Lista de puntos

Hay 4 puntos en «En diálogo con el Señor» cuya materia es Gobierno.

Sigamos adelante. Los fines que nos proponemos corporativamente son la santidad y el apostolado. Y para lograr estos fines necesitamos, por encima de todo, una formación. Para nuestra santidad, doctrina; y para el apostolado, doctrina. Y para la doctrina, tiempo, en lugar oportuno, con los medios oportunos. No esperemos unas iluminaciones extraordinarias de Dios, que no tiene por qué concedernos, cuando nos da unos medios humanos concretos: el estudio, el trabajo. Hay que formarse, hay que estudiar. De esta manera, os disponéis a vuestra santidad actual y futura, y al apostolado, cara a los hombres.

¿No habéis visto cómo preparan la levadura, cómo la tienen encerrada, con unas temperaturas determinadas, para meterla luego en la masa…? Cuento con vosotros como con el motor más potente para mover la labor de todo el mundo. Ninguno de vosotros es ineficaz: todos estáis llenos de eficacia con sólo cumplir las Normas, con sólo estudiar, y trabajar, y obedecer.

No entiendo casi nada de esas cosas del material atómico, y lo que sé, lo conozco por los periódicos. Pero he visto fotografías, y sé que lo entierran, si es preciso, a muchos metros bajo tierra, que lo recubren con grandes planchas de plomo y lo guardan entre gruesas paredes de cemento. Y sin embargo actúa, y lo llevan de acá para allá, y lo aplican a personas para curar tumores, y lo emplean en otras cosas, y obra de mil modos maravillosos, con una eficacia extraordinaria. Así sois vosotros, hijos míos, cuando estáis dedicados a las labores internas o en esos Centros de formación que tiene la Obra. ¡Más eficaces!, porque tenéis la eficacia de Dios cuando os endiosáis por vuestra entrega, como Cristo, que se anonadó a sí mismo 10. Y nosotros nos anonadamos, perdemos en apariencia nuestra libertad, haciéndonos libérrimos con la libertad de los hijos de Dios11.

Formación, pues, para dar doctrina y para vuestra santidad personal. Formación con el tiempo necesario, en lugar oportuno, con los medios oportunos; pero de cara al universo entero, a la humanidad entera, pensando en todas las almas. Y mientras vuestros hermanos van rompiendo el frente en nuevos países, no se encontrarán solos, porque desde aquí, dentro de estas paredes que parecen de piedra y son de amor, vosotros estaréis enviando toda la eficacia de vuestra santidad y de vuestro entregamiento, y haciendo que esos hermanos se sientan muy acompañados. Y luego llegará el momento de decir: «Ite, docete omnes gentes»…12, id y enseñad a todas las gentes: apostolado de la doctrina –con vuestro ejemplo primero–, en medio del trabajo profesional. ¡Con qué alegría os diré unas palabricas al salir…!

Hijos de mi alma: vosotros sabéis que el Padre ama mucho la libertad. No me gusta coaccionar, ni que se coaccione a las almas. Ningún hombre debe quitar a los demás la libertad de que Dios nos ha hecho el don. Y si eso es así, pensad si voy a coaccionaros a vosotros… ¡Al contrario! Yo soy el defensor de la libertad de cada uno de vosotros dentro de la barca…, dentro de la barca y sin avión.

Pero se nos está pasando el tiempo, y quisiera todavía hablaros de muchas cosas más.

Estas gentes, de que habla el Evangelio, le seguían porque habían visto milagros: las curaciones que hacía Jesús. Vosotros y yo, ¿por qué? Cada uno de nosotros ha de plantearse esta pregunta y ha de buscar una respuesta sincera. Y una vez que te hayas interrogado y respondido, en la presencia del Señor, llénate de hacimiento de gracias porque estar con Cristo es estar seguro. Poderse mirar en Cristo es poder ser cada día mejor. Tratar a Cristo es necesariamente amar a Cristo. Y amar a Cristo es asegurarse la felicidad: la felicidad eterna, el amor más pleno, con la visión beatífica de la Trinidad Santísima.

He dicho antes, hijos, que no os daría la meditación, sino puntos para vuestra oración personal. Medita por tu cuenta, hijo mío. ¿Por qué estás con Cristo en el Opus Dei? ¿Desde cuándo sentiste la atracción de Jesucristo? ¿Por qué? ¿Cómo has sabido corresponder desde el principio hasta ahora? ¿Cómo el Señor con su cariño te ha traído a la Obra, para que estés muy cerca de Él, para que tengas intimidad con Él?

Y tú ¿cómo has correspondido? ¿Qué pones de tu parte para que esa intimidad con Cristo no se pierda y para que no la pierdan tus hermanos? ¿En qué piensas desde que tienes todos esos compromisos? ¿En ti o en la gloria de Dios? ¿En ti o en los demás? ¿En ti, en tus cosas, en tus pequeñeces, en tus miserias, en tus detalles de soberbia, en tus cosas de sensualidad? ¿En qué piensas habitualmente? Medítalo, y luego deja que el corazón actúe en la voluntad y en el entendimiento.

A ver si lo que el Señor ha hecho contigo, hijo mío, no ha sido mucho más que curar enfermos. A ver si no ha dado vista a nuestros ojos, que estaban ciegos para contemplar sus maravillas; a ver si no ha dado vigor a nuestros miembros, que no eran capaces de moverse con sentido sobrenatural; a ver si quizá no nos ha resucitado como a Lázaro, porque estábamos muertos a la vida de Dios. ¿No es para gritar: «Lætare, Ierusalem?»2. ¿No es para que yo os diga: «Gaudete cum lætitia, qui in tristitia fuistis»3; alegraos los que habéis estado tristes?

Hemos de agradecer al Señor, en este primer punto, el premio inmerecido de la vocación. Y le prometemos que la vamos a estimar cada día más, custodiándola como la joya más preciosaque nos haya podido regalar nuestro Padre Dios. Al mismo tiempo, entendemos una vez más que, mientras estamos desempeñando este mandato de gobierno que la Obra nos ha confiado, nuestro afán ha de ser especialmente buscar la santidad para santificar a los demás: vosotros, a vuestros hermanos; yo, a mis hijos. Porque «no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santidad»4.

Pero volvamos al Evangelio. Es interesante comprobar cómo se recoge repetidamente la distinción entre los Apóstoles, los discípulos y la muchedumbre; y aun dentro de los Apóstoles, entre un grupo de ellos –los tres predilectos del Señor– y los demás. También en esto me parece que nuestra Obra tiene una profunda entraña evangélica. Somos para la muchedumbre, pero cerca de nosotros hay tantos amigos y compañeros que reciben más inmediatamente el influjo del espíritu del Opus Dei. El Señor nos coloca en un monte alto, como a sus discípulos, pero a la vista de la muchedumbre. Lo mismo sucede con vosotros: entre vuestros hermanos –todos somos iguales en la Obra–, por el cargo que ahora ocupáis, vosotros estáis más a la vista. No lo olvidéis, y no me perdáis nunca de mira este sentido de responsabilidad.

«Se acercaba la Pascua, la gran fiesta de los judíos. Habiendo, pues, Jesús levantado los ojos y viendo venir a un grandísimo gentío»5… Fijaos en esa muchedumbre, insisto. El Señor tiene puestos los ojos y el corazón en la gente, en todos los hombres, sin excluir a nadie. No se nos escapa la lección de que no podemos ser intransigentes con las personas. Con la doctrina, sí. Con las personas, nunca, ¡nunca! Actuando de este modo, necesariamente seremos –ésa es nuestra vocación– sal y luz, pero entre la muchedumbre. De cuando en cuando nos retiraremos a la barca o nos apartaremos a un monte, como Jesús; pero lo ordinario será vivir y trabajar entre la gente, como uno más.

Entonces Jesús «dijo a Felipe: ¿dónde compraremos panes para dar de comer a toda esa gente? Mas esto lo decía para probarle, pues bien sabía Él mismo lo que había de hacer»6. Yo, muchas veces a lo largo de la historia de la Obra, he pensado que el Señor tiene las cosas previstas desde la eternidad, pero que por otra parte nos deja libérrimos. El Señor a veces parece que nos tienta, que quiere probar nuestra fe. Pero Jesucristo no nos deja: si nos mantenemos firmes, Él está dispuesto a hacer milagros, a multiplicar los panes, a cambiar las voluntades, a dar luz a las inteligencias más oscuras, a hacer –con una gracia extraordinaria– que sean capaces de rectitud los que quizá nunca lo han sido.

¡Hijos míos, qué confianza! Esto es lo que yo querría que fuese el segundo punto. He querido que consideréis, en primer lugar, que estamos en la Obra, junto a Cristo, no para aislarnos, sino, por el contrario, para darnos a la muchedumbre; primero a vuestros hermanos, y luego, a los demás. Después, que no nos debe inquietar que nos asalte el pensamiento de las necesidades, porque el Señor acudirá en nuestra ayuda. Si alguna vez sentimos ese tentans eum –para probarle– de que habla el Santo Evangelio, no nos hemos de preocupar, porque es eso: que Dios nuestro Señor juega con nosotros. Estoy seguro de que pasa por encima de nuestras miserias: porque conoce nuestra flaqueza, porque conoce nuestro amor y nuestra fe y nuestra esperanza. Todo esto lo resumo en una palabra: confianza. Pero una confianza que, como está fundamentada en Cristo, tiene que ser delante de Dios una oración urgente, bien sentida, bien recibida: más, si llega a la Trinidad Beatísima por las manos de nuestra Madre, que es la Madre de Dios.

Sentido de responsabilidad: que estamos en la barca. Con Cristo, la barca no se hunde. ¡Con Cristo! Sentido de responsabilidad: de nosotros, de nuestra vida, de nuestra conducta, de nuestra manera de pedir tanta cosa divina. Y luego no nos faltarán los medios. Tendremos lo necesario para continuar con nuestro apostolado a través de los siglos, dando el alimento a todos, multiplicando el pan.

Ésta es la segunda consideración: sentido de responsabilidad. Por eso, pedimos perdón a Nuestro Señor por tantas tonterías que cada uno habrá hecho. Pedimos perdón, con el deseo eficaz de rectificar. Y damos gracias, las damos con fe: seguros de que, pase lo que pase, al final madurará el fruto. Sentido de responsabilidad y una gran confianza en ese Señor que es Padre nuestro, que es Todopoderoso, que es la Sabiduría y el Amor… Yo ahora me callo; sigue tú por tu cuenta unos minutos.

Hace unos días, leyendo en la misa un pasaje del libro de los Reyes, me vino a la mente y al corazón el pensamiento de la sencillez que el Señor nos pide en esta vida, que es la misma que vivió José. Cuando Naamán, aquel general de Siria, va por fin a ver a Eliseo para ser curado de su lepra, el profeta le pide una cosa sencilla: «Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne recobrará la salud, y quedarás limpio»1. Aquel hombre arrogante piensa: ¿acaso los ríos de mi tierra no son de agua tan buena como los de esta tierra de Eliseo? ¿Para eso me he movido yo de Damasco? Esperaba algo llamativo, extraordinario. ¡Y no! Estás manchado; ve y lávate, le dice el profeta. No una vez sola, sino bastantes: siete. Yo pienso que es como una figura de los sacramentos.

Todo esto me recordó la vida sencilla, oculta, de José, que no hace más que cosas ordinarias. San José pasa totalmente inadvertido. La Sagrada Escritura apenas nos habla de él. Pero nos lo muestra realizando la labor de jefe de familia.

Por eso también, si San José es Patrono para nuestra vida interior, si es acicate para nuestro andar contemplativo, si es su trato un bien para todos los hijos y las hijas de Dios en su Opus Dei; para los que en la Obra tienen función de gobierno, San José me parece un ejemplo excelente. No interviene sino cuando es necesario, y entonces lo hace con fortaleza y sin violencia. Este es José.

No os extrañe, pues, que la misa de su fiesta comience diciendo: «Iustus ut palma florebit»2. Así ha florecido la santidad de José. «Sicut cedrus Lybani multiplicabitur»3. Pienso en vosotros. Cada uno en el Opus Dei es como un gran padre o madre de familia, y tiene la preocupación de tantas y tantas almas en el mundo. Cuando explico a las hijas o hijos míos jóvenes que, en la labor de San Rafael, deben tratar especialmente a tres o cuatro o cinco amigos; que de esos amigos quizá sólo hay dos que encajarán, pero que después cada uno de ellos traerá tres o cuatro más, cogidos de cada dedo, ¿qué es esto sino florecer como el justo y multiplicarse como los cedros del Líbano?

«Plantatus in domo Domini: in atriis domus Dei nostri»4. Como José, todos los hijos míos están seguros, con el alma dentro de la casa del Señor. Y esto viviendo en medio de la calle, en medio de los afanes del mundo, sintiendo las preocupaciones de sus colegas, de los demás ciudadanos, nuestros iguales.

No es de extrañar que la liturgia de la Iglesia aplique al Santo Patriarca estas palabras del libro de la Sabiduría: «Dilectus Deo et hominibus, cuius memoria in benedictione est»5. Nos dice que es amado del Señor, y nos lo pone como modelo. Y nos invita también a que los buenos hijos de Dios –aunque seamos unos pobres hombres, como lo soy yo– bendigamos a este hombre santo, maravilloso, joven, que es el Esposo de María. Me lo han esculpido viejo, en un relieve del oratorio del Padre. ¡Y no! Lo he hecho pintar, joven, como me lo imagino yo, en otros lugares; quizá con algunos años más que la Virgen, pero joven, fuerte, en la plenitud de la edad. En esa forma clásica de representar a San José anciano, late el pensamiento –demasiado humano– de que una persona joven no tiene facilidad para vivir la virtud de la pureza. No es cierto. El pueblo cristiano le llama Patriarca, pero yo lo veo así: joven de corazón y de cuerpo, y anciano en las virtudes; y, por eso, joven también en el alma.

«Glorificavit illum in conspectu regum, et iussit illi coram populo suo, et ostendit illi gloriam suam»6. No lo olvidemos: el Señor quiere glorificarle. Y nosotros lo hemos metido en la entraña de nuestro hogar haciéndole también Patriarca de nuestra casa. Por eso la fiesta más solemne e íntima de nuestra familia, aquella en la que nos reunimos todos los socios de la Obra pidiendo a Jesús, Salvador nuestro, que envíe obreros a su mies, está especialmente dedicada al Esposo de María. Entonces es también mediador; entonces es el amo de la casa; entonces descansamos en su prudencia, en su pureza, en su cariño, en su poder. ¿Cómo no va a ser poderoso, Nuestro Padre y Señor San José?

Notas
10

Cfr. Flp 2,7.

11

Cfr. Rm 8,21.

12

Mt 28,19.



 *«sufría»: le hacía sufrir –en un primer momento– que dejaran el estado laical, al que habían sido llamados por Dios para santificarse en el Opus Dei. Pero ese “sufrimiento” quedaba compensado por el gran don que supone para la Iglesia todo nuevo sacerdote, que es otra llamada divina, y aún más excelsa (N. del E.).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
2

Ant. ad Intr. (Is 66,10).

3

Ibid.

4

1 Ts 4,7.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
5

Ev. (Jn 6,5).

6

Ev. (Jn 6,5-6).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
1

2 R 5,10.

2

Ant. ad Intr. (Sal 92[91],13).

3

Ibid.

4

Ant. ad Intr. (Sal 92[91],14).

5

Ep. (Si 45,1).

6

Ep. (Si 45,3).

Referencias a la Sagrada Escritura