Lista de puntos

Hay 15 puntos en «Forja» cuya materia es Santidad → características.

Me veo como un pobre pajarillo que, acostumbrado a volar solamente de árbol a árbol o, a lo más, hasta el balcón de un tercer piso…, un día, en su vida, tuvo bríos para llegar hasta el tejado de cierta casa modesta, que no era precisamente un rascacielos…

Mas he aquí que a nuestro pájaro lo arrebata un águila —lo tomó equivocadamente por una cría de su raza— y, entre sus garras poderosas, el pajarillo sube, sube muy alto, por encima de las montañas de la tierra y de los picos de nieve, por encima de las nubes blancas y azules y rosas, más arriba aun, hasta mirar de frente al sol… Y entonces el águila, soltando al pajarillo, le dice: anda, ¡vuela!…

—¡Señor, que no vuelva a volar pegado a la tierra!, ¡que esté siempre iluminado por los rayos del divino Sol —Cristo— en la Eucaristía!, ¡que mi vuelo no se interrumpa hasta hallar el descanso de tu Corazón!

Llénate de buenos deseos, que es una cosa santa, y Dios la alaba. ¡Pero no te quedes en eso! Tienes que ser alma —hombre, mujer— de realidades. Para llevar a cabo esos buenos deseos, necesitas formular propósitos claros, precisos.

—Y, después, hijo mío, ¡a luchar, para ponerlos en práctica, con la ayuda de Dios!

La santidad tiene la flexibilidad de los músculos sueltos. El que quiere ser santo sabe desenvolverse de tal manera que, mientras hace una cosa que le mortifica, omite —si no es ofensa a Dios— otra que también le cuesta y da gracias al Señor por esta comodidad. Si los cristianos actuáramos de otro modo, correríamos el riesgo de volvernos tiesos, sin vida, como una muñeca de trapo.

La santidad no tiene la rigidez del cartón: sabe sonreír, ceder, esperar. Es vida: vida sobrenatural.

Es verdad que tú no pones nada de tu parte, que en tu alma todo lo hace Dios.

—Pero que, desde el punto de vista de tu correspondencia, no sea así.

Hoy, en tu oración, te confirmaste en el propósito de hacerte santo. Te entiendo cuando añades, concretando: sé que lo lograré: no porque esté seguro de mí, Jesús, sino porque… estoy seguro de Ti.

Déjate conducir por Dios. Te llevará por "su camino", sirviéndose de adversidades sin cuento…, y quizá hasta de tu haraganería, para que se vea que la tarea tuya la realiza El.

Haz presentes al Señor, con sinceridad y constantemente, tus deseos de santidad y de apostolado…, y entonces no se romperá el pobre vaso de tu alma; o, si se rompe, se recompondrá con nueva gracia, y seguirá sirviendo para tu propia santidad y para el apostolado.

Hazme santo, mi Dios, aunque sea a palos. No quiero ser la rémora de tu Voluntad. Quiero corresponder, quiero ser generoso… Pero, ¿qué querer es el mío?

Me parece muy oportuno que con frecuencia manifiestes al Señor un deseo ardiente, grande, de ser santo, aunque te veas lleno de miserias…

—Hazlo, ¡precisamente por esto!

La santidad personal no es una entelequia, sino una realidad precisa, divina y humana, que se manifiesta constantemente en hechos diarios de Amor.

Ure igne Sancti Spiritus! —¡quémame con el fuego de tu Espíritu!, clamas. Y añades: ¡es necesario que cuanto antes empiece de nuevo mi pobre alma el vuelo…, y que no deje de volar hasta descansar en El!

—Me parecen muy bien tus deseos. Mucho voy a encomendarte al Paráclito; de continuo le invocaré, para que se asiente en el centro de tu ser y presida y dé tono sobrenatural a todas tus acciones, palabras, pensamientos y afanes.

Te maravilla descubrir que, en cada una de las posibilidades de mejorar, existen muchas metas distintas…

—Son otros caminos, dentro del "camino", que evitan la posible rutina y te acercan más al Señor.

—Aspira con generosidad a lo más alto.

La Iglesia, las almas —de todos los continentes, de todos los tiempos actuales y venideros— esperan mucho de ti…, pero —¡que se te meta bien en la cabeza y en el corazón!— serás estéril, si no eres santo: me corrijo, si no luchas para ser santo.

Si fueras consecuente, ahora que has visto su luz, desearías ser tan santo, como tan gran pecador has sido: y lucharías por hacer realidad esas ansias.

La santidad consiste precisamente en esto: en luchar, por ser fieles, durante la vida; y en aceptar gozosamente la Voluntad de Dios, a la hora de la muerte.