Lista de puntos

Hay 10 puntos en «Forja» cuya materia es Infancia espiritual .

Llégate a Belén, acércate al Niño, báilale, dile tantas cosas encendidas, apriétale contra el corazón…

—No hablo de niñadas: ¡hablo de amor! Y el amor se manifiesta con hechos: en la intimidad de tu alma, ¡bien le puedes abrazar!

Hagamos presente a Jesús que somos niños. Y los niños, los niños chiquitines y sencillos, ¡cuánto sufren para subir un escalón! Están allí, al parecer, perdiendo el tiempo. Por fin, han subido. Ahora, otro escalón. Con las manos y los pies, y con el impulso de todo el cuerpo, logran un nuevo triunfo: otro escalón. Y vuelta a empezar. ¡Qué esfuerzos! Ya faltan pocos…, pero, entonces, un traspiés… y ¡hala!… abajo. Lleno de golpes, inundado de lágrimas, el pobre niño comienza, recomienza el ascenso.

Así, nosotros, Jesús, cuando estamos solos. Cógenos Tú en tus brazos amables, como un Amigo grande y bueno del niño sencillo; no nos dejes hasta que estemos arriba; y entonces —¡oh, entonces!—, sabremos corresponder a tu Amor Misericordioso, con audacias infantiles, diciéndote, dulce Señor, que, fuera de María y de José, no ha habido ni habrá mortal —eso que los ha habido muy locos— que te quiera como te quiero yo.

No te importe hacer pequeñas niñadas, te he aconsejado: mientras esos actos no sean rutinarios, no resultarán estériles.

—Un ejemplo: supongamos que un alma, que va por vía de infancia espiritual, se siente movida a arropar cada noche, a las horas del sueño, a una imagen de madera de la Santísima Virgen.

El entendimiento se rebela contra semejante acción, por parecerle claramente inútil. Pero el alma pequeña, tocada de la gracia, ve perfectamente que un niño, por amor, obraría así.

Entonces, la voluntad viril, que tienen todos los que son espiritualmente chiquitos, se alza, obligando al entendimiento a rendirse… Y, si aquella alma infantil continúa cada día arropando la imagen de Nuestra Señora, cada día también hace una pequeña niñería fecunda a los ojos de Dios.

Cuando seas sinceramente niño y vayas por caminos de infancia —si el Señor te lleva por ahí—, serás invencible.

Petición confiada de hijo pequeño: querría una compunción como la tuvieron, Señor, quienes más te hayan sabido agradar.

Niño, dejarás de serlo, si alguien o algo se interpone entre Dios y tú.

No debo pedir nada a Jesús: me limitaré a darle gusto en todo y a contarle las cosas, como si El no las supiera, lo mismo que un niño pequeño a su padre.

Niño, dile a Jesús: no me conformo con menos que Contigo.

En tu oración de infancia espiritual, ¡qué cosas más pueriles le dices a tu Señor! Con la confianza de un niño que habla al Amigo grande, de cuyo amor está seguro, le confías: ¡que yo viva sólo para tu Gloria!

Recuerdas y reconoces lealmente que todo lo haces mal: eso, Jesús mío —añades—, no puede llamarte la atención: es imposible que yo haga nada a derechas. Ayúdame Tú, hazlo Tú por mí y verás qué bien sale.

Luego, audazmente y sin apartarte de la verdad, continúas: empápame, emborráchame de tu Espíritu, y así haré tu Voluntad. Quiero hacerla. Si no la hago…, es que no me ayudas. ¡Pero sí me ayudas!

Has de sentir la necesidad urgente de verte pequeño, desprovisto de todo, débil. Entonces te arrojarás en el regazo de nuestra Madre del Cielo, con jaculatorias, con miradas de afecto, con prácticas de piedad mariana…, que están en la entraña de tu espíritu filial.

—Ella te protegerá.