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Hay 22 puntos en «Forja» cuya materia es Cruz → amor a la Cruz.

No desees nada para ti, ni bueno ni malo: quiere solamente, para ti, lo que Dios quiera.

Sea lo que fuere, viniendo de su mano, de Dios, por malo que a los ojos de los hombres parezca, con la ayuda del Señor, a ti te parecerá bueno ¡y muy bueno!, y dirás, siempre con mayor convencimiento: «et in tribulatione mea dilatasti me…, et calix tuus inebrians, quam præclarus est!» —en la tribulación me he gozado…, ¡qué maravilloso es tu cáliz, que embriaga todo mi ser!

Dame, Jesús, Cruz sin cirineos. Digo mal: tu gracia, tu ayuda me hará falta, como para todo; sé Tú mi Cirineo. Contigo, mi Dios, no hay prueba que me espante…

—Pero, ¿y si la Cruz fuera el tedio, la tristeza? —Yo te digo, Señor, que, Contigo, estaría alegremente triste.

No perdiéndote a Ti, para mí no habrá pena que sea pena.

El niño bobo llora y patalea, cuando su madre cariñosa hinca un alfiler en su dedo para sacar la espina que lleva clavada… El niño discreto, quizá con los ojos llenos de lágrimas —porque la carne es flaca—, mira agradecido a su madre buena, que le hace sufrir un poco, para evitar mayores males.

—Jesús, que sea yo niño discreto.

Cada día un poco más —igual que al tallar una piedra o una madera—, hay que ir limando asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones, que son de dos tipos: las activas —ésas que buscamos, como florecicas que recogemos a lo largo del día—, y las pasivas, que vienen de fuera y nos cuesta aceptarlas. Luego, Jesucristo va poniendo lo que falta.

—¡Qué Crucifijo tan estupendo vas a ser, si respondes con generosidad, con alegría, del todo!

Contempla y vive la Pasión de Cristo, con El: pon —con frecuencia cotidiana— tus espaldas, cuando le azotan; ofrece tu cabeza a la corona de espinas.

—En mi tierra dicen: "amor con amor se paga".

Hay momentos en que —privado de aquella unión con el Señor, que te daba continua oración, aun durmiendo— parece que forcejeas con la Voluntad de Dios.

—Es flaqueza, bien lo sabes: ama la Cruz; la falta de tantas cosas que todo el mundo juzga necesarias; los obstáculos para emprender o… seguir el camino; tu pequeñez misma y tu miseria espiritual.

—Ofrece —con querer eficaz— lo tuyo y lo de los tuyos: humanamente visto, no es poco; con luces sobrenaturales, es nada.

Amar la Cruz es saberse fastidiar gustosamente por amor de Cristo, aunque cueste y porque cuesta…: no te falta la experiencia de que resulta compatible.

Exígete sin miedo. En su vida escondida, muchas almas así lo hacen, para que sólo el Señor se luzca.

Quisiera que tú y yo reaccionásemos como aquella persona —que deseaba ser muy de Dios— en la fiesta de la Sagrada Familia, entonces celebrada en la infraoctava de Epifanía.

—"No me faltan crucecicas. Una de ayer —me costó, hasta llorar— me ha traído a la consideración, en el día de hoy, que mi Padre y Señor San José y mi Madre Santa María no han querido dejar a «su niño» sin regalo de Reyes. Y el regalo ha sido luz para conocer mi desagradecimiento con Jesús, por falta de correspondencia a la gracia, y el error enorme que supone en mí el oponerme, con mi conducta villana, a la Voluntad Santísima de Dios, que me quiere para instrumento suyo".

No seamos —¡no podemos ser!— cristianos dulzones: en la tierra tiene que haber dolor y Cruz.

En esta vida nuestra hay que contar con la Cruz. El que no cuenta con la Cruz no es cristiano…, y no podrá evitar el encuentro con "su cruz", en la que se desesperará.

Ahora que la Cruz es seria, de peso, Jesús arregla las cosas de modo que nos colma de paz: se hace Cirineo nuestro, para que la carga resulte ligera.

Dile, entonces, lleno de confianza: Señor, ¿qué Cruz es ésta? Una Cruz sin cruz. De ahora en adelante, con tu ayuda, conociendo la fórmula de abandonarme en Ti, serán así siempre todas mis cruces.

Reafirma en tu alma el antiguo propósito de aquel amigo: Señor, quiero el sufrimiento, no el espectáculo.

Tener la Cruz, es tener la alegría: ¡es tenerte a Ti, Señor!

La Cruz, ¡la Santa Cruz!, pesa.

—De una parte, mis pecados. De otra, la triste realidad de los sufrimientos de nuestra Madre la Iglesia; la apatía de tantos católicos que tienen un "querer sin querer"; la separación —por diversos motivos— de seres amados; las enfermedades y tribulaciones, ajenas y propias…

La Cruz, ¡la Santa Cruz!, pesa: «Fiat, adimpleatur…!» —¡Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios sobre todas las cosas! Amén. Amén.

Cuando se camina por donde camina Cristo; cuando ya no hay resignación, sino que el alma se conforma con la Cruz —se hace a la forma de la Cruz—; cuando se ama la Voluntad de Dios; cuando se quiere la Cruz…, entonces, sólo entonces, la lleva El.

Une el dolor —la Cruz exterior o interior— con la Voluntad de Dios, por medio de un «fiat!» generoso, y te llenarás de gozo y de paz.

Así rezaba un sacerdote, en momentos de aflicción: "Venga, Jesús, la Cruz que Tú quieras: desde ahora, la recibo con alegría, y la bendigo con la rica bendición de mi sacerdocio".

Cuando recibas algún golpe fuerte, alguna Cruz, no debes apurarte. Por el contrario, con rostro alegre, debes dar gracias al Señor.

Señor —no me importa repetirlo miles de veces—: quiero acompañarte, sufriendo Contigo, en las humillaciones y crueldades de la Pasión y de la Cruz.

¡Oh, Jesús, quiero ser una hoguera de locura de Amor! Quiero que mi presencia sola sea bastante para encender al mundo, en muchos kilómetros a la redonda, con incendio inextinguible. Quiero saber que soy tuyo. Después, venga la Cruz…

—¡Magnífico camino!: sufrir, amar y creer.

El amor a Dios nos invita a llevar a pulso la Cruz…, a sentir sobre nuestros hombros el peso de la humanidad entera, y a cumplir, en las circunstancias propias del estado y del trabajo de cada uno, los designios —claros y amorosos a la vez— de la Voluntad del Padre.

Referencias a la Sagrada Escritura
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