la libertad de todos, sabréis respetar el parecer ajeno en lo que es opinable o cuestión de escuela, porque en esas cuestiones −como en todas las otras, temporales− la Obra no tendrá nunca una opinión colectiva, si la Iglesia no la impone a todos los fieles, en virtud de su potestad.

Por otra parte, junto a la santa intransigencia, el espíritu de la Obra de Dios os pide una constante transigencia, también santa. La fidelidad a la verdad, la coherencia doctrinal, la defensa de la fe no significan un espíritu triste, ni han de estar animadas por un deseo de aniquilar al que se equivoca.

Quizá sea ése el modo de ser de algunos, pero no puede ser el nuestro. Nunca bendeciremos como aquel pobrecito loco que −aplicando a su modo las palabras de la Escritura− deseaba sobre sus enemigos ignis, et sulphur, et spiritus procellarum15; fuego y azufre, y vientos tempestuosos.

No queremos la destrucción de nadie; la santa intransigencia no es intransigencia a secas, cerril y desabrida; ni es santa, si no va acompañada de la santa transigencia. Os diré más: ninguna de las dos son santas, si no suponen −junto a las virtudes teologales− la práctica de las cuatro virtudes cardinales.

Notas
97

Lc 19,45-46.

98

Jn 2,17.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
99

Sal 73[72],21; 69[68],10.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
15

Sal 11[10],6 (Nv).

Referencias a la Sagrada Escritura