Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Surco» cuya materia es Fraternidad.

Cada día te notas más metido en Dios…, me dices. —Entonces, cada día estarás más cerca de tus hermanos.

Cumples un plan de vida exigente: madrugas, haces oración, frecuentas los Sacramentos, trabajas o estudias mucho, eres sobrio, te mortificas…, ¡pero notas que te falta algo!

Lleva a tu diálogo con Dios esta consideración: como la santidad —la lucha para alcanzarla— es la plenitud de la caridad, has de revisar tu amor a Dios y, por El, a los demás. Quizá descubrirás entonces, escondidos en tu alma, grandes defectos, contra los que ni siquiera luchabas: no eres buen hijo, buen hermano, buen compañero, buen amigo, buen colega; y, como amas desordenadamente “tu santidad”, eres envidioso.

Te “sacrificas” en muchos detalles “personales”: por eso estás apegado a tu yo, a tu persona y, en el fondo, no vives para Dios ni para los demás: sólo para ti.

A veces pretendes justificarte, asegurando que eres distraído, despistado; o que, por carácter, eres seco, reservón. Y añades que, por eso, ni siquiera conoces a fondo a las personas con quienes convives.

—Oye: ¿verdad que no te quedas tranquilo con esa excusa?

Pon mucha visión sobrenatural en todos los detalles de tu vida ordinaria, te aconsejé. Y añadí inmediatamente: la convivencia te ofrece muchas ocasiones, a lo largo del día.

Vivir la caridad significa respetar la mentalidad de los otros; llenarse de gozo por su camino hacia Dios…, sin empeñarse en que piensen como tú, en que se unan a ti.

—Se me ocurrió hacerte esta consideración: esos caminos, distintos, son paralelos; siguiendo el suyo propio, cada uno llegará a Dios…; no te pierdas en comparaciones, ni en deseos de conocer quién va más alto: eso no importa, lo que interesa es que todos alcancemos el fin.

¡Que el otro está lleno de defectos! Bien… Pero, además de que sólo en el Cielo están los perfectos, tú también arrastras los tuyos y, sin embargo, te soportan y, más aun, te estiman: porque te quieren con el amor que Jesucristo daba a los suyos, ¡que bien cargados de miserias andaban!

—¡Aprende!

Te quejas de que no es comprensivo… —Yo tengo la certeza de que hace lo posible por entenderte. Pero tú, ¿cuándo te esforzarás un poquito por comprenderle?

¡De acuerdo!, lo admito: esa persona se ha portado mal; su conducta es reprobable e indigna; no demuestra categoría ninguna.

—¡Merece humanamente todo el desprecio!, has añadido.

—Insisto, te comprendo, pero no comparto tu última afirmación; esa vida mezquina es sagrada: ¡Cristo ha muerto para redimirla! Si El no la despreció, ¿cómo puedes atreverte tú?

Si tu amistad se rebaja hasta convertirse en cómplice de las miserias ajenas, se reduce a triste compadreo, que no merece el mínimo aprecio.

Verdaderamente la vida, de por sí estrecha e insegura, a veces se vuelve difícil. —Pero eso contribuirá a hacerte más sobrenatural, a que veas la mano de Dios: y así serás más humano y comprensivo con los que te rodean.

La indulgencia es proporcional a la autoridad. Un simple juez ha de condenar —quizá reconociendo los atenuantes— al reo convicto y confeso. El poder soberano de un país, algunas veces, concede una amnistía o un indulto. Al alma contrita, Dios la perdona siempre.

“A través de vosotros he visto a Dios, que olvidaba mis locuras y mis ofensas, y me acogía con cariño de Padre”. Esto escribió a los suyos, contrito, de regreso a la casa paterna, un hijo pródigo del siglo XX.