Lista de puntos

Hay 9 puntos en «Forja» cuya materia es Lucha ascética  → humilde.

«Nam, et si ambulavero in medio umbræ mortis, non timebo mala» —aunque anduviere en medio de las sombras de la muerte, no tendré temor alguno. Ni mis miserias, ni las tentaciones del enemigo han de preocuparme, «quoniam tu mecum es» —porque el Señor está conmigo.

Si eres fiel, podrás llamarte vencedor.

—En tu vida, aunque pierdas algunos combates, no conocerás derrotas. No existen fracasos —convéncete—, si obras con rectitud de intención y con afán de cumplir la Voluntad de Dios.

—Entonces, con éxito o sin éxito, triunfarás siempre, porque habrás hecho el trabajo con Amor.

Cuando en tu lucha diaria, compuesta ordinariamente de muchos pocos, hay deseos y realidades de agradar a Dios de continuo, te lo aseguro: ¡nada se pierde!

¿Esperas la victoria, el fin de la pelea…, y no llega?

—Da gracias al Señor, como si ya hubieras alcanzado esa meta, y ofrécele tus impaciencias: vir fidelis loquetur victoriam —la persona fiel cantará la alegría de la victoria.

Imita a la Virgen Santa: sólo el reconocimiento cabal de nuestra nada puede hacernos preciosos a los ojos del Creador.

Trabaja con humildad, es decir, cuenta primero con las bendiciones de Dios, que no te faltarán; después, con tus buenos deseos; con tus planes de trabajo; ¡y con tus dificultades!, sin olvidar que, entre estas dificultades, has de poner siempre tu falta de santidad.

—Serás buen instrumento, si cada día luchas para ser mejor.

Vigila con amor para vivir la santa pureza…, porque antes se apaga una centella que un incendio.

Pero toda la diligencia humana, con la mortificación y el cilicio y el ayuno —¡armas necesarias!—, ¡qué poco valen sin Ti, Dios mío!

Acude a la Dulce Señora María, Madre de Dios y Madre Nuestra, encomendándole la limpieza de alma y de cuerpo de todas las personas.

Dile que quieres invocarla —y que la invoquen siempre—, y siempre vencer, en las horas malas —o buenas, y muy buenas— de la lucha contra los enemigos de nuestra condición de hijos de Dios.

Ponte en coloquio con Santa María, y confíale: ¡oh, Señora!, para vivir el ideal que Dios ha metido en mi corazón, necesito volar… muy alto, ¡muy alto!

No basta despegarte, con la ayuda divina, de las cosas de este mundo, sabiendo que son tierra. Más incluso: aunque el universo entero lo coloques en un montón bajo tus pies, para estar más cerca del Cielo…, ¡no basta!

Necesitas volar, sin apoyarte en nada de aquí, pendiente de la voz y del soplo del Espíritu. —Pero, me dices, ¡mis alas están manchadas!: barro de años, sucio, pegadizo…

Y te he insistido: acude a la Virgen. Señora —repíteselo—: ¡que apenas logro remontar el vuelo!, ¡que la tierra me atrae como un imán maldito! —Señora, Tú puedes hacer que mi alma se lance al vuelo definitivo y glorioso, que tiene su fin en el Corazón de Dios.

—Confía, que Ella te escucha.

Referencias a la Sagrada Escritura
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