Lista de puntos

Hay 15 puntos en «Surco» cuya materia es Lucha ascética  → constante y fuerte.

Me aseguraste que querías luchar sin tregua. Y ahora me vienes alicaído.

Mira, hasta humanamente, conviene que no te lo den todo resuelto, sin trabas. Algo —¡mucho!— te toca poner a ti. Si no, ¿cómo vas a “hacerte” santo?

Ser fiel a Dios exige lucha. Y lucha cuerpo a cuerpo, hombre a hombre —hombre viejo y hombre de Dios—, detalle a detalle, sin claudicar.

La santidad, el verdadero afán por alcanzarla, no se toma pausas ni vacaciones.

Hemos de fomentar en nuestras almas un verdadero horror al pecado. ¡Señor —repítelo con corazón contrito—, que no te ofenda más!

Pero no te asustes al notar el lastre del pobre cuerpo y de las humanas pasiones: sería tonto e ingenuamente pueril que te enterases ahora de que “eso” existe. Tu miseria no es obstáculo, sino acicate para que te unas más a Dios, para que le busques con constancia, porque El nos purifica.

Altibajos. Tienes muchos, ¡demasiados! altibajos.

La razón es clara: hasta aquí, has llevado una vida fácil, y no quieres enterarte de que del “desear” al “darse” media una distancia notable.

Así, tonteando, con esa frivolidad interior y exterior, con esas vacilaciones ante la tentación, con ese querer sin querer, es imposible que avances en la vida interior.

Siempre he pensado que muchos llaman “mañana”, “después”, a la resistencia a la gracia.

Otra paradoja del camino espiritual: el alma necesitada de menor reforma en su conducta, se afana más por conseguirla, no se detiene hasta alcanzarla. Y al revés.

No sabes si será decaimiento físico o una especie de cansancio interior lo que se ha apoderado de ti, o las dos cosas a la vez…: luchas sin lucha, sin el afán de una auténtica mejora positiva, para pegar la alegría y el amor de Cristo a las almas.

Quiero recordarte las palabras claras del Espíritu Santo: sólo será coronado el que haya peleado «legitime» —de verdad, a pesar de los pesares.

Podría portarme mejor, ser más decidido, derrochar más entusiasmo… ¿Por qué no lo hago?

Porque —perdona mi franqueza— eres un majadero: el diablo conoce de sobra que una de las puertas del alma peor guardadas es la de la tontería humana: la vanidad. Por ahí carga ahora con todas sus fuerzas: recuerdos pseudosentimentales, complejo de oveja negra en su visión histérica, impresión de una hipotética falta de libertad…

¿A qué esperas para enterarte de la sentencia del Maestro: vigilad y orad, porque no sabéis ni el día ni la hora?

Me comentaste con aire fanfarrón e inseguro: unos suben y otros bajan… Y otros, ¡como yo!, estamos tumbados en el camino.

Me dio tristeza tu indolencia, y añadí: de los haraganes tiran a remolque los que suben; y, de ordinario, con más fuerza los que bajan. ¡Piensa qué descamino tan penoso te buscas!

Ya lo señaló el santo obispo de Hipona: no avanzar es retroceder.

En tu vida hay dos piezas que no encajan: la cabeza y el sentimiento.

La inteligencia —iluminada por la fe— te muestra claramente no sólo el camino, sino la diferencia entre la manera heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y la hermosura divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos.

El sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran esperando cualquier oportunidad, y tan pronto como —por cansancio físico o por pérdida de visión sobrenatural— tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de medios; las luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo de la mediocridad espiritual… Y, a veces, también el miedo: miedo porque sabes que Dios te quiere santo y no lo eres.

Permíteme que te hable con crudeza. Te sobran “motivos” para volver la cara, y te faltan arrestos para corresponder a la gracia que El te concede, porque te ha llamado a ser otro Cristo, «ipse Christus!» —el mismo Cristo. Te has olvidado de la amonestación del Señor al Apóstol: “¡te basta mi gracia!”, que es una confirmación de que, si quieres, puedes.

Para ir adelante, en la vida interior y en el apostolado, no es la devoción sensible lo necesario; sino la disposición decidida y generosa, de la voluntad, a los requerimientos divinos.

Mira la gran diferencia que media entre el modo de obrar natural y el sobrenatural. El primero comienza bien, para acabar aflojando luego. El segundo comienza igualmente bien…, pero después se esfuerza por proseguir aún mejor.

¿Qué perfección cristiana pretendes alcanzar, si haces siempre tu capricho, “lo que te gusta”…? Todos tus defectos, no combatidos, darán un lógico fruto constante de malas obras. Y tu voluntad —que no estará templada en una lucha perseverante— no te servirá de nada, cuando llegue una ocasión difícil.

Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura