61

Cada uno, en el fondo de su conciencia, después de confesar: Señor, te pido perdón de mis pecados, puede dirigirse a Dios con confianza absoluta, filial; con la confianza que merece este Padre que –no me canso de repetirlo– nos ama a cada uno de nosotros como una madre a su hijo… Mucho más, no como; mucho más que una madre a su hijo y que un padre a su hijo primogénito. Es ése el momento de decir a este Dios poderosísimo, sapientísimo, Padre nuestro, que nos ha amado, a cada uno, hasta la muerte y muerte de cruz, que no perderemos la serenidad aunque las cosas, en apariencia, vayan empeorando. Nosotros, hijos, sigamos adelante en nuestro camino, tranquilos, porque Dios nuestro Señor no permitirá que destruyan su Iglesia, no dejará que se pierdan en el mundo las trazas de sus pisadas divinas.

Ahora, por desgracia para nosotros y para toda la cristiandad, estamos asistiendo a un intento diabólico de desmantelar la Iglesia, de quitarle tantas manifestaciones de su divina hermosura, atacando directamente la fe, la moral, la disciplina y el culto, de modo descarado hasta en las cosas más importantes. Es un griterío infernal, que pretende enturbiar las nociones fundamentales de la fe católica. Pero no podrán nada, Señor, ni contra tu Iglesia, ni contra tu Obra. Estoy seguro.

Una vez más, sin manifestarlo en voz alta, te pido que pongas este remedio y aquel otro. Tú, Señor, nos has dado la inteligencia para que discurramos con ella y te sirvamos mejor. Tenemos obligación de poner de nuestra parte todo lo posible: la insistencia, la tozudez, la perseverancia en nuestra oración, recordando aquellas palabras que Tú nos has dirigido: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y os abrirán»4.

Notas
4

Mt 7,7.

Referencias a la Sagrada Escritura
Este punto en otro idioma