Lista de puntos

Hay 24 puntos en «Surco» cuya materia es Alegría.

Nadie es feliz, en la tierra, hasta que se decide a no serlo. Así discurre el camino: dolor, ¡en cristiano!, Cruz; Voluntad de Dios, Amor; felicidad aquí y, después, eternamente.

«Servite Domino in laetitia!» —¡Serviré a Dios con alegría! Una alegría que será consecuencia de mi Fe, de mi Esperanza y de mi Amor…, que ha de durar siempre, porque, como nos asegura el Apóstol, «Dominus prope est!»… —el Señor me sigue de cerca. Caminaré con El, por tanto, bien seguro, ya que el Señor es mi Padre…, y con su ayuda cumpliré su amable Voluntad, aunque me cueste.

Un consejo, que os he repetido machaconamente: estad alegres, siempre alegres. —Que estén tristes los que no se consideren hijos de Dios.

Procuro dejarme la piel, para que mis hermanos pequeños “pisen blando”, como usted nos dice. ¡Hay tantas alegrías en este “pasarlas negras”!

Otro hombre de fe me escribía: “cuando por necesidad se está aislado, se nota perfectamente la ayuda de los hermanos. Al considerar que ahora todo he de soportarlo «solo», muchas veces pienso que, si no fuese por esa «compañía que nos hacemos desde lejos» —¡la bendita Comunión de los Santos!—, no podría conservar este optimismo, que me llena”.

No me olvides que a veces hace falta tener al lado caras sonrientes.

“Sois todos tan alegres que uno no se lo espera”, oí comentar.

De lejos viene el empeño diabólico de los enemigos de Cristo, que no se cansan de murmurar que la gente entregada a Dios es de la “encapotada”. Y, desgraciadamente, algunos de los que quieren ser “buenos” les hacen eco, con sus “virtudes tristes”.

—Te damos gracias, Señor, porque has querido contar con nuestras vidas, dichosamente alegres, para borrar esa falsa caricatura.

—Te pido también que no lo olvidemos.

Que nadie lea tristeza ni dolor en tu cara, cuando difundes por el ambiente del mundo el aroma de tu sacrificio: los hijos de Dios han de ser siempre sembradores de paz y de alegría.

La alegría de un hombre de Dios, de una mujer de Dios, ha de ser desbordante: serena, contagiosa, con gancho…; en pocas palabras, ha de ser tan sobrenatural, tan pegadiza y tan natural, que arrastre a otros por los caminos cristianos.

“¿Contento?” —Me dejó pensativo la pregunta.

—No se han inventado todavía las palabras, para expresar todo lo que se siente —en el corazón y en la voluntad— al saberse hijo de Dios.

Navidad. Me escribes: “al hilo de la espera santa de María y de José, yo también espero, con impaciencia, al Niño. ¡Qué contento me pondré en Belén!: presiento que romperé en una alegría sin límite. ¡Ah!: y, con El, quiero también nacer de nuevo…”

—¡Ojalá sea verdad este querer tuyo!

Propósito sincero: hacer amable y fácil el camino a los demás, que bastantes amarguras trae consigo la vida.

Muchos se sienten desgraciados, precisamente por tener demasiado de todo. —Los cristianos, si verdaderamente se conducen como hijos de Dios, pasarán incomodidad, calor, fatiga, frío… Pero no les faltará jamás la alegría, porque eso —¡todo!— lo dispone o lo permite El, que es la fuente de la verdadera felicidad.

Ante un panorama de hombres sin fe, sin esperanza; ante cerebros que se agitan, al borde de la angustia, buscando una razón de ser a la vida, tú encontraste una meta: ¡El!

Y este descubrimiento inyectará permanentemente en tu existencia una alegría nueva, te transformará, y te presentará una inmensidad diaria de cosas hermosas que te eran desconocidas, y que muestran la gozosa amplitud de ese camino ancho, que te conduce a Dios.

Tu felicidad en la tierra se identifica con tu fidelidad a la fe, a la pureza y al camino que el Señor te ha marcado.

Da gracias a Dios porque estás contento, con una alegría honda que no sabe ser ruidosa.

Con Dios, pensaba, cada día me parece más atractivo. Voy viviendo a “cachitos”. Un día considero magnífico un detalle; otro, descubro un panorama que antes no había advertido… A este paso, no sé lo que ocurrirá con el tiempo.

Luego, he notado que El me aseguraba: pues cada día será mayor tu contento, porque ahondarás más y más en la aventura divina, en el “lío” tan grande en que te he metido. Y comprobarás que Yo no te dejo.

La alegría es una consecuencia de la entrega. Se confirma en cada vuelta a la noria.

¡Qué alegría inmutable te produce el haberte entregado a Dios!… ¡Y qué inquietud, y qué afanes has de tener de que todos participen en tu alegría!

Todo lo que ahora te preocupa cabe dentro de una sonrisa, esbozada por amor de Dios.

¿Optimismo?, ¡siempre! También cuando las cosas salen aparentemente mal: quizá es ésa la hora de romper a cantar, con un Gloria, porque te has refugiado en El, y de El no te puede venir más que el bien.

Esperar no significa empezar a ver la luz, sino confiar con los ojos cerrados en que el Señor la posee plenamente y vive en esa claridad. El es la Luz.

Deber de cada cristiano es llevar la paz y la felicidad por los distintos ambientes de la tierra, en una cruzada de reciedumbre y de alegría, que remueva hasta los corazones mustios y podridos, y los levante hacia El.

Si cortas de raíz cualquier asomo de envidia, y si te gozas sinceramente con los éxitos de los demás, no perderás la alegría.

Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura